sábado, 31 de julio de 2010

Fluir





Óyeme como quien oye llover,

ni atenta ni distraída,

pasos leves, llovizna,

agua que es aire, aire que es tiempo,

el día no acaba de irse,

la noche no llega todavía,
figuraciones de la niebla
al doblar la esquina,

figuraciones del tiempo
en el recodo de esta pausa,

óyeme como quien oye llover,

sin oírme, oyendo lo que digo

con los ojos abiertos hacia adentro,

dormida con los cinco sentidos despiertos,
llueve, pasos leves, rumor de sílabas,
aire y agua, palabras que no pesan:

lo que fuimos y somos,
los días y los años, este instante,

tiempo sin peso, pesadumbre enorme,
óyeme como quien oye llover,
relumbra el asfalto húmedo,

el vaho se levanta y camina,

la noche se abre y me mira,

eres tú y tu talle de vaho,
tú y tu cara de noche,
tú y tu pelo, lento relámpago,

cruzas la calle y entras en mi frente,

pasos de agua sobre mis párpados,

óyeme como quien oye llover,

el asfalto relumbra, tú cruzas la calle,

es la niebla errante en la noche,

como quien oye llover

es la noche dormida en tu cama,

es el oleaje de tu respiración,

tus dedos de agua mojan mi frente,
tus dedos de llama queman mis ojos,
tus dedos de aire abren los párpados del tiempo,
manar de apariciones y resurrecciones,
óyeme como quien oye llover,
pasan los años, regresan los instantes,
¿oyes tus pasos en el cuarto vecino?
no aquí ni allá: los oyes
en otro tiempo que es ahora mismo,
oye los pasos del tiempo

inventor de lugares sin peso ni sitio,

oye la lluvia correr por la terraza,

la noche ya es más noche en la arboleda,
en los follajes ha anidado el rayo,
vago jardín a la deriva

entra, tu sombra cubre esta página.


(Como quien oye llover
, de Octavio Paz)

lunes, 26 de julio de 2010

Gracias





Por un resquicio de este tiempo vacío, infestado de páginas desérticas, se coló una linda sorpresa, cortesía de un amigo.

Primero lo presento: Santiago Ocampos, poeta, cipoleño, libros publicados y galardones varios que son consecuencias inevitables de su talento descomunal, de su finísima percepción para desnudar en tres versos lo intangible, lo humano, lo que se proponga.

En su condición de corrector literario, publicó en su blog una reseña sobre Yo el pájaro y el cielo (pulsando en los textos resaltados accedés a los enlaces).

De todo corazón agradezco todas y cada una de sus palabras, su gentileza y su amistad.

lunes, 19 de julio de 2010

Ahora y después



Como verás, ya está vigente el cambio visual prometido alguna vez. Sí, sí, sé que era hora.

Aprovechando que estamos acá te comento un par de cosas relacionadas a Yo el pájaro y el cielo. Ya está en movimiento un plan para presentarla acá, Cipolletti, más menos en agosto o bien comienzos de septiembre. Por otro lado, sigue en marcha la idea de presentaciones conjuntas con Pablo Tolosa y Silvia Rodríguez (los ganadores de cuento y poesía en los concursos del Fondo Editorial Rionegrino), tal como hicimos en la Feria del Libro de Buenos Aires. Aparentemente la primera sería en El Bolsón, los pagos de Silvia, y Cultura tendría injerencia en el armado.

Y como hablamos del libro, hago un paréntesis para la distribución. Ante las reiteradas consultas sobre los puntos de venta en la provincia, repito por enésima vez la misma respuesta, claro está que obligada: Oportunamente solicité el listado de librerías a Cultura (varias veces, todo hay que decirlo) y hasta ahora no tuve resultado alguna, salvo promesas de respuesta. Ese es el hecho concreto y por ahora prefiero quedarme ahí dentro.

Me consta por Castañeda que el libro está disponible en la biblioteca pública de Valcheta, así que supongo que lo mismo vale para otras ciudades. Si vivís en Río Negro y estás al tanto de algo al respecto, ruego me hagas llegar la info. ¡Gracias!

miércoles, 14 de julio de 2010

Ahora



Mi vida: tantos días
que no estuve en El Cuzco
ni en Siena ni en Grenoble,
tantos aviones rubricando el cielo
en los que yo no iba, tantas voces
cuyo calor jamás
tocó mi corazón.
Sólo el tiempo, vacío,
sólo el tiempo, esta estepa
desesperada, sólo
ver los martes, los miércoles, los jueves,
ver cómo se suceden, implacables,
los tubos de Colgate.

(Insisto, de
Miguel d'Ors)

viernes, 9 de julio de 2010

Veintiuno



Te decía en la carta
que juntar cuatro versos
no era tener el pasaporte a la felicidad
timbrado en el bolsillo,
y otras cosas más o menos serias
como dándote a entender
que desde antiguamente soy tu cómplice
cuando bajas a los arsenales de la noche
y pones toda tu alma
y la respiración
perfectamente controlada,
por mantener en pie tus rebeliones
tus milicias secretas
a costa de ese tiempo perdido
en comerte las uñas, en mantener a raya
tus palpitaciones,
en golpearte el pecho por los malos sueños,
y no sé cuántas cosas más
que, francamente, te gastan la salud
cuando en el fondo
sabes que estoy contigo
aunque no te vea
ni tome desayuno en tu mesa
ni mi cabeza amanezca en tu pecho
como un niño con frío,
y eso no necesita escribirse.


