viernes, 31 de diciembre de 2010


Hoy concluye otro año, el decimotercero desde que empecé a trajinar este oficio de escribir, el cuarto desde que abrí las verjas de este Jardín.

Ha sido un año especial en relación al quehacer literario. Principalmente, por la sorpresa del premio y la consiguiente edición de Yo el pájaro y el cielo. Se abrieron varias puertas, tal vez se abran otras más, pero en lo personal me sirvió, antes que nada, para empezar a considerarme un escritor. Siempre creí que esa palabrita va más allá de un rótulo. Para mí implica también, entre otras cosas, un aura; cierta mística, un poco extranjera para este mundo de urgencias y concretud; incluso pizcas de magia, que sí existe. Por hache o por be, desde el principio lo pensé como un título que se otorga, que hay que ganar con mucho esfuerzo y mérito, y que se debe trajinar y transpirar para obtenerlo. Entonces era un escribiente virginal, un escribidor torpe, un machacador de palabras entregado sin opciones a un entrenamiento subterráneo, errático pero de una u otra manera constante, por lo general a los ponchazos, el cráneo abollándose contra las paredes implacables de una imaginaria celda monacal. Al año trece, de golpe aquella sorpresa mencionada más arriba, y la sensación de que en el paquete también venía enrollado el título de los dolores y los anhelos. Ya no más un escribiente, ahora sí un escritor. Un poco menos inexperto y torpe que antes, las palabras no tan amasijadas como ayer; pero todavía retoño, pichón. Tantas, tantísimas cosas quedan por aprender.

No es mal momento, entonces, para agradecer. Si bien este es el "oficio más solitario del mundo" (según mi despreciado García Márquez), es cierto que hubo y hay (y habrá) gente acompañando la travesía, sus oasis y tropezones. Hoy quiero omitir la opción salvadora de no nombrar, aún cuando sé que es peligroso desde que ya transitamos los apuros de toda víspera como ésta. Entonces, los primeros nombres que me vienen a la memoria y que comprenden el vacío de cualquier olvido injusto, y por el cual ruego desde ya mil perdones. A Débora, mi profe de literatura, por abrirme esta puerta. A mis talleristas, allá lejos, Amelia y Nora, y a mis antiguos compañeritos, con algunos de los cuales hoy seguimos en contacto. A Jacinto, viejo escritor que ya no está, por la fe que me tenía. A Marcelo, escritor y maestro, por las enseñanzas. A Santiago, poeta y amigo, y a Angélica, por el reencuentro. A toda la gente del Círculo de Escritores del Comahue. A Miguel C., Horacio B., Juan R., Jorge C., y en ellos nombro a tantos, cientos de hermanos de letras que conocí en estos años. A Melina, mi pareja, por su presencia y ese susurro exacto que siempre quiebra los témpanos de la página en blanco. A ellos, y a todos los que omití injustamente merced a algún olvido pero que estuvieron, Gracias.

Y gracias a vos, que seguís siempre o visitás de vez en cuando este Jardín que mantengo inconstante, sí, pero con mucho esfuerzo y amor. Gracias por tu compañía que, como siempre te digo, es la que justifica todo esto. Ojalá acá puedas encontrar esa flor que buscás, o bien alguna otra que te sorprenda, y te la lleves prendida dentro del pecho.

Es mi deseo que tengas una apacible conclusión de año y un feliz y prometedor 2011.

¡Felicidades y nos vemos el año que viene!

viernes, 24 de diciembre de 2010

Natividad



Aun brevemente, continuando esta incómoda costumbre de los últimos tiempos que aún no puedo quebrar, hoy quiero agradecerte por tu compañía de siempre, vecindad floral de caminantes que da sentido a todo esto.

Al mismo tiempo quiero hacerte llegar mis mejores deseos en esta fecha de especial significancia cristiana, pero cuya esencia creo que trasciende los marcos de la fe. Después de todo, significa alumbramiento y por ende esperanza, ese alimento que a veces nos hace tanta falta. También, mientras sea sincero y verdadero, será encuentro. No es poco, recordando las sangrías cotidianas de nuestro país, y nuestra tendencia tan argentina a las divisiones y las fracturas.

Como regalos para el arbolito que ya corona a este Jardín, dos cuentos de antaño. El primero, otra gema de aquel orfebre que fue Mujica Láinez; el otro, un sorpresivo pimpollito del endemoniado e inmortal Oscar Wilde (para accederlos, click en el texto subrayado).
¡Felicidades!

jueves, 23 de diciembre de 2010

También ese día


Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino.


(Cesar Pavese)

lunes, 20 de diciembre de 2010

Agua y fuego



En una metáfora fluvial de la agenda, diría que tras la curva más violenta apareció, abrupta y por fin, la calma ancha, cristalina. Atrás quedaron olvidados, en aquel otro mundo, la espuma, tantos rápidos voraces, mil piedras como corales.

