domingo, 26 de abril de 2009

Sobre ingenuidades y chabacanerías


Seguimos con el dragado de energías. La adaptación marcha lentamente, como si por honrar promesas peregrinara de rodillas. ¿Entonces qué se hace? Fácil: recurrir al salvavidas sacrílego de Google.
Ciertamente, dicha navegación depara todo tipo de sorpresas. Nos convertimos en una especie de Vasco da Gama, Cook, Colón, cualquiera de aquellos míticos exploradores de un mar sin cartografías. Desde luego, una reedición posmoderna, infinitamente pobretona. Ahora mismo recordé lo sucedido con Cook y me dieron ganas de borrarlo. A lo que llega el desvarío...

¿Que qué le pasó? Si mal no recuerdo, mientras creaba su leyenda desvirgando al océano Pacífico fue que desembarcó en una isla remota. Los habitantes de ésta, tribales y místicos, creyeron que el recién llegado era nada menos que el dios blanco del que hablaban las profecías de los antiguos. Lo trataron como tal hasta que, en una escaramuza, el capitán inglés resultó herido. Con lógica práctica, los nativos del lugar (que no era otro que Hawai) concluyeron en que un dios no puede sangrar ni sufrir heridas. Sin más, perdido todo halo de divinidad, Cook fue muerto y devorado por los desengañados fieles. Paradójica para el caso es la traducción al español de su apellido: "cocinar". Pintoresco, ¿verdad? Lo que aún no me explico es cómo llegamos a hablar de esto cuando comenzamos refiriendo escasez de energías, Google y demas yerbas.

Retomando entonces, diré que en esa navegación topé con el escrito de un tal Vega Zaragoza. Se trata de un decálogo, doce puntos para el escritor incipiente del siglo XXI que dicen así:

I. Todo escritor incipiente tiene el derecho a escribir lo que le venga en gana.

II. Todo escritor incipiente tiene la obligación de escribir lo mejor que pueda.

III. Todo escritor incipiente tiene la obligación ineludible de aspirar a escribir LA OBRA (con mayúsculas, como le gustaría a Cyril Connolly). Esta OBRA puede abarcar desde un cuento o un poema genial hasta 30 ó 40 novelas magistrales. Lo que importa es la aspiración. Si lo logra, ya es otro asunto.

IV. Todo escritor incipiente tiene el derecho de leer lo que le venga en gana (entre más lea, mejor), siempre y cuando estas lecturas incluyan dosis generosas de libros clásicos (¿qué es un clásico?, es como lo define Italo Calvino: “todo aquel libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”, no importa si fue escrito apenas antier o hace 2,500 años).

V. Todo escritor incipiente tiene derecho a ser feliz, vivir dignamente y no morirse de hambre por consagrar su existencia al arte literario (incluso si una vida indigna y desdichada y la inanición pudieran convertirse en valiosa materia prima para sus obras).

Son legítimos los siguientes medios para hacer cumplir este derecho: la manutención paterna incluso a edad avanzada, la herencia familiar, el matrimonio por conveniencia, el mecenazgo interesado, la búsqueda descarada de premios y becas mediante influyentismo y amiguismo, el lenocinio, el crimen individual u organizado, el periodismo, el guionismo, la publicidad, el trabajo editorial, la corrección de textos, la traducción, la escritura fantasma y otras formas legales de esclavitud, siempre y cuando el escritor atienda lo establecido en los primeros cuatro parágrafos de este decálogo.

VI. Todo escritor incipiente tiene la obligación de obtener los conocimientos necesarios para dominar sus herramientas de trabajo y alcanzar la maestría en el oficio literario, no importa si los obtiene en forma autodidacta, talleres literarios o escuelas de escritores. Tiene derecho a cometer errores por inexperiencia o desconocimiento, pero está obligado a corregirlos inmediatamente y no repetirlos en obras subsecuentes.

VII. Una vez que se ha apropiado de estos conocimientos, el escritor incipiente tiene la obligación de olvidarse por completo de ellos y escribir con plena libertad lo que le venga en gana, incluso a sabiendas de que con lo que escribe está rompiendo las reglas gramaticales, la tradición literaria, los géneros, las estructuras o el lenguaje mismo. Se pone énfasis en que sólo se tiene derecho a hacer lo anterior a sabiendas de que se está haciendo y con una intención (definida o indefinida). De ninguna manera tiene permitido hacerlo por desconocimiento, chabacanería o querer pasarse de listo.

VIII. Todo escritor incipiente tiene derecho a retomar y utilizar en sus obras recursos y descubrimientos aparecidos en obras de otros autores; de preferencia de aquellos considerados como los mejores. Este aprovechamiento legítimo será denominado genéricamente como “influencia”, con los siguientes niveles:

a) Si la influencia es leve, pero claramente reconocible, se le denominará “tradición”.

b) Si la influencia es descaradamente obvia, se le denominará “homenaje”.

c) Si la influencia es múltiple y heterogénea, se le denominará “hipertextualidad” o “diálogo intertextual”.

