lunes, 15 de agosto de 2011

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Final para el juego de las escondidas. Diré entonces que las tres entradas anteriores conforman el primer capítulo de mi novela Yo el pájaro y el cielo. Como ya comenté alguna vez, se hizo libro luego de obtener el primer premio en el concurso convocado por el Fondo Editorial Rionegrino en el año 2009, instancia en la que actuaron como jurados el editor Gastón Gallo, José Amícola (catedrático U.N.L.P.), y Alberto Laiseca. El año pasado, en tanto, se presentó en la Feria del Libro de Buenos Aires (foto) e integró el stand de Argentina en la Feria del Libro de Frankfurt.

Por fin, luego de muchos devaneos y postergaciones, ya hay fecha y lugar para la presentación individual y la firma de ejemplares: viernes 2 de septiembre del corriente, a las 19:30 horas, en la sala auditorio de la Biblioteca Popular "Bernardino Rivadavia" (Av. Mengelle al 200 de Cipolletti, R.N.). El acto estará a cargo de la periodista (y gran amiga mía) Gladys Azpeytía.

Un detalle: será también una bonita forma de festejar mi trigésimo cumpleaños, que sucederá el primer día del mes venidero.

Desde ya, ¡todos invitados!

viernes, 12 de agosto de 2011

Desenlance...(?)




(viene de la entrada anterior)

"El altímetro disminuye y los latidos arrecian. La excitación de la batalla inminente se impone en las entrañas. Con los dedos acaricio el disparador de las ametralladoras, que está en la misma palanca de mando, lo paladeo a conciencia. Por lo menos uno de ellos tiene que ser mío, me repito una y otra vez mientras los puntos negros van definiendo sus formas. Son dos torpes y lentos FE2 ingleses. Aunque cargan armas traseras será fácil, tanto que quizás nos convenga acercarnos más para así economizar balas; otra cosa sería un desperdicio indigno para la sencillez de la tarea. Una de las víctimas titila fogonazos, enmudecidos por la distancia aún excesiva que separa a cazadores de presas. Nos han visto y la consciencia del destino debió enloquecer a esos hombres. El otro avión también dispara, y ahora sí dos o tres tableteos se cuelan entre los ronquidos del motor que han parado de golpe. También esa ametralladora ha callado... pero dispara sin parar, estamos cerca y el cañón escupe fuego con nitidez y desesperación. Y la hélice sigue girando. Algo está mal, y entonces un líquido caliente corre por mi cara. Torpemente me saco un guante y la mano blanca se mete con dificultad debajo de la capucha, hacia ese lugar donde late un aguijón punzante y lejano, para salir temblorosa y roja; un color que se me confunde cuando la sangre chorrea por mi frente y me inunda los ojos.

Algo cruje. Es el ala inferior del biplano, porque caemos sin control. Tendría que tomar la palanca de mando, escurridiza y danzarina, para evitar el desastre que anuncia el altímetro. Tiro de ella con fuerza hacia mí, como si quisiera abrazarla. El avión reacciona, enderezándose con esfuerzo. El dolor es una estaca que se clava a martillazos en el cráneo. Apenas puedo ver el lugar donde intentaré aterrizar, un campo de tierra muy roja, arrasada, llena de cráteres que se agigantan cada vez más. Es la tierra muerta que se extiende entre las dos líneas infinitas de trincheras. Balbuceo una oración hasta que un golpe fuerte me interrumpe. Oscuridad.

Están cerca. Son dos. Los puedo sentir.

- ¿Estás despierto?

Era la voz del doctor Koppen.

- Sí.

- Llegó el momento. ¿Puedes incorporarte un poco?

Apenas podía, hasta que un brazo me cruzó la espalda para salir bajo el hombro izquierdo. Luego otro más repitió la operación por adelante, para terminar acoplando ambas manos y así apuntalarme. Quedé paralizado. Qué suavidad y delicadeza las de ese abrazo improvisado para ayudarme.

Chasqueó una tijera y las vendas se fueron retirando para mostrar la claridad y sus excesos. Poco después el mundo empezó a dibujarse entre tanta luz.

El doctor Koppen me miraba contento; lo acompañaba una enfermera rubia, de rostro delicado, ocupada en el montón de vendas sobrantes. Mientras, el doctor examinaba la herida:

- Realmente tuviste mucha suerte. Unos milímetros más hacia adentro y ese disparo te hubiera arrancado la cabeza de cuajo. ¿Recuerdas algo?

- Sí. Perseguíamos a dos. Tenían el sol en contra pero de alguna manera nos vieron. Fue el observador de uno de ellos. Una bala perdida, disparó desde muy lejos y apuntando mal.

- Bueno, de cualquier manera su suerte se terminó en ese momento. Tus muchachos terminaron el trabajo. Tu hermano hizo enviar el reporte.

Quise sonreír pero una puntada en la herida me lo impidió.

- No te preocupes, estarás bien. La herida se ve impresionante pero es superficial; quizás el proyectil haya golpeado un poco pero nada indica que sea grave. Estás un poco débil, pero es cuestión de días. Katharine te pondrá un vendaje reducido.

Katharine. Entonces así se llamaba.

- Doctor - dije por instinto.

Koppen volvió sobre sus pasos.

- ¿Cuando podré regresar al frente?

Una sonrisa compasiva se le dibujó en la boca.

- Ya hablaremos sobre eso, Manfred.  

Su respuesta era intranquilizadora. Aparentaba ser el preludio para lo que yo no quería oír, una suerte de anestesia. En eso pensaba cuando sentí las manos de Katharine aplicando el vendaje. Delicadamente, como si estuviera envolviendo porcelana. Me quedé muy quieto, la respiración tenue. Estábamos solos en ese lugar, una habitación individual, algo extraño a la usanza de los hospitales militares.

