domingo, 24 de octubre de 2010

Plata quemada



En 1997, la concesión del prestigioso Premio Planeta de Novela levantó humareda. Gustavo Nielsen, el finalista, inició un juicio alegando que el primer premio del certamen había sido determinado de antemano, verbigracia un suculento contrato editorial firmado tiempo antes. El concurso lo había ganado el inefable Ricardo Piglia. Nielsen también ganó, pero el juicio.

La controversia vino a empañar un poco los abundantes méritos de Plata quemada, la novela victoriosa. A lo mejor también le valió una mayor exposición, más ruido y por ende más ventas. Ya se sabe cómo somos. Incluso se hizo una película bastante celebrada.

Piglia rescató un suceso policial verídico, ocurrido tres décadas antes, y enseguida olfateó el potencial de la materia que tenía entre manos. Entonces investigó hasta el fondo todas las aristas del asunto. Trajinó redacciones, pisó Juzgados; tuvo acceso a archivos, a expedientes e incluso a las escuchas de los micrófonos ocultos en el departamento montevideano donde sucedió la batalla final. Cumplido el periodista, llegó el turno del escritor para tamizar tanto material y urdir la magia. Vaya si lo hizo.

La escritura nos empuja de nuevo a 1965. Enrique Malito, apellido al tono, cerebro preciso de tantos atracos e ingenierías criminales, supo que en aquel septiembre necesitaba contar con la mejor tropa disponible. Si bien había canjeado un porcentaje del botín por connivencia política y policial, asaltar un banco en pleno centro de San Fernando no era un juego. Despues de todo, el plan era hacerse a sangre y fuego con un dineral destinado a la Municipalidad.

Asaltar bancos y camiones de caudales nunca fueron faenas para principiantes. Malito convocó entonces a viejos conocidos: el Nene Brignone, el Gaucho Dorda y el Cuervo Mereles. Uno más pesado que el otro, bien distintos sus orígenes, pero aun así hermanados por ese lazo indestructible que nace bajo el fuego cruzado, con el vértigo de un asalto, o en la mirada cuando desde afuera la policía anuncia que la cuadra está rodeada.

Malito prepara todo y, cuando así lo dispone, su trío va, mata y roba. Pero en el interín cambian el plan: ya no quieren compartir el botín con el otro lado de la ley. A fin de cuentas, sólo ellos se jugaron el cuero, dice el Cuervo. Inmediatamente empieza el escape de unos y la cacería de los otros, los desairados.

Los tres consiguen pasar a Uruguay, donde terminan entrampándose en un departamento de Montevideo. Pronto se levanta un operativo monumental que convierte al bulín en una ratonera. Al parecer no hay manera de escapar. Hasta allá llegará el comisario Silva, un áspero exponente de la Bonaerense de los sesenta, enemigo mortal de los tres atrincherados, también brutal en sus métodos, igual de implacable. Unos y otros ya saben que no conviene dejar sobrevivientes.

Entre esas paredes pronto borroneadas por los gases lacrimógenos y el humo, asediados por la insidia de los francotiradores, los tres resisten a pura prepotencia de balazos, drogándose para quebrar al sueño, para recrear el aire de la calle en la cara, la dulzura inaccesible de una fuga, otra más.

La policía embiste y rebota sin éxito, y luego de cada intentona se suman viudas nuevas que recibirán en mano una gorra el día después. Caen cinco, diez, una docena de uniformados. Adentro, y hasta el fin de esa decadente y salvaje reedición de las Termópilas, alucinados, quemándose las manos con las ametralladoras, el Nene, el Gaucho y el Cuervo recuerdan la aridez del pasado, el amor y la locura de ese presente que les sabe a quirogueana redención, la muerte de siempre.

Llegará la hora más oscura de la noche, y entonces el estupor a nivel de la calle cuando una lluvia lenta y fulgurante se desprende desde las ventanas de ese departamento arrasado: son los billetes del botín, quinientos mil dólares que caen prendidos fuego, como luciérnagas. 

"Y después de todos esos interminables minutos, en los que vieron arder los billetes como pájaros de fuego quedó una pila de ceniza, una pila funeraria de los valores de la sociedad (declaró uno de los testigos), una columna bellísima de cenizas azules que cayeron desde la ventana como la llovizna de los restos calcinados de los muertos que se esparcen en el océano o sobre los montes y los bosques pero nunca sobre las calles sucias de la ciudad, nunca las cenizas deben flotar sobre las piedras de la selva de cemento."

Novela áspera, incómoda, desnuda de precauciones y delicadezas, Plata quemada arrincona con su ritmo e impacta con su poesía brusca, salvaje. Sin moral ni concesiones, con un entramado magistral de tiempos y voces, golpea y atrapa como corriente eléctrica.

Al final recordará Piglia: "Una tarde, a fines de marzo o principios de abril de 1966, en un tren que seguía viaje a Bolivia, conocí a Blanca Galeano, a quien los diarios llamaban "la concubina" del pistolero Mereles (...). Ella me habló de los mellizos, del Nene Brignone y del Gaucho Dorda y de Malito y el Chueco Bazán y yo la escuché como si me encontrara frente a una versión argentina de una tragedia griega. Los héroes deciden enfrentar lo imposible y resistir, y eligen la muerte como destino."

2 comentarios:

Pablo Gonz dijo...

Estimado Matías:
Te adjunto el siguiente link donde figura la lista de los Premios Planeta.
http://es.wikipedia.org/wiki/Premio_Planeta
Abrazos,
PABLO GONZ

Matías dijo...

Gracias chamigo, pero Piglia lo ganó. Debe haber sido alguna versión argentina del galardón.
Mirá: http://edant.clarin.com/diario/2005/03/01/sociedad/s-03015.htm

Un abrazo