sábado, 31 de enero de 2009

Match Point


No descubro la pólvora al decir que el cine y la literatura tienen muchos puntos de contacto. Más allá de los que resultan obvios, hay uno que resulta interesante (al menos para mí): las técnicas narrativas. Evidentemente, una película cuenta una historia. Para narrarla, entonces, se utiliza una gama interminable de recursos. Acá viene lo interesante: muchos de esos recursos pueden ser reconvertidos en técnicas literarias. Y no me refiero sólo al cine "artístico", el de Fellini o Kurosawa, por tirar dos nombres. También se pueden rescatar algunas perlas de películas posmodernas, comerciales. Particularmente soy un simple mirador, sin mucho conocimiento de este arte más allá de nombres y datos sueltos. Sí, lo digo para declararme inimputable. Pero puedo mencionar un par cuyos trucos narrativos me llamaron la atención: "Snatch" y la saga de "Kill Bill". No he visto mucho más de sus directores (Guy Ritchie y Tarantino, respectivamente), pero al menos en esa tríada hay algunos pases de magia.

Y si hablamos de cine, Woody Allen es inevitable. Hoy te traigo algunos fragmentos de un libro, obra de un periodista francés, provenientes del capítulo "El guión, la narración". Desde luego que es otro arte, pero sus palabras pueden encajar sin problemas en nuestra amada literatura. Ah, el libro se llama "Conversaciones con Woody Allen", y en partes dice así:

"No entro a juzgar la calidad literaria de mis guiones, pero sí que todo está descrito con el mayor detalle y, sin embargo, son muchas las cosas que cambian nada más iniciado el rodaje. El guión (script) sirve de punto de partida, de material de base. Es necesario para poner en marcha la máquina, pero yo sigo escribiendo mucho durante el rodaje. No escribo con una intención, con un objetivo; me hago sobre todo preguntas relativas a la estructura del relato. Pero al principio necesito una buena idea (o algo que lo parezca), siendo el gran problema que sólo una vez terminada la película podremos estar seguros de que lo era efectivamente. Creo que el punto de partida, el "concepto de base", es crucial. Si uno se ha equivocado, nada podrá salvar la película; ni la habilidad de la escritura ni la calidad de la realización ni el virtuosismo del montaje."

"A continuación, cuando uno cree que cuenta con una buena idea de partida, no hay que olvidar seguir formulándose preguntas, aunque esto no forme parte como tal de mi carácter. No tengo una inclinación natural hacia la instrospección. Prefiero, con mucho, el acto de escribir, que para mí supone un placer real. Más divertido que dar vueltas por la habitación preguntándote qué estás contando o adónde te conduce todo esto. Sin embargo, hay que hacerlo. Necesito saber adónde voy antes que cuál va a ser el camino que voy a seguir para conseguir mi objetivo."

"No escribo con computadora. No soy aficionado a los inventos ni a la tecnología sofisticada. En mi casa no hay ni una cadena de alta fidelidad ultramoderna ni desciende del techo una pantalla de video gigante, ni siquiera dispongo de un ordenador o un procesador de textos. Hasta abril del año 2000, no instalé un fax en casa. Lo hice para complacer a mi mujer. Pero tan sólo conozco su uso más elemental y me niego a aprender otros. Desde el comienzo, he escrito con la misma vieja máquina de escribir mecánica, un aparato alemán que se parece a un tanque por su robustez y que me pertenece desde siempre."

"¡Hoy en día es tan difícil que un personaje tenga vida en una película! En Nueva York, en verano, la gente, me refiero a los adultos, dice: ´Iríamos encantados al cine, pero no ponen nada interesante´. Y no les falta razón. Las películas son cada vez más mecánicas. Se pueden hacer cosas increíbles con la técnica, pero las nuevas tecnologías se han convertido en la razón de ser del cine, en vez de estar a su servicio. Los efectos especiales sustituyen al relato. Y sin éste, ¿cómo van a tener vida los personajes?"

lunes, 26 de enero de 2009

Rojo y negro


Hay una superchería urbana que reza "las pelirrojas son perversas". Ignoro si es tan así y si en el siglo XIX circulaba este anatema, pero lo cierto es que hubo un poeta sobre quien las pelirrojas ejercieron una extraña seducción. Este hombre, Dante Gabriel Rossetti, nació en Londres en 1828. Más allá de la nacionalidad, su sangre era casi absolutamente italiana. Su padre, literato originario de la península, lo bautizó así en una clara referencia al autor de la "Divina Comedia", además de propiciar el ambiente cultural de la casa familiar; su madre era hermana de John Polidori, escritor y médico de Lord Byron, aquel cuyo final trágico pueda vincularse con el futuro del ahora pequeño Dante.

