lunes, 26 de enero de 2009

Rojo y negro


Hay una superchería urbana que reza "las pelirrojas son perversas". Ignoro si es tan así y si en el siglo XIX circulaba este anatema, pero lo cierto es que hubo un poeta sobre quien las pelirrojas ejercieron una extraña seducción. Este hombre, Dante Gabriel Rossetti, nació en Londres en 1828. Más allá de la nacionalidad, su sangre era casi absolutamente italiana. Su padre, literato originario de la península, lo bautizó así en una clara referencia al autor de la "Divina Comedia", además de propiciar el ambiente cultural de la casa familiar; su madre era hermana de John Polidori, escritor y médico de Lord Byron, aquel cuyo final trágico pueda vincularse con el futuro del ahora pequeño Dante.

Como decíamos, Dante creció bilingüe y de la mano de poetas italianos, pero ya en su infancia se interesó más por el dibujo. De adulto desarrollaría tanto las letras como la pintura, llevando a un mordaz Chesterton a decir que "era demasiado buen pintor para llegar a ser un gran poeta, y demasiado buen poeta para llegar a ser un gran pintor". Será Borges, casi una centuria después, el que lo rescatará como uno de los grandes poetas de Inglaterra.

Pero volvamos con Rossetti. En el dibujo era sutil y excelso, en la pintura un tanto simple, y en las letras acudió en principio a un lenguaje algo artificial, con reminiscencias a Coleridge, que fue criticado por Browning: "poemas perfumados artificialmente".

En una escuela de arte conoció a Elizabeth Siddal, a la postre modelo de casi todas sus obras. Una mujer alta, esbelta, de labios llenos y pelo rojo. Al poco tiempo se enamoraron y casaron. La luna de miel tuvo lugar en París, y ahí Rossetti pintó un cuadro que resultaría profético. "Cómo se encontraron a ellos mismos" ("How they met themselves") retrata a una pareja que se encuentra en un bosque al caer el sol. Son Dante y Elizabeth, claro. De una u otra manera, acá juegan el carácter supersticioso de Rossetti y el mito del "doble", aún vigente en Escocia, según el cual encuentrarse consigo mismo conlleva la muerte próxima. Se ignoran las razones que llevaron a Rossetti a pintar este cuadro. Quizás fuera un intento de conjurar los fantasmas de la muerte y la separación, horrores para los recién casados.

La cuestión es que el enamorado Rossetti también tuvo otra modelo para unos pocos cuadros. Una mujer gorda, a la que él llamaba "elefante" sin que ella se molestara. Y pelirroja. Rossetti se entregó a lo prohibido y la hizo su amante clandestina. Ya estaban todas las piezas listas en el tablero de su tragedia personal.

Una noche el poeta Swinburne fue a cenar a la casa de los Rossetti, invitado por el joven matrimonio. Concluida la comida, Rossetti dijo que debía ir a dar una clase a la escuela nocturna para obreros donde trabajaba, y pidió a su amigo que lo acompañara. A la vuelta de la esquina, sin embargo, Rossetti confesó la verdad. Tal clase no existía, era un pretexto para salir de casa y visitar al "elefante". Swinburne no se sorprendió, ya conocía la historia y le dejó el camino libre.

Tras un largo rato donde su amante, Rossetti volvió a casa. Intuyó algo malo cuando vio las luces apagadas. Lo temió con los restos de un exceso de cloral, sustancia que Elizabeth usaba para el insomnio. Y lo confirmó al encontrarla muerta. Entonces los hechos le parecieron claros: ella conocía la infidelidad y se había suicidado.

La culpa se enquistó dentro del poeta. Aceptó la sobredosis accidental que informaron los médicos, pero en el fondo no dejaba de sentirse culpable. Fue así que en el entierro de su mujer aprovechó una distracción y colocó sobre el pecho de ella un cuaderno manuscrito suyo, con los versos del posterior libro "La casa de la vida". Si ella había muerto por él, era justo que él le sacrificara su obra.

Rompió con el "elefante" antes de retirarse a una quinta en las afueras de Londres. En su confinamiento se entregó a la poesía y especialmente a la pintura. Recibía a muy contadas personas y abandonó las tabernas, esas que supo frecuentar por y para el arte de la conversación.

Pasaron algunos años y sus amigos fueron juntos a visitarlo. Le hablaron sobre aquella obra enterrada con su mujer, que ella no hubiera querido ese sacrificio. Tranquilamente podía estar abjurando de la consagración, incluso de la gloria, ¿y acaso ella podría haber querido semejante renunciamiento? Claro que no, dijeron, y poco a poco lo convencieron.

Entonces repararon en que Rossetti no tenía copias. La única versión era la que estaba en el ataúd de su esposa. Pero la decisión ya estaba tomada, y luego de amargos trámites Rossetti consiguió el permiso de exhumación.

Llegó la hora de abrir la tumba. Rossetti se quedó, solo, emborrachándose en una taberna. Sus amigos ejecutaron la tarea. Difícil. Tenebrosa. La rigidez cadavérica que aferraba el cuaderno. Pero tuvieron éxito y rescataron el manuscrito, manchado de blanco por la putrefacción del cuerpo. Efectiva y fatalmente, ese manuscrito se publicó y decretó la gloria literaria de Rossetti.

La propia muerte de Rossetti sucedió en 1882, en la quinta donde estaba recluido. Fue suicidio. ¿El método? Sobredosis de cloral. Según Borges, "la muerte de los dos viene a justificar la tela 'How they met themselves', pintada en París muchos años antes".

Y ahora, un poema de Rossetti. Vista su vida, su tragedia, quizás podamos también relacionarla con los versos de "La Doncella Bienaventurada" . En su título original se llama "The Blessed Damozel", con tintes normandos en la última palabra.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

no es un secreto, una pelirroja vale por dos morochas y tres rubias, aunque hay grats excepciones..

Matías dijo...

vaya si las hay
brindo por esas excepciones jeje