- ¿Dónde estamos? – pregunté.

Algunos segundos después:

- A unos kilómetros del frente. Este edificio era una escuela y ahora lo usamos como hospital de campaña, uno de los más próximos a la línea.

Hablaba despacio, concentrada en su tarea. Luego siguió enroscando el vendaje hasta concluirlo. Con un gesto señaló una campana sobre la mesa de luz y salió de la habitación, antes que pudiera decirle nada más.

Recién cuando sus pasos se perdieron en el pasillo pude recobrar la respiración normal. Inconscientemente acaricié las vendas, rozando apenas la tela tibia. Pensé en eso hasta que me dormí."




miércoles, 10 de agosto de 2011

Nudo


 
(viene de la entrada anterior)

" Entonces me sacudió un sobresalto. Más oscuridad; el cuerpo lejano, como flotando en agua espesa. Tenía algo en la cabeza. Vendas, vueltas y vueltas. Muy cerca alguien habló:

- Manfred, de verdad nos alegra mucho tenerte de vuelta con nosotros.

La voz madura, serena, con ese tono que tranquiliza… y sonaba familiar…

Enseguida la misma voz continuó:

- Soy el doctor Koppen, y estás en un hospital del ejército imperial. Te estrellaste y unos soldados te trajeron, a ellos debes tu vida. Ahora no te preocupes, estás a salvo y fuera de peligro. Descansa, ya te contaremos más.

El doctor Otto Koppen, claro. Eso explicaba la familiaridad lejana de su voz. Un viejo amigo de Padre, desde la época en que ambos fueron cadetes en la academia militar de Lichterfelde, antes de que Koppen pidiera la baja para estudiar medicina mientras Padre se graduaba de oficial con todos los honores. Y a pesar de la bifurcación de los caminos, de que uno se especializara en matar y el otro en salvar, mantuvieron correspondencia frecuente. Inolvidable era el gesto feliz de Padre cuando leía el nombre de su amigo en un sobre, o cuando permanecía hasta altas horas de la noche escribiendo afanosamente, en la penumbra de la biblioteca, la esquela donde le contaba las últimas maniobras de su regimiento, el doce de Ulanos; también sobre la familia, especialmente su hijo mayor, el que un día también sería oficial de caballería y al que ya estaba enseñando a montar y cazar. Lo supe durante una visita del doctor a nuestra casa, en la navidad del año 1900. Entonces ambos departieron en la biblioteca, junto al fuego, mientras me mantenía a su lado, en exhibición. Los detalles de esa conversación de adultos con alcohol de por medio se perdieron en el tiempo, pero algo quedó grabado. La punta de la verdad sobre aquellas lecciones que parecían juegos en el bosque.

El resto del témpano emergió un año después. Fue cuando Padre interrumpió el almuerzo para anunciar, solemne, que me había anotado en el liceo militar, antesala necesaria para Lichterferlde. En ese momento, mientras se imponía un silencio tirante y Madre se atragantaba con la sopa, las piezas flotantes del rompecabezas se apareaban hasta encastrar perfectamente.

Pero entre esos recuerdos últimos de la infancia relampaguearon las imágenes más recientes. Tan nítidas. Estoy otra vez en la cabina de mi avión, un biplano Albatros pintado de rojo. El sonido del motor es un ronroneo tenue, casi inaudible entre el silencio sospechoso que reina en esas nubes blancuzcas que la hélice va desgajando. Puedo sentir al enemigo, sé que está cerca. Volteo la cabeza y compruebo que mis muchachos mantienen la formación, atrás y un poco más arriba. Ellos esperan como el cazador que se aferra a su escopeta y no saca la vista de los perros que indicarán la presa; ciegamente confían en mi señal que aunque no lo sepan llegará pronto. Entonces los veo. Abajo, hacia la izquierda. Dos puntitos negros que se deslizan adormecidos, como ajenos al peligro que los acecha. Un gesto de mi mano y el avión enfocado hacia las presas son la señal que ansiaban. Ataca desde arriba y con el sol detrás. Es el eco lejano de Oswald que me habla al  oído, que desgrana su sabiduría siempre que su discípulo entra en combate. Sólo un milagro puede hacer que esos hombres vean otro atardecer."
(Continuará) 

domingo, 7 de agosto de 2011

Inicio



 
"Estoy muerto. Oscuridad. De golpe el mundo blanco la nieve quema en la piel y en los ojos. Una voz distante ardiente muy blanca y entonces la explosión y la mancha roja, como de mujer, crece muy roja en la nieve doctor, doctor, rojo el avión en las nubes. Oscuridad. Está cerca, puedo sentirlo tiene miedo no hay escape, doctor venga por favor allá está, abajo a la izquierda por detrás y desde arriba dice Oswald, es mío. Pasos resonaron cerca, aproximándose dispara a corta distancia, dispara cuando lo veas bien me acerco falta poco, armas listas ya es mío, me rodearon, son varios, podía sentirlos, me acerco y el destello latidos en mi cabeza, está moviendo la mano dice otra voz mi mano mojada roja como la nieve mi vista roja, caliente, latidos.
Oscuridad".
(Continuará...)

lunes, 1 de agosto de 2011

Parece parece...



... que ahora sí. Luego de tantos amagues y vacilaciones, finalmente los planetas se van alineando. Esta vez, un pie ya pasó la línea de no retorno. La mitad del otro también.

Falta confirmar fecha exacta y lugar preciso, entre otros asuntos, claro está.

Pero sí: hay un plan, un deseo, una intención de...