Como decíamos, Dante creció bilingüe y de la mano de poetas italianos, pero ya en su infancia se interesó más por el dibujo. De adulto desarrollaría tanto las letras como la pintura, llevando a un mordaz Chesterton a decir que "era demasiado buen pintor para llegar a ser un gran poeta, y demasiado buen poeta para llegar a ser un gran pintor". Será Borges, casi una centuria después, el que lo rescatará como uno de los grandes poetas de Inglaterra.

Pero volvamos con Rossetti. En el dibujo era sutil y excelso, en la pintura un tanto simple, y en las letras acudió en principio a un lenguaje algo artificial, con reminiscencias a Coleridge, que fue criticado por Browning: "poemas perfumados artificialmente".

En una escuela de arte conoció a Elizabeth Siddal, a la postre modelo de casi todas sus obras. Una mujer alta, esbelta, de labios llenos y pelo rojo. Al poco tiempo se enamoraron y casaron. La luna de miel tuvo lugar en París, y ahí Rossetti pintó un cuadro que resultaría profético. "Cómo se encontraron a ellos mismos" ("How they met themselves") retrata a una pareja que se encuentra en un bosque al caer el sol. Son Dante y Elizabeth, claro. De una u otra manera, acá juegan el carácter supersticioso de Rossetti y el mito del "doble", aún vigente en Escocia, según el cual encuentrarse consigo mismo conlleva la muerte próxima. Se ignoran las razones que llevaron a Rossetti a pintar este cuadro. Quizás fuera un intento de conjurar los fantasmas de la muerte y la separación, horrores para los recién casados.

La cuestión es que el enamorado Rossetti también tuvo otra modelo para unos pocos cuadros. Una mujer gorda, a la que él llamaba "elefante" sin que ella se molestara. Y pelirroja. Rossetti se entregó a lo prohibido y la hizo su amante clandestina. Ya estaban todas las piezas listas en el tablero de su tragedia personal.

Una noche el poeta Swinburne fue a cenar a la casa de los Rossetti, invitado por el joven matrimonio. Concluida la comida, Rossetti dijo que debía ir a dar una clase a la escuela nocturna para obreros donde trabajaba, y pidió a su amigo que lo acompañara. A la vuelta de la esquina, sin embargo, Rossetti confesó la verdad. Tal clase no existía, era un pretexto para salir de casa y visitar al "elefante". Swinburne no se sorprendió, ya conocía la historia y le dejó el camino libre.

Tras un largo rato donde su amante, Rossetti volvió a casa. Intuyó algo malo cuando vio las luces apagadas. Lo temió con los restos de un exceso de cloral, sustancia que Elizabeth usaba para el insomnio. Y lo confirmó al encontrarla muerta. Entonces los hechos le parecieron claros: ella conocía la infidelidad y se había suicidado.

La culpa se enquistó dentro del poeta. Aceptó la sobredosis accidental que informaron los médicos, pero en el fondo no dejaba de sentirse culpable. Fue así que en el entierro de su mujer aprovechó una distracción y colocó sobre el pecho de ella un cuaderno manuscrito suyo, con los versos del posterior libro "La casa de la vida". Si ella había muerto por él, era justo que él le sacrificara su obra.

Rompió con el "elefante" antes de retirarse a una quinta en las afueras de Londres. En su confinamiento se entregó a la poesía y especialmente a la pintura. Recibía a muy contadas personas y abandonó las tabernas, esas que supo frecuentar por y para el arte de la conversación.

Pasaron algunos años y sus amigos fueron juntos a visitarlo. Le hablaron sobre aquella obra enterrada con su mujer, que ella no hubiera querido ese sacrificio. Tranquilamente podía estar abjurando de la consagración, incluso de la gloria, ¿y acaso ella podría haber querido semejante renunciamiento? Claro que no, dijeron, y poco a poco lo convencieron.

Entonces repararon en que Rossetti no tenía copias. La única versión era la que estaba en el ataúd de su esposa. Pero la decisión ya estaba tomada, y luego de amargos trámites Rossetti consiguió el permiso de exhumación.

