miércoles, 28 de abril de 2010

Allá



Profanado como nunca antes, maldecido por las hordas y sus sillas. Pero siempre seguirá siendo nuestro templo, nuestra sagrada Shangri-La de papel impreso.

Hacia allá iremos, a pesar de la náusea y la tristeza por esa nueva "hazaña" de los esbirros.

Mal que le pese a las altas esferas de ayer y de hoy: no pudieron ni las piras del Tercer Reich, ni las falanges, ni las mordazas. Invencible e inmortal, así fue y será el libro. Porque es algo inmaterial lo que lo traspasa y lo trasciende, reduciendo a lo físico y sus torpezas a nada más que anécdotas.

En fin, el punto es que iremos. Quiero agradecer públicamente a mis hermanos de letras, compañeros del CEC que compartirán conmigo esa hora mágica que tan rápido se acerca...

viernes, 23 de abril de 2010

De perlas



Últimamente sucede de todo y muy rápido. Aprovecho este mínimo resquicio para algunos bonitos avisos parroquiales.

Primeramente, agradecer de nuevo a la gente de La Mañana de Cipolletti por la nota publicada ayer. Siempre destacaron por su gentileza hacia los escritores locales, y es lindo ver que mantienen la costumbre.

Después, otra linda noticia. Ya está materialmente lista la segunda antología del Círculo de Escritores del Comahue, volumen del que formo parte. El proceso de edición ha sido vertiginoso y salió más que bien por lo que me contaron hace un rato. No hubiera sido posible sin la dedicación de Alba Burgos y Pablo Baico, quienes pusieron mucho de su tiempo y de su esfuerzo para corregir, compaginar y diagramar todo. A ellos, gracias.

Por último pero no menos importante, un pantallazo del presente y futuro inmediatos para los rionegrinos en la Feria del Libro de Buenos Aires. Dicho sea de paso, y por lo que vi por ahí, la hora gloriosa será a partir de las 17:30 del 8 de mayo, en la sala Alfonsina Storni del predio ferial. Dios mediante, ahí estaremos.

sábado, 17 de abril de 2010

Malabarista


De regreso, antes de que nos tape la maleza.

Esta vez te invito a un autor de nuestros pagos, poeta él. Dice Horacio García en el documento y en la tapa de Malabares (Hominis dubitae), su primer libro: bandada, ráfaga, donde se autopresenta así:

“Horacio García nació en Capital Federal; abril del ’63. Luego de varios desencuentros, entendió que abrigarse en el anonimato sureño aliviaría sus dudas. Veinticinco años sobreviviendo en un esponjoso y nefasto sistema lo convencieron de que estaba equivocado.
Jamás participó de concursos literarios: ninguna medalla o cucarda iluminan su pecho; nunca fue amigo de los encuentros, congresos, talleres, seminarios o charlas invocadas en nombre de la literatura; no hay en su haber diploma alguno que colgar en la pared.
Nunca recurrió a la experiencia lisérgica, mística, mágica, hipnótica, religiosa, política o social para elaborar sus escritos; dice que sólo mira alrededor y escribe para que el dolor lo deje en paz; se autodefine egoísta.
Su primer libro fue editado por la infatigable insistencia de aquellos que conocen sus textos; por tanto, él asegura que se desprende de lo que dijo, o de lo que no dijo.
Dice que les manda un afectuoso saludo.
Por mi parte, nada más.”


Todo lo anterior hace inevitable algún fulgor:


Nunca ha sido un juego este riesgo de nombrarte.

Aprender a mirarme en el rostro de esa voluntad
que por insistir en alejarme
me acerca más.

Nunca estoy demasiado lejos ni demasiado cerca.

Manotazos al aire;
y las bocas un rumor, un viento de nada.

Cada vez
recuerdo
calculo el salto:
mido la distancia tomo carrera cierro los ojos abro la boca.
Me lanzo.

Y

Cada vez
recuerdo
que salto hacia vos
caigo en tu costado.

Quizás sea por insistir en jugar
a este riesgo de nombrarte.

("Correr el riesgo")

viernes, 9 de abril de 2010

Diecisiete



El día ha amanecido.
Anoche te he tenido en mis brazos.
Qué misterioso es el color de la carne.
Anoche, más suave que nunca:
Carne casi soñada.
Lo mismo que si el alma al fin fuera tangible.
Alma mía, tus bordes,
tu casi luz, tu tibieza conforme. Repasaba tu pecho, tu garganta,
tu cintura: lo terso,
lo misterioso, lo maravillosamente expresado.
Tocaba despacio, despacísimo, lento,
el inoíble rumor del alma pura, del alma manifestada.
Esa noche, abarcable; cada día, cada minuto, abarcable.
El alma con su olor a azucena.
Oh, no: con su sima,
con su irrupción misteriosa de bulto vivo.
El alma por donde navegar no es preciso
porque a mi lado extendida, arribada, se muestra
como una inmensa flor; oh, no: como un cuerpo
maravillosamente investido.
Ondas de alma..., alma reconocible.
Mirando, tentando su brillo conforme,
su limitado brillo que mi mano somete,
creo,
creo, amor mío, realidad, mi destino,
alma olorosa, espíritu que se realiza,
maravilloso misterio que lentamente se teje,
hasta hacerse ya como un cuerpo,
comunicación que bajo mis ojos miro formarse,
organizarse,
y conformemente brillar,
trasminar ,
trascender,
en su dibujo bellísimo,
en su sola verdad de cuerpo advenido;
oh dulce realidad que yo aprieto, con mi mano,
que por una manifestada suavidad se desliza.

Así, amada mía,cuando desnuda te rozo,
cuando muy lento, despacísimo, regaladamente te toco
en la maravillosa noche de nuestro amor.
Con luz, para mirarte.
Con bella luz porque es para ti.
Para engolfarme en mi dicha.
Para olerte, adorarte,
para, ceñida, trastornarme con tu emanación.
Para amasarte con estos brazos que sin cansancio se ahorman.
Para sentir contra mi pecho todos los brillos,
contagiándome de ti,
que, alma, como una niña sonríes
cuando te digo: « Alma mía... »


(El alma, de Vicente Aleixandre)

viernes, 2 de abril de 2010

2 de abril



Les tocó en suerte una época extraña. El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos.
Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras. López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward en la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer El Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en un aula de la calle Viamonte. Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.


(Juan López y John Ward, de Jorge Luis Borges)

jueves, 1 de abril de 2010

Canción otoñal



Le esposarán las manos por la espalda,
pero él tendrá seis años
y correrá mojado entre las altas
hierbas de su memoria.

Le cerrarán la puerta,
se callará la llave al otro lado,
y él verá los sinsontes entre los patriarcales
olmos de Baton Rouge, la via del Babuino,
las bateas azules de Cangas de Morrazo.

Le pondrán cualquier número, lo formarán en fila,
lo contarán, y él, mientras,
cabalgará cantando contra el viento
desmedido de algún acantilado.

Lo matarán y nunca se habrá muerto,
y sobre su cadáver, a pie firme,
le sonreirá a los muertos que le miren
al otro extremo de las metralletas.


(Vaticinio, de Miguel d'Ors)