(Los cómplices, de Gonzalo Rojas)

martes, 6 de julio de 2010

De corrido



Últimamente se aprecia cierta tendencia. Tal vez se deba al tan defenestrado vértigo posmoderno, que aprieta agendas y por ende también lectores, pero por una u otra causa asistimos a tiempos de gloria para la narrativa breve e hiperbreve. Hablamos de artesanías químicamente puras, de un delicadísimo origami de palabras. Y en esto, típico cuando nos referimos a literatura, también hay mexicanos que destacan.

Siempre recuerdo a una profesora del secundario que solía repetir: "México tiene una historia tristísima". Aludía a un pasado de dictadores brutales y revoluciones armadas, a una naturaleza irascible, a la condena geográfica que significa la sombra de las alas -y las garras- del depredador más voraz de todos: el águila calva del Norte. Por eso es probable que el Viejo Vizcacha de nuestras letras, Dalmiro Sáenz, haya pensado en México cuando dijo aquello de que el boxeo y el arte se alimentan de las injusticias, y por eso Suiza no tenía ni boxeadores ni escritores. En cambio, debajo de cada adoquín del Zócalo, en las junglas del sur y en los médanos calientes de Coahuila hay tierra fértil para campeones mundiales y autores laureados, Premio Nobel 1990 incluído.

Uno de esos autores fue el recientemente fallecido Juan José Arreola. Punzante, eléctrico, maestro en el arte difícil de la brevedad precisa. Descolló en el cuento breve, y acá va una muestra:


"Corrido"


"Hay en Zapotlán una plaza que le dicen de Ameca, quién sabe por qué. Una calle ancha y empedrada se da contra un testerazo, partiéndose en dos. Por allí desemboca el pueblo en sus campos de maíz.

Así es la Plazuela de Ameca, con su esquina ochavada y sus casas de grandes portones. Y en ella se encontraron una tarde, hace mucho, dos rivales de ocasión. Pero hubo una muchacha de por medio.

La Plazuela de Ameca es tránsito de carretas. Y las ruedas muelen la tierra de los baches, hasta hacerla finita, finita. Un polvo de tepetate que arde en los ojos, cuando el viento sopla. Y allí había, hasta hace poco, un hidrante. Un caño de agua de dos pajas, con su llave de bronce y su pileta de piedra.

La que primero llegó fue la muchacha con su cántaro rojo, por la ancha calle que se parte en dos. Los rivales caminaban frente a ella, por las calles de los lados, sin saber que se darían un tope en el testerazo. Ellos y la muchacha parecía que iban de acuerdo con el destino, cada uno por su calle.

La muchacha iba por agua y abrió la llave. En ese momento los dos hombres quedaron al descubierto, sabiéndose interesados en lo mismo. Allí se acabó la calle de cada quien, y ninguno quiso dar paso adelante. La mirada que se echaron fue poniéndose tirante, y ninguno bajaba la vista.

-Oiga amigo, qué me mira.

-La vista es muy natural.

Tal parece que así se dijeron, sin hablar. La mirada lo estaba diciendo todo. Y ni un ai te va, ni ai te viene. En la plaza que los vecinos dejaron desierta como adrede, la cosa iba a comenzar.

El chorro de agua, al mismo tiempo que el cántaro, los estaba llenando de ganas de pelear. Era lo único que estorbaba aquel silencio tan entero. La muchacha cerró la llave dándose cuenta cuando ya el agua se derramaba. Se echó el cántaro al hombro, casi corriendo con susto.

Los que la quisieron estaban en el último suspenso, como los gallos todavía sin soltar, embebidos uno y otro en los puntos negros de sus ojos. Al subir la banqueta del otro lado, la muchacha dio un mal paso y el cántaro y el agua se hicieron trizas en el suelo.

Ésa fue la merita señal. Uno con daga, pero así de grande, y otro con machete costeño. Y se dieron de cuchillazos, sacándose el golpe un poco con el sarape. De la muchacha no quedó más que la mancha de agua, y allí están los dos peleando por los destrozos del cántaro.

Los dos eran buenos, y los dos se dieron en la madre. En aquella tarde que se iba y se detuvo. Los dos se quedaron allí bocarriba, quién degollado y quién con la cabeza partida. Como los gallos buenos, que nomás a uno le queda tantito resuello.

Muchas gentes vinieron después, a la nochecita. Mujeres que se pusieron a rezar y hombres que dizque iban a dar parte. Uno de los muertos todavía alcanzó a decir algo: preguntó que si también al otro se lo había llevado la tiznada.

Después se supo que hubo una muchacha de por medio. Y la del cántaro quebrado se quedó con la mala fama del pleito. Dicen que ni siquiera se casó. Aunque se hubiera ido hasta Jilotlán de los Dolores, allá habría llegado con ella, a lo mejor antes que ella, su mal nombre de mancornadora."