Llegó la hora de abrir la tumba. Rossetti se quedó, solo, emborrachándose en una taberna. Sus amigos ejecutaron la tarea. Difícil. Tenebrosa. La rigidez cadavérica que aferraba el cuaderno. Pero tuvieron éxito y rescataron el manuscrito, manchado de blanco por la putrefacción del cuerpo. Efectiva y fatalmente, ese manuscrito se publicó y decretó la gloria literaria de Rossetti.

La propia muerte de Rossetti sucedió en 1882, en la quinta donde estaba recluido. Fue suicidio. ¿El método? Sobredosis de cloral. Según Borges, "la muerte de los dos viene a justificar la tela 'How they met themselves', pintada en París muchos años antes".

Y ahora, un poema de Rossetti. Vista su vida, su tragedia, quizás podamos también relacionarla con los versos de "La Doncella Bienaventurada" . En su título original se llama "The Blessed Damozel", con tintes normandos en la última palabra.

lunes, 19 de enero de 2009

El Terror del Maestro


Seguramente reconoces a eso de la foto. "Eso" protagoniza el libro del mismo nombre ("It" en el original), un libro que todavía recuerdo aun tanto después de prestarlo, es decir perderlo. Nunca vi un entrecruzamiento de personajes como en esa novela, quizás una de las más conocidas de Stephen King. Ni siquiera en el inefable "Cien años de soledad", fetiche por excelencia de los cátedraticos. Pero entre el Nobel colombiano y el llamado "maestro del terror" norteamericano me quedo con el segundo. Entre los libracos de Márquez que me impusieron en el secundario y ese solo volumen de King, regalo de un amigo que también perdí, prefiero a ese único libro. La crónica del enfrentamiento de un grupo de chicos-adultos con Pennywise, el payaso que a la postre resulta no ser ni payaso ni humano, sino algo infinitas veces peor. Todo narrado en un esquema presente-pasado muy bien articulado a lo largo de sus mil y tantas páginas.

Bastante subestimado, aun cuando hubieron voces que se animaron a candidatearlo para el Nobel (para el que nunca será siquiera tenido en cuenta, temo asegurarlo, carne para los prejuicios académicos), publicó hace un par de años un libro especial. "Mientras escribo" no es otra de sus historias tan originales como contundentes, sino que se trata de la lección del narrador experto. El terror del maestro:

"Los adverbios son palabras que modifican verbos, adjetivos u otros adverbios. Son las únicas que suelen terminar en -mente. Los adverbios, como la voz pasiva, parecen haber sido creados pensando en los escritores tímidos. Con la voz pasiva, el escritor expresa su miedo a no ser tomado con seriedad. Con los adverbios, el escritor nos dice que teme no haberse expresado con claridad, que no ha ido al punto. Creo que el camino al infierno está plagado de adverbios."

"Mientras que escribir adverbios es humano, escribir él dijo o ella dijo es divino." (esto en cuanto a los diálogos)

"La percepción que tiene el escritor de sus personajes puede ser tan errónea como la de los lectores. Dejar de lado un texto porque resulta muy duro, desde un punto de vista emocional o imaginativo, es una mala idea. A veces debes continuar aunque no te guste, a veces resulta que estás haciendo un buen trabajo aunque sientas que lo único que produces son paladas de mierda."

lunes, 12 de enero de 2009

Ver para leer


"Creo que uno sólo puede enseñar el amor de algo. Yo he enseñado, no literatura inglesa, sino el amor a esa literatura. O mejor dicho, ya que la literatura es virtualmente infinita, el amor a ciertos libros, a ciertas páginas, quizás de ciertos versos. Yo dicté esa cátedra durante veinte años en la Facultad de Filosofía y Letras. Disponía de cincuenta a cuarenta alumnos, y cuatro meses. Lo menos importante eran las fechas y los nombres propios, pero logré enseñarles el amor de algunos autores y de algunos libros. Y hay autores, bueno, de los cuales yo soy indigno, entonces no hablo de ellos. Es decir, lo que hace un profesor es buscar amigos para los estudiantes. El hecho de que sean contemporáneos, de que hayan muerto hace siglos, de que pertenezcan a tal o cual región, eso es lo de menos. Lo importante es revelar belleza y sólo se puede revelar belleza que uno ha sentido." Palabras de Borges a una revista mexicana, también solapa de un libro curioso que estoy leyendo. Verdad que ya era hora. Hace años que lo tengo, luego de encontrarlo en un supermercado (sí, vaya lugar para los libros, para buscarlos, algo así como escarbar en arenales duros de sol en pos de agua). Al poco tiempo empecé a leerlo, pero a la mitad abandoné inexplicablemente.