Supongo que ahora viene el tiempo en que aparezco más seguido por acá. Es momento también de apartar un poco el autorreferencialismo que supo campear por estos canteros. Sabés que acá esa nunca fue la norma, aunque creo que la excepción tuvo sus justificativos. Por la puerta entreabierta diré apenas que planeo presentar Yo el pájaro y el cielo allá por marzo o abril, en esta ciudad, como para cerrar el círculo.

Tenía ganas de comentar cierto libro, pero en el interín tropecé con unas palabras de Andrés Neuman. Hablaba del desaparecido y hoy tan mentado Roberto Bolaño, con quien lo unió una relación particular, telefónica, hermandad de letras en estado puro.

Considerando lo que pueden movilizar en esta época de fiesta y extenuación, y viendo la hora que es, muy suelto de cuerpo voy a apelar a las gastadas Ctrl+C:


"Algunos admiradores triviales prefieren imaginar a Bolaño tocado de un incontaminado ascetismo, recluido en el malditismo como si fuera un sacerdocio. En realidad fue un hombre atravesado de pasiones opuestas, ambiciones terrenales y paradojas de conciencia. Sin esa fuerza interior compleja, jamás habría sido el escritor desgarrado que fue. Resultaría ingenuo suponer que Bolaño jamás deseó tener éxito: lo que le sucedió es que, a determinada edad, como muchos de sus personajes, se hartó de esperarlo. Justo antes de obtenerlo a raudales. Bolaño siempre quiso ser reconocido. Y siguió persiguiendo esa meta incluso después de lograrla, como se advierte en la rencorosa (y quizá gratuita) diatriba final de El gaucho insufrible, sembrada de lugares comunes que garantizaban el aplauso complaciente del público supuestamente inconformista. La diferencia entre él y otros escritores no era la pureza, que puede ser un valor cobarde o hipócrita. Ni siquiera la valentía, que el propio autor sobreestimaba con cierto énfasis románticamente correcto. La diferencia fue su singular talento. Y su convicción inquebrantable de que, pase lo que pase, se realicen o no los sueños de grandeza, un escritor de sangre se educa escribiendo, vive escribiendo y se muere escribiendo. Contra viento y marea. Contra todo y contra todos. También contra sí mismo. Esa fue la radical universidad de Bolaño."


"Bolaño vivió durante bastantes años como un moribundo que se despedía. También escribió así: con la furia de las últimas oportunidades, con la melancolía vitalista de los enfermos graves. Pienso que eso es lo que habría que hacer: escribir siempre como moribundos. Como moribundos sanos."

 

martes, 14 de diciembre de 2010

La lección del Maestro



"Ni abogado, ni periodista, ni maestro: lo único que me importaba era escribir y tenía la certidumbre de que si intentaba dedicarme a otra cosa sería siempre un infeliz. Que nadie deduzca de esto que la literatura garantiza la felicidad: trato de decir que quien renuncia a su vocación por "razones prácticas", comete la más impráctica idiotez. Además de la ración normal de desdicha que le corresponda en la vida como ser humano, tendrá la suplementaria de la mala conciencia y la duda. Así, hacia finales de 1958, en una pensión de la calle del Doctor Castelo, no lejos del Retiro, quedó perpetrado el acto de locura: "Voy a tratar de ser un escritor". Todo lo que había escrito hasta entonces: una obrita de teatro, un puñado de poemas, algunos cuentos, copiosos artículos, era muy malo. Decidí que la razón de esa mediocridad eran mi indecisión y cobardía anteriores, no haber asumido la literatura como lo primordial. Había terminado un libro de cuentos, que encontró un editor en Barcelona (misteriosamente, esta ciudad sería la cuna de la publicación de todos mis libros), y el resultado era más bien deprimente. Los había escrito casi todos en Lima, en los resquicios de tiempo libre que me dejaban múltiples y fastidiosos trabajos alimenticios.


Justifiqué así ese fracaso, solo se podía ser escritor si uno organizaba su vida en función de la literatura; si uno pretendía —como había hecho yo hasta entonces— organizar la literatura en función de una vida consagrada a otros amos, el resultado era la catástrofe. Completé esas justificaciones con una teoría voluntarista: la inspiración no existía. Era algo que, tal vez, guiaba las manos de los escultores y pintores, y dictaba imágenes y notas a los oídos de poetas y músicos, pero al novelista no lo visitaba jamás: era el desairado de las musas y estaba condenado a sustituir esa negada colaboración con terquedad, trabajo y paciencia."


(Mario Vargas Llosa)

jueves, 9 de diciembre de 2010

Veinticinco



En cada palabra latirá siempre el anhelo incansable de un roce tuyo: tu piel con ritmo de mariposa, de tarde que se duerme.

En cada párrafo respiran a cada momento las melodías de tu mirar. Tu boca de trópico remontando constelaciones, bailando como tormenta.  

En cada página, sí, definitivamente, te busco y te encuentro. Por eso este oficio, esta sed.

martes, 7 de diciembre de 2010

Libros, nocturnidad y alevosía


Tremendos el nombre y la página. Allá, merced a la gentileza de Santiago Ocampos (entrevistador y amigo) y de Luis Barga (anfitrión) apareció ayer una nota que podés leer entrando acá.

¡Mil gracias a ambos!