IX. Todo escritor incipiente tiene derecho a tomar como tema o incorporar en su obra referencias a cualquier otro campo de experiencia vital que no corresponda necesariamente al campo literario, tales como las caricaturas, las series de televisión, el habla y la cultura popular, la música juvenil, el cine hollywoodense, los comics, la Internet, los juegos de video, los gadgets tecnológicos, etcétera, sin que por ello se le tilde de “superficial”, “hueco”, “infantil”, “posmoderno”, “light”, o cualquier otra clase de paparruchas que se les ocurren a los críticos literarios “serios” cuando, por ignorancia, holgazanería o esnobismo, no tienen la más peregrina idea de a qué aluden dichas referencias.

X. Es plenamente legítima la aspiración al best-seller. El primer (y más importante) juez de una obra literaria es el lector. Si una obra tiene muchos lectores, algún valor (incluso pequeño) ha de tener. El escritor incipiente está obligado a rechazar el mito de que si nadie entiende lo que escribe (y por lo mismo nadie lo publica) se debe a que es un genio o está adelantado a su tiempo, ya que, en el caso de un escritor incipiente, la probabilidad de que lo anterior sea cierto es dramáticamente nula. Si nadie entiende todavía Finnegans Wake, es porque lo escribió James Joyce, que sí era un genio.

XI. Todo escritor incipiente tiene el legítimo derecho a utilizar los medios necesarios para que su obra sea conocida por el mayor número de personas, incluso si para ello tiene que recurrir a estrategias que aún no han sido integradas plenamente al sistema tradicional de la industria editorial, tales como la autoedición, la edición digital y la distribución electrónica, las páginas web, los blogs, la multimedia, etcétera, y sin que por ello el escritor sea tachado de “ingenuo”, “chabacano” o “poco serio”.

XII. (Derogado).

lunes, 20 de abril de 2009

Lo que no


"En literatura es preciso evitar:

1- Las interpretaciones demasiado inconformistas de obras o de personajes famosos. Por ejemplo, describir la misoginia de Don Juan, etc.

2- Las parejas de personajes groseramente disímiles o contradictorios, como por ejemplo Don Quijote y Sancho Panza, Sherlock Holmes y Watson.

3- La costumbre de caracterizar a los personajes por sus manías, como hace, por ejemplo, Dickens.

4- En el desarrollo de la trama, el recurso a juegos extravagantes con el tiempo o con el espacio, como hacen Faulkner, Borges y Bioy Casares.

5- En las poesías, situaciones o personajes con los que pueda identificarse el lector.

6- Los personajes susceptibles de convertirse en mitos.

7- Las frases, la escenas intencionadamente ligadas a determinado lugar o a determinada época; o sea, el ambiente local.

8- La enumeración caótica.

9- Las metáforas en general, y en particular las metáforas visuales. Más concretamente aún, las metáforas agrícolas, navales o bancarias. Ejemplo absolutamente desaconsejable: Proust.

10- El antropomorfismo.

11- La confección de novelas cuya trama argumental recuerde la de otro libro. Por ejemplo, el Ulysses de Joyce y la Odisea de Homero.

12- Escribir libros que parezcan menús, álbumes, itinerarios o conciertos.

13- Todo aquello que pueda ser ilustrado. Todo lo que pueda sugerir la idea de ser convertido en una película.

14- En los ensayos críticos, toda referencia histórica o biográfica. Evitar siempre las alusiones a la personalidad o a la vida privada de los autores estudiados. Sobre todo, evitar el psicoanálisis.

15- Las escenas domésticas en las novelas policíacas; las escenas dramáticas en los diálogos filosóficos. Y, en fin:

16- Evitar la vanidad, la modestia, la pederastia, la ausencia de pederastia, el suicidio."


(Jorge Luis Borges)

martes, 14 de abril de 2009

En la creciente radiosa


Tiempos de cambio, tan prometedores como demandantes. Había pensado en traer algo un poco elaborado, en parar por un rato con el facilismo tramposo de colgar textos ajenos. Lo quería y lo quiero, que no te queden dudas. Pero (acá viene la excusa) este nuevo trajín me está desgajando. Durante gran parte del día falta tiempo y sobre todo energía, la mente que arrastra los pies. A duras penas hago tiempo para escribir, y la calidad de lo que sale me genera bastante duda. Admito que parece una queja pero desde luego que no lo es. Quería este cambio, lo anhelé durante mucho tiempo, también lo necesitaba. Y confío plenamente en la capacidad de adaptación.

Bueno, la antedicha perorata no es otra cosa que el prólogo para...sí, ¡más escritos ajenos! Esta vez de la inigualable Marguerite Yourcenar. Narradora impactante, como poeta no se quedó atras. Un par de botones de muestra:


CANTINELA PARA UN FLAUTISTA CIEGO

Flauta en la noche solitaria
Presencia de una lágrima;
Todos los silencios de la tierra
Son pétalos de tu flor.

Sopla en la sombra tu polen,
Alma llorando, casi sin ruido,
Miel de una boca profunda
Que al besar la noche fluye.

