sábado, 28 de junio de 2008

El horror de las sombras


Finalmente, hoy concluimos con la saga de Cthulhu. En lo que a mí respecta...bueno, como siempre digo, no me seduce demasiado el autobombo, pero ahora no viene mal para llenar un poco de espacio y no terminar colgando la tercera parte sin más trámite.

Quería hacer referencia especial a dos libros que terminé de leer por estos días. Primeramente, "Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar; libro que finalicé tras varios meses de lectura inexplicablemente espaciada, sin que esto implique desmerecer en nada su valía. Por el otro, "Siddhartha", de Hermann Hesse. Realmente, ambos libros están barbaros. Te los recomiendo encarecidamente.

Hecho el preludio, pasamos a lo que nos reune aquí y ahora. Tercera y última parte de "La Llamada de Cthulhu", de Lovecraft, clickeando acá.

¡Hasta pronto!

jueves, 26 de junio de 2008

Legiones de la tumba


El vértigo continúa, por lo que rendiremos honor a la brevedad. Múltiples asuntos vampirizan mi tiempo; entre otras cuestiones, hay un par de proyectos literarios. Sobre uno de ellos ya hice mención alguna vez; el otro es mucho más reciente. Quizás pronto ahondemos un poco en el tema.
Por lo demás, hoy continuamos con "La llamada de Cthulhu", gema que alumbró el mítico H.P. Lovecraft. Segunda parte de tres, a la que accedés clickeando acá.
En los próximos días, la tercera y última.
¡Ahí nos vemos!

sábado, 21 de junio de 2008

El que susurra en la oscuridad


Concluye una semana maniática, y por eso estamos de vuelta. En un alto de tanto ajetreo, hoy vamos a compartir un relato cuya autoría corresponde al abanderado del horror fantástico. Nada más ni nada menos que Howard Phillips Lovecraft.

Norteamericano, dueño de una imaginación inagotable, nació en agosto de 1890. Casi enseguida, se reveló en él una muy especial relación con las palabras: a los dos años recitaba poemas y a los tres ya leía. Alentado por su abuelo, quien lo introdujo en su vastísima biblioteca, el pequeño Howard se convirtió en un lector voraz; en tanto, a los quince escribió su primera obra, "La bestia en la cueva". Este tipo de aficiones y el hecho de que su salud quebradiza lo marginó de la escuela, lo hicieron un niño solitario, apartado por los demás.

Con los años se fue recluyendo progresivamente, hasta casi vivir como un ermitaño. Eran los tiempos en que se había concentrado en escribir poesía, pero la insistencia de algunos amigos lo devolvió a la narrativa. Estamos en 1917 y aquí surge la nueva generación de sus cuentos, ahora más refinados que antaño. Pocos años después, sus historias comenzaron a ver la luz en las mejores revistas literarias del género fantástico. Casi enseguida se ganó un distinguido grupo de admiradores.

Mientras empezaba a brillar en lo literario, su vida personal se hundía en la oscuridad. A la muerte de su madre, influencia crítica en su vida al asfixiarlo de sobreprotección, se le sumó un matrimonio gris que duró algunos pocos años y se disolvió sin mayor ruido. Otra vez solo, regresó a Providence, su ciudad natal. Se instaló junto a sus tías y allí dejó que la depresión y el aislamiento hicieran pasto de él. Solía pasear por las noches, recorriendo las calles en compañía de sus fantasmas, pero también escribió sin descanso. Desde la oscuridad de esos tiempos emergió lo mejor de su obra, como por ejemplo "La Llamada de Cthulhu" y "En las montañas de la locura".

A pesar de todo, la pobreza lo acuciaba. Se vio obligado a retomar la antigua ocupación de "escritor fantasma", dada la caída de las ventas de sus propias obras, cada vez más largas y complejas. Mantenía, sin embargo, una nutrida correspondencia con admiradores y escritores amigos. En estas cartas ya proliferaban las crónicas de sus dolencias y afecciones. Entre otras cosas, sufría desde siempre una intolerancia fisiológica cuando la temperatura ambiente caía bajo los 20 grados, situación que se acentuó en sus últimos tiempos. Terminaba febrero de 1937 cuando lo internaron en un hospital de Providence. Doblegado por un cáncer intestinal, murió el 15 de marzo.