Este libro contiene las transcripciones de clases que dio Borges en la UBA, año 1966, en su cátedra de Literatura Inglesa y Norteamericana (él daba la primera y su adjunto la última). Varios años antes había ganado el cargo por concurso, aun cuando nunca obtuvo título universitario, imponiéndose a otros candidatos de sobrados méritos académicos que "habían enviado informes de sus traducciones, artículos, conferencias y demás logros. Yo me limité a la siguiente declaración: ´Sin darme cuenta me estuve preparando para este puesto toda mi vida`. Esa sencilla propuesta surtió efecto. Me contrataron y pasé doce años felices en la Universidad". Claro que, además de esa "sencilla propuesta", estaban sus pergaminos de escritor, ya imponentes por entonces y obviados por él verbigracia su modestia. Desde luego contó su proverbial erudición; también su memoria, su única e increíble aliada considerando que estaba ciego desde 1955.

Todo esto fue para preludiar unos poemas suyos. Me da la impresión de que la poesía de Borges ha quedado un tanto rezagada en las consideraciones, por debajo de su narrativa monumental, pero sin duda que en ella también fue un maestro consumado.




viernes, 9 de enero de 2009

Hoy es...


Primavera

Abril, sin tu asistencia clara, fuera
invierno de caídos esplendores;
mas aunque abril no te abra a ti sus flores,
tú siempre exaltarás la primavera.

Eres la primavera verdadera:
rosa de los caminos interiores
brisa de los secretos corredores,
lumbre de la recóndita ladera.

¡Qué paz, cuando en la tarde misteriosa,
abrazados los dos, sea tu risa
el surtidor de nuestra sola fuente!

Mi corazón recogerá tu rosa,
sobre mis ojos se echará tu brisa
tu luz se dormirá sobre mi frente...

(Juan Ramón Jiménez)

sábado, 3 de enero de 2009

El cazador oculto


En el vértigo de ayer olvidé un detalle. El cumpleaños noventa de J. D. Salinger. Aún recuerdo su libro consagratorio: El guardián entre el centeno, como reza la tapa fotocopiada (¡oh blasfemia!) que veo ahora mismo (Catcher in the rye, en su título original; El cazador oculto, según otra traducción). Lo leí en la secundaria y es uno de los pocos libros que rescato de aquel entonces, sobreviviente del olvido vengador que ajustició tantos volumenes de intragables españoles del medioevo.

Es el mismo autor a quien Hemingway adjudicó un "talento endiablado" bastante antes de la publicación de este libro que le valió la gloria inmediata. Salinger tenía treinta y dos años, y fue entonces que su inolvidable Holden Caulfield lo empujó a la cima, a los santuarios flamantes con su nombre y efigie donde el mundo le rendía adoración. Pero algo habrá visto allá en lo alto, allá ante las multitudes prosternadas, porque al poco tiempo tomó una decisión todavía indescifrable.

Hacía mucho que no colgaba nada de Vuelta de página, aquel delicioso compendio de crónicas de Jorge Lanata. Alguna vez te conté cómo lo conseguí, en una de esas encantadoras librerías de usados y viejos, lugares que añoro tanto... Estanterías que rebalsan de libros increíbles, irrepetibles... todo a media luz...A veces imagino que así se vería la habitación del mago druida Merlín en Camelot.


