lunes, 28 de febrero de 2011

Arte poética



Que el verso sea como una llave que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
cuanto miren los ojos, creado sea,
y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
el adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el cielo de los versos.
El músculo cuelga,
como recuerdo, en los museos;
mas no por eso tenemos menos fuerza;
el vigor verdadero
reside en la cabeza.
¿Por qué cantáis la rosa, oh, poetas?
¡Hacedla florecer en el poema!

Sólo para vosotros
viven todas las cosas bajo el sol.
El poeta es un pequeño Dios.

 (Vicente Huidobro)

sábado, 26 de febrero de 2011

Nocturnos y alevosos



Un breve anuncio parroquial. En estos tiempos de apremio y obligaciones que acorralan, también hay hebras de luz rajando los paredones. Surgió la posibilidad de comentar libros en "Libros, nocturnidad y alevosía", página del escritor español Luis Barga. Hablamos y rápidamente hubo acuerdo.

Será una linda excusa para retomar una práctica que alguna vez floreció en este Jardín ( por ejemplo, Plata quemada). Agradezco de todo corazón la gentileza de Luis, y también la de Santiago (Ocampos, poeta y amigo), quien propició el acercamiento y esta chance.


Por acá, en tanto continúe el asedio, seguiremos respirando poesías de otros para sobrevivir.

domingo, 20 de febrero de 2011

La ceremonia



Te desnudé entre llantos y temblores
sobre una cama abierta a lo infinito,
y si no tuve lástima del grito
ni de las súplicas o los rubores,

fui en cambio el alfarero en los albores,
el fuego y el azar del lento rito,
sentí nacer bajo la arcilla el mito
del retorno a la fuente y a las flores.

En mis brazos tejiste la madeja
rumorosa del tiempo encadenado,
su eternidad de fuego recurrente;

no sé qué viste tú desde tu queja,
yo vi águilas y musgos, fui ese lado
del espejo en que canta la serpiente.


(Julio Cortázar)

miércoles, 16 de febrero de 2011

Esta lluvia, el perdón y mis rosales


Y la lluvia sonríe, canta dentro
del cristal que me habita
y repercute
sobre un suelo ya antiguo
en otras lluvias, y otras tardes miradas
desde lejos.
Mi ventana de ver el mundo, abierta,
y mi puerta a algún náufrago,
descubro
que no hay puertas,
que nunca hubo ninguna
para abrir, ni cerrar; que estuve afuera.
Y esta lluvia...
La tarde me habla quedo
como un hombre, cansado ya de días,
que repite y repite la aventura
no vivida,
y es su única aventura.
Que no sea la noche aún, imploro;
que esta penumbra se prolongue
y siga.
Que no llegue la sombra, que no arribe
la hora parda,
y el agua me columpia; recién nazco,
es temprano, necesito
de la gracia de un pétalo de tiempo,
del milagro de dar
mi voz exacta.
Un rocío ya apenas, esta lluvia
se ha quedado fulgiendo
en las corolas
amarillas y rojas de mi patio.
En cada gota –yo te absuelvo– escucho,
de la espina y la herida
que causaste.
Esta lluvia, el perdón, y mis rosales.
Emplumada de gris, vuela la tarde.


(Matilde Alba Swann)

viernes, 11 de febrero de 2011

Migraciones y otros demonios



Golondrina,
que salvaje escondiste
tu nido en el viento,
florecías cuando te hamacabas
(chirriante agonía de
cadenas vencidas)
en otros ojos.

Y sonreías
cuando aventuraste
la boca en la correntada;
cautiva, centelleante, maldita,
te fuiste dibujando
espiralados
los siglos marchitos de la espera.

Y yo,
mientras,
hojarasca flotando
en esta cama vacía.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Suceso VIII


a veces soy la voz del otro lado del teléfono
a veces un aliento
una ciudad enorme donde te encuentro a veces
por supuesto una fecha
un saludo que cruza el cielo velozmente
dos ojos que te miran
un café que te espera después de la llovizna
una fotografía una mano en tu mano
desesperadamente una canción etcétera

y siempre o casi siempre
nomás ese silencio
donde solés colgar tus prendas íntimas.


(Jorge Boccanera)

jueves, 3 de febrero de 2011

Réquiem



¿Habrá un mañana?
preguntan mis manos,
vanas mariposas
sobre este desgarro.
Tiemblan,
y es nuestra risa posada
en el ronroneo de aquel oleaje
(el sol anidado en tus labios;
tus ojos cantaban,
gritaban que sí);
vacilan,
y las pisotea el
invierno a borbotones;
arden, y rojo
se desbarranca su llanto.

Dos quizás,
algún tal vez,
un ojalá;
así goteó
mi boca huérfana,
crucificada por ese lento
sabor
a cristales rotos
que tiene este morir.

Vendrá
la nausea ensordecedora
de metales atravesando,
oxidados,
los jardines del ayer;
un imparable, delicado andar
de mieles envenenadas;
tantos amaneceres truncos
rajando cada hueso.

Habrá, ahora lo sé,
un dominó de crujidos
lloviendo desde la memoria;
un resplandor helado,
blanco, final;
un roce sublime
que se disuelve:
Tu sombra