Recibió sepultura en el panteón de su abuelo, en el cementerio de Swan Point, pero sólo tuvo su lápida años después, gracias a algunos seguidores de su obra. Allí dejaron escrito un extracto de "La Llamada de Cthulhu":

"No está muerto lo que yace eternamente, y en tiempos extraños hasta la muerte puede morir"

Relativamente desconocido en vida, su nombre adquirió ribetes legendarios después de muerto. Luminarias contemporáneas del género, como Stephen King, reconocen a Lovecraft como una influencia fundamental.
Hoy compartiremos "La Llamada de Cthulhu". Dado que es un tanto extensa la fraccionaremos en tres, coincidentemente con la estructura que Lovecraft le dio. Tenía también un cuento suyo, "Los gatos de Ulthar", pero a último momento me incliné por aquella. Es uno de sus trabajos más representativos y que me gustó mucho, especialmente por la atmósfera que emana y la precisión de los adjetivos.

Para leer la primera parte, click acá.

En los próximos días la seguimos.

¡Hasta entonces!

domingo, 15 de junio de 2008

"Madreselvas"


La mejor novela que leí jamás sobre los padres se llama "La invención de la soledad", y fue escrita por Paul Auster cuando perdió a su padre. Ese fue el libro peor escrito y más desprolijo de Auster, pero también el más cierto y descarnado.

Mi padre fue el Dr. Ernesto Lanata, o Ernesto, o Dr. Lanata.
Fue dentista, aunque no exhibía su doctorado con la misma afectación que los médicos o los abogados.
Terminó el secundario en un colegio nocturno y, mientras trabajaba como mecánico dental, rindió libre gran parte de la carrera.
Creo que cuando mi padre se llamaba "Doctor" lo hacía mencionando una meta que soñó imposible.
El Dr. Lanata era honesto, violento y exagerado.
A veces parecía un chico pegándole patadas al destino.
Atendía a sus pacientes a cambio de dinero, pero también aceptaba uvas de la costa, o un par de pollos, o una incierta promesa de pago.

Durante el tiempo que luchamos por cambiarnos, nos odiamos.
El paso de los años fue lo único que nos permitió querernos sin condiciones.
Mi padre nunca entendió una palabra de política:
- Acá hace falta un gobierno fuerte, un paredón, un Castro o un Pinochet.
Tampoco supo que la literatura vivía más allá de las novelas de Salgari.

Sin embargo fui yo quien tuvo que aprender las materias más importantes: no traicionarse, ser honesto, darle poca o ninguna importancia al dinero, decir la verdad, pelearse a patadas con el destino.
Fue triste pero necesario vivir su muerte, estar a su lado durante esos meses en un hospital del Parque Centenario, sentir que la Muerte huele y ronda con su hocico frío.

Mi padre murió sin conocer a mi hija.
Ahora soy yo quien siente la desesperación por la falta de respuestas, la urgencia por transmitir los sueños, la escasez de manuales, la vida en estado puro.
¿En qué museo se exhiben los padres normales?
Sólo son ciertas las respuestas cursis: desanudarse el corazon, mirar el alma. Hay en toda esta batalla algunos segundos de calor; de es por acá, ya está todo bien; está bien, de amor, y sangre.
Nunca fui con mi padre al cine, ni salí a caminar por el centro, ni pude constatar su ignorancia sobre las mujeres, y una sola vez, cuando yo tenía ocho o nueve años, fuimos a cenar a una pizzería de Sarandí, a cinco cuadras de la casa. Treinta años después recuerdo exactamente qué comimos y en qué mesa nos sentamos.

Mi recuerdo, entonces, al Día Nacional del empecinado, del transparente, del desbordado de mi padre.
Ojalá esté viendo todas sus películas de Gardel en Super 8, convencido de que el aroma de las madreselvas nunca fue tan fuerte como en aquel entonces.
(Extraído de "Vuelta de página", de Jorge Lanata)

miércoles, 11 de junio de 2008

Sangre ¿sabia?


Alguna vez hablamos de Faulkner y otra de Mansfield. Destinos de gloria y de muerte. Historias que encontraron convergencia en otra figura de las letras anglófonas: Flannery O´Connor.

Estadounidense del Sur, como Faulkner, también se le asemejó en estilo y talento. Como Mansfield, alcanzó a brillar antes de morir temprano, en las garras de esa enfermedad sanguínea que le arrebató a su padre cuando niña y que luego regresó por ella, para terminar de destruirla a sus 39 años.
Dejó las novelas "Sangre Sabia" y "El cielo es de los violentos"; además de una deliciosa constelación de cuentos agrupados en dos volúmenes: "Un hombre bueno es difícil de encontrar" y "Todo lo que sube tiene que converger".