"El socio del silencio

Esta es la historia de un hombre que dijo que No. El protagonista de esta historia es un viejo retratado por una cámara del New York Post en Cornish, a la salida del supermercado, con la cara desencajada.
Paul Adao y Steve Conally, los fotógrafos que montaron la guardia y lograron la exclusiva, guardan silencio desde entonces. Desde aquella foto Adao se pudre en el City Desk del Post, cubriendo información municipal, y Conally sobrevive como free-lance.
- Estoy escribiendo la historia de esa foto - dije desde Buenos Aires.
Paul Adao cortó el teléfono.
- City Desk - insistí-. Con Adao, Paul Adao.
El fotógrafo volvió a cortar.
El viejo de la foto, el tipo de la cara desarmada ante el horror del flash, era J. D. Salinger. Y no es su boca la que grita, sino su mirada.
El viejo JD desapareció de los diarios en junio de 1963, cuando el New York Review publicó su último cuento: la historia de Buddy, el hermano menor de Seymour Glass.
¿Cómo pudo decir que No?
¿Cómo pudo, el entonces mayor escritor norteamericano vivo, retirarse a una granja en Cornish?
¿Cómo se va del juego el que acaba de acertar un pleno con diez fichas?
Escribe. Pero no publica.
No escribe. Ya no le sale ni una palabra más.
Publica, pero con seudónimo.
Es monje budista.
Escribe, a veces, pero lo que le sale es muy malo. El New Yorker le rechazó varios cuentos.
Sólo lee novelas policiales.
John Updike le dice "Santo".
JD se transformó en cualquier cosa menos una persona: las personas tienen que decir que Sí.
Las personas asisten con interés a conferencias interminables, sonríen para la revista Life, discuten porcentajes con su agente literario, construyen éxitos y fracasos, y finalmente mueren.
Las personas responden preguntas para la edición nocturna del noticiero nacional:
- ¿Qué opina sobre la Guerra del Golfo?
- ¿Admira a alguno de sus contemporáneos?
- ¿Qué haría Seymour Glass de estar con vida?
- ¿Esa escena de cama era autobiográfica?
- ¿La novela ha muerto?
- ¿El cuento ha muerto?
- ¿Usted ha muerto?
El viejo JD, en Cornish, recorre los límites de su propia trampa: su silencio sólo agrandó el mito y el trabajo de los abogados, que suman demandas contra los medios por "invasión de privacidad", "plagio", "uso de cartas sin autorización".
Nadie conoce las razones del silencio de J.D Salinger. Tal vez hasta él las haya olvidado: a veces las grandes historias nacen de hechos demasiado triviales, pero siempre es tarde para detenerlas.
- Trabajo en una novela - mintió durante años Henry Miller a Mona y a sus acreedores.
- Escribo la mejor novela de no ficción que jamás se haya escrito. Se llamará Plegarias atendidas - dijo Truman Capote cuando firmó el adelanto por el libro que jamás terminó.
- Los que de veras me encantan son aquellos libros que, al terminar de leerlos, nos hacen sentir la necesidad de ser íntimo del autor, y hasta de llamarlo por teléfono y todo - escribió JD en el comienzo de El cazador oculto.
Ahora cumplió 72 años y cualquiera puede imaginarlo quemando cada rastro, cada carta; sembrando pistas falsas, mudándose de granja y supermercado, odiando para siempre aquella tontería por la que escapó, ahora casi tan grande como él mismo."



viernes, 2 de enero de 2009

Amanecer


Sin tiempo que perder. Por eso estamos acá, inaugurando otra vez la temporada de caza apenas despuntado el 2009. Cacería de sueños y palabras, como decíamos exactamente un año atrás. Incluso en este momento, en que el reloj me acosa (en el sentido más literal de la palabra), no quise esperar para reaparecer por acá. Si no era ahora mismo era mañana, lo sé; cosas con las que no te voy a atiborrar ahora.

La última vez, anteayer, se me pasó por alto hacer un agradecimiento. Es para un camarada de las letras, español, el primer seguidor de esta página según consta ahí al costadito. Confieso que fue una linda sorpresa, porque apareció de golpe y fue entonces que supe de su sitio (que por cierto me gustó mucho, quizás en algún momento cuelgue acá un poema suyo). La magia de la tecnología, tan denostada a veces, pero que en este caso puntual permite que dos escribas puedan leerse y compartir sus escritos, aun cuando los separan miles de kilómetros y es francamente improbable que se conozcan alguna vez.

Por lo demás, hoy seré breve; no es verso que el minutero me está aguijoneando. Tengo un sentimiento bonito de esperanza en lo que viene. Confío en que este año sirva para saldar cuentas viejas, ya pesadas de tanto calendario y hojarasca acumulada; también, que sea tiempo de consolidación para otros sueños y proyectos emprendidos en los meses pasados.

Ojalá que así sea, para mí y para vos. Que tengamos fe en este y el próximo amanecer, confianza en nosotros, una sonrisa siempre flor, y la fortaleza del agua, paroxismo de la flexibilidad y adaptación, para que nada nos quebrante. Seguramente se me están pasando por alto varias intenciones pero el tiempo es tirano como en la televisión.

Brindemos por eso, estimado compañero y querida amiga, fundamentos del tiempo y esfuerzo que pongo en este rinconcito virtual.
¡Hasta pronto!