Y si tus lentas cadencias
Son el pulso de las tardes de verano
Convéncenos que el cielo baila
Porque un ciego cantó.


FUEGOS

Lo mismo ocurre con un perro, con una pantera o con una cigarra. Leda decía: “Ya no soy libre para suicidarme desde que me he comprado un cisne”.

La muerte es un sacramento del que sólo son dignos los más puros: muchos hombres se deshacen, pero pocos hombres mueren.

No puede construirse una felicidad sino sobre los cimientos de una desesperación. Creo que voy a ponerme a construir.

Que no se acuse a nadie de mi vida.

No soporté bien la felicidad. Falta de costumbre. En tus brazos, lo único que yo podía hacer era morir.

Existe un plan general para el universo. Sólo salimos en los momentos sublimes.

En el avión, cerca de ti, ya no le tengo miedo al peligro. Uno sólo muere cuando está solo.

Existe entre nosotros algo mejor que un amor: una complicidad.



Y para el final, esta gema sublime. ¿Qué adjetivo se le puede poner a semejante talento?

Tú la avispa y yo la rosa;
Tú el mar, yo la escollera;
En la creciente radiosa
Tú el Fénix, yo la hoguera.
Tú el Narciso y yo la fuente,
En mis ojos tú brillando;
Tú el río y yo el puente;
Yo la onda en mí nadando.
Y tú el sol y la sal
Y en los labios el caudal
Del rumor meciendo el juego.
Yo el pájaro y el cielo
Azul cruzando su vuelo,
Como el alma atiza el fuego.

jueves, 9 de abril de 2009

Cinco


Dos rojas lenguas de fuego
que a un mismo tronco enlazadas
se aproximan, y al besarse
forman una sola llama.

Dos notas que del laúd
a un tiempo la mano arranca,
y en el espacio se encuentran
y armoniosas se abrazan.

Dos olas que vienen juntas
a morir sobre una playa
y que al romper se coronan
con un penacho de plata.

Dos jirones de vapor
que del lago se levantan,
y al juntarse allá en el cielo
forman una nube blanca.

Dos ideas que al par brotan,
dos besos que a un tiempo estallan,
dos ecos que se confunden,
eso son nuestras dos almas.

(Gustavo Adolfo Bécquer)



lunes, 6 de abril de 2009

Sin mirar atrás


"(...) nací para escribir. La palabra es mi dominio sobre el mundo. Tuve desde la infancia varias vocaciones que me llamaban ardientemente. Una de las vocaciones era escribir. Y no sé por qué, fue ésta la que seguí. Tal vez porque para las otras vocaciones necesitaría un largo aprendizaje, mientras que para escribir el aprendizaje es la propia vida viviéndose en nosotros y nuestro alrededor. Es que no sé estudiar. Y, para escribir, el único estudio es justamente escribir. Me adiestré desde los siete años para tener un día la lengua en mi poder. Y no obstante, cada vez que voy a escribir, es como si fuera la primera vez. Cada libro mío es un estreno penoso y feliz. Esa capacidad de renovarme toda, a medida que el tiempo pasa, es lo que yo llamo vivir y escribir."


(Clarice Lispector)

miércoles, 1 de abril de 2009

Esplendor


Brillante albor de abril. Quizás impensable tiempo atrás, pero pareciera ser tiempo de que varias cuestiones pendientes vayan acomodándose, suavemente, en sus sitiales correctos. Bueno, alguna vez te comenté sobre cierta manía que tengo: un tono ambiguo para referirme a mí. Habrás notado que esta no es la excepción.

El otro día te prometí un cuento. ¿Qué decir de Faulkner? Hubo algunos Nobel de Literatura que fueron controversiales, como así tambien otros cuyos merecimientos resultaron frustrados por razones varias, extra-literarias por lo general (Borges y Yourcenar, por poner dos nombres). Pero si hubo un ganador sin discusiones del laurel máximo, ese es William Faulkner. Se autodefinía como "un granjero que cuenta historias", pero fue dueño de un talento irrepetible, de una maestría técnica que no es de este mundo. "El sonido y la furia" es, entre sus libros, quizás aquel que muestra a las claras su infinita gama de recursos. Joya de la narrativa experimental, está estructurada en cuatro capítulos a cargo de diferentes personajes, integrantes de una decadente familia del más rancio sur estadounidense: Benjy, autista y con retraso mental, que percibe el mundo con simpleza rústica, pero que tiene destellos de cierta y especial percepción; Quentin, el más inteligente de la familia, torturado por sus traumas y demonios, martirio que lo va desangrando a través de páginas y páginas en las que Faulkner exhibe lo mejor de sus inigualables condiciones (en este caso, con dos de sus juguetes predilectos: el monólogo interior y el flujo de conciencia). Quedan dos capítulos, claro, pero lo dejamos acá porque aún no terminé el libro.

Ah, me olvidaba del cuento. Como siempre, pulsando en el texto coloreado accedés a él.

¡Hasta pronto!