Alguna vez escribió:

"Siempre he oído decir que el cuento es uno de los géneros literarios más difíciles; y siempre he tratado de descubrir por qué la gente tiene tal impresión respecto de lo que considero una de las formas más naturales y básicas de la expresión humana.

Aún me inclino a pensar que la mayor parte de la gente posee una cierta capacidad innata para contar historias; capacidad que suele perderse, sin embargo, en el camino. Por supuesto, la capacidad de crear vida con palabras es esencialmente un don. Si uno lo posee desde el inicio, podrá desarrollarlo; pero si uno carece de él, mejor será que se dedique a otra cosa.

No obstante, he podido advertir que son las personas que carecen de tal don, las que, con mayor frecuencia, parecen poseídas por el demonio de escribir cuentos. Estoy segura que son ellas quienes escriben los libros y los artículos sobre "cómo se escribe un cuento".

Un cuento es una acción dramática completa, y en los buenos cuentos los personajes se muestran por medio de la acción, y la acción es controlada por medio de los personajes. Y como consecuencia de toda la experiencia presentada al lector se deriva el significado de la historia. Por mi parte prefiero decir que un cuento es un acontecimiento dramático que implica a una persona, en tanto comparte con nosotros una condición humana general, y en tanto se halla en una situación muy específica. Un cuento compromete, de un modo dramático, el misterio de la personalidad humana.

Para el escritor de ficciones, en el ojo se encuentra la vara con que ha de medirse cada cosa; y el ojo es un órgano que además de abarcar cuanto se puede ver del mundo, compromete con frecuencia nuestra personalidad entera. Involucra, por ejemplo, nuestra facultad de juzgar. Juzgar es un acto que tiene su origen en el acto de ver. En la escritura de ficción, salvo en muy contadas ocasiones, el trabajo no consiste en decir cosas, sino en mostrarlas. Un buen cuento no puede ser reducido, sólo puede ser expandido. Un cuento es bueno cuando ustedes pueden seguir viendo más y más cosas en él, y cuando, pese a todo, sigue escapándose de uno.

En la mayoría de los buenos cuentos es la personalidad del personaje lo que crea la acción de la historia. En la mayoría de esos cuentos, siento que el escritor ha pensado en una acción y luego seleccionado un personaje para que la lleve a cabo. Usualmente, existen más probabilidades de llegar a un buen fin si se comienza de otra manera. Si se parte de un personaje real estamos en camino de que algo pase antes de empezar a escribir, no se necesita saber qué. En verdad, puede ser mejor que uno ignore lo que sucederá. Cada uno debe ser capaz de descubrir algo en el cuento que escriba."

sábado, 7 de junio de 2008

"Defina ironía"


Así decía alguien en una película mala. Sin dudas, la mejor respuesta podría darla Groucho Marx, aquel comediante norteamericano de míticos bigote y lentes redondos que, junto a sus hermanos, deleitó durante décadas con brillantes ocurrencias. Sí, el mismo que al toparse con la rutilante Greta Garbo en un ascensor de la MGM y ante la indiferencia fatal de la diva, le levantó un ala del sombrero y dijo "disculpe señora, la confundí con un tipo que conocí en Pittsburg".
Algunas de sus frases memorables:

"Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo."

"Lo malo del amor es que muchos lo confunden con la gastritis y, cuando se han curado de la indisposición, se encuentran con que se han casado."

"Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…"

"Nunca voy a ver películas donde el pecho del héroe es mayor que el de la heroína."

"Detrás de un gran hombre hay una gran mujer y detrás de ésta su esposa."

"Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros."

"El secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio, si puedes simular eso, lo has conseguido."

"¿Que por qué estaba yo con esa mujer? Porque me recuerda a ti. De hecho, me recuerda a ti más que tú."

"Cuando muera quiero que me incineren y que el diez por ciento de mis cenizas sean vertidas sobre mi empresario."

"He tenido una noche absolutamente maravillosa. Pero no ha sido ésta."

"Todavía no sé qué me vas a preguntar, pero me opongo."

"¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?"

"La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados."

"Nunca olvido una cara pero con la suya voy a hacer una excepción."