sábado, 31 de diciembre de 2011

Nuevo año



En horas nomás sucederá el paso de un año a otro. De un ciclo a otro. Quiero -necesito, mejor dicho, considerando la hora- ser breve. Lo primero y fundamental es agradecerte por tus comentarios, tus palabras, tu aliento, por tu lectura silenciosa y atenta, a lo mejor emocionada. Por tu sola presencia, que es la que da sentido a todo esto.
 
Acto seguido, mis deseos: que tengas una conclusión de año en paz, y un 2012 pleno de metas cumplidas y también otras nuevas por realizar. Y mucha poesía en tu vida, con todo lo que implica esa palabrita inabarcable, desbordante, milagrosa.

¡Feliz año nuevo!

sábado, 24 de diciembre de 2011

Natividad




Un año atrás lamentaba las carencias temporales que infestaban de malezas los canteros de este Jardín. Hoy, bajo la sombra irregular de las mismas especies invasoras, esas que se nutren del abandono y la ausencia, cosquillea la tentación de exteriorizar -otra, enésima vez- los mismos remordimientos.

Pero ahora solo quiero repetir los buenos deseos de aquella vez. Es cierto: en los últimos meses el mundo "real" ha redoblado sus esfuerzos, arrinconado y apedreado las posiciones del escritor, intentado asfixias varias. Sin embargo, y más allá de las creencias que podamos tener, también es cierto que este día significa encuentro y renacimiento.

En cuanto al primero, no me refiero a ciertas y vacías reuniones de familia, donde se tuercen y martillan rencores hasta darles esa magullada, inverosímil apariencia de afecto. No. Hablo de otro tipo de encuentro, más puro, más verdadero. Aunque debamos cruzar un desierto, médano tras médano, extenuados, tras la estela de un cometa.

Continúo. No quiero desviarme del punto, a la postre viejo vicio mío. Iba a que, ciertamente, todo es circular. Cíclico. Aspiro, anhelo, apuesto entonces por la caducidad, la definitiva erradicación de estas malezas, sus lengüetazos ásperos, sus siseos de serpiente arrastrados por el viento. Objetivo que así suena fútil, pero en verdad no es otra cosa que una pequeña y tonta metáfora, una máscara de barro.

Nosotros, los de esta subespecie, sentimos, respiramos, vivimos a través de las palabras. Por y para ellas. Aunque a veces, más que palabras hay que actuar. Hacer.

Lo concreto es que en esta Navidad quiero enviarte mis mejores deseos: encuentro puro y sincero, renacimiento fresco y luminoso. Y, obviamente, más y mejores letras.

Por eso último, un cuento de Oscar Wilde. Sí, ése. El mismo, acostumbrado, consabido cuento que regalo en esta fecha. Pero está perfumado de una llamativa ternura que, siempre y cada vez, tiene la rara habilidad de emocionarme.

¡Feliz Navidad!

martes, 13 de diciembre de 2011

Crucifixiones




Han izado el amor. Lo están clavando
coronado de ortigas y de cardos.
Le han cortado las manos, han echado
sal y azufre en sus pálidos muñones.
Ah, mi joven amado, el tiempo es breve.
Suenan ya las trompetas e iracunda
la luna enrojecida afrenta al cielo.
Déjame acariciar tu frente ardida en sueños,
contemplar para siempre tus párpados violeta.
Deja que desanude mi deseo,
que coloque la palma de mi mano
sobre la rosa hirviente que florece en tu pecho.
Ah, mi joven amado que duermes mientras huye
la multitud con un largo sollozo:
una lluvia de sangre cae sobre Sodoma.
Dame tus muslos blancos, tu axila, el dulce cuello,
antes de que en silencio se deslice
el ángel con su espada de exterminio.

 

(Canción del sodomita, de Piedad Bonnett)

domingo, 4 de diciembre de 2011

Los desnudos y los muertos




Postrimerías de la Segunda Guerra. Una división del ejército norteamericano desembarca en Anopopei, otra de las islas que conforman el rompecabezas del Pacífico Sur. Con forma de ocarina, infestada de jungla impenetrable, es apenas un peldaño más en la escalera hacia Japón. Nada parece importar aparte de poner las botas en ese Oriente misterioso, limpiarse las suelas en los delicados estandartes del Sol Naciente imperial, clavar bandera en la tierra que entonces ya habrán carbonizado los hongos nucleares.

Pisotean entonces esa playa extraviada y se repiten las escenas de las islas precedentes, rutinarias de la campaña. Las tropas levantan sus campamentos, mantienen las primeras escaramuzas con los "japos", sufren las borrascas de un clima hostil. Pero, arrojados a ese microcosmos dominado por una selva jurásica, pronto empiezan a descubrir que sólo los une la formalidad del uniforme. A la sombra de plantas increíbles, poco a poco enloquecidos por la humedad y el calor, empieza a aflorar en palabras y gestos lo más primal de sus naturalezas, la carne viva de sus instintos. Así se descubren antisemitas, egoístas, débiles, se recelan con los rencores incubados en sus infancias transcurridas en salones de alcurnia y barrios bajos, se vomitan el abandono o las palizas o la inflexibilidad de sus padres. Mientras, mal o bien, lidian con su destino de peoncitos en el ajedrez que su brillante y conflictuado pater familiae, el general Cummings, juega sobre los mapas y el terreno contra su némesis Toyaku, pero también contra las intrigas de su propio Estado Mayor.

En ese entramado de patetismos cotidianos es que se caldean los imponderables que arrojarán a una mínima patrulla de reconocimiento a una misión suicida. Verificar la retaguardia de las líneas japonesas, previo rodear la isla y cruzar catorce kilómetros de jungla inexplorada. La componen, entre otros, un teniente intelectual y aristocrático, un implacable sargento forjado al rojo verbigracia una crianza brutal, un minero, un campesino del sur, hijos de inmigrantes, padres de familia; en definitiva, extractos de todo el arco social de la nación que los envió a pelear y morir por ella en una islita perdida en el Pacífico.

Desnudos y ya casi muertos de extenuación, avanzarán y se arrastrarán, matarán y morirán. Enfrente, alrededor, en sus propias manos, el salvajismo y la abyección. Condicionados por sus vivencias anteriores -sin duda las mejores partes del libro-, sus miedos, sus creencias quebradas, deberán elegir entre opciones atroces para redimirse, o bien perderse para siempre en el abismo. Al tiempo mismo tiempo, sin que lo sepan, la conquista de la isla se resolverá sorpresivamente y de una manera insólita, tragicómica, un paródico insulto final.

Esta novela, publicada en 1948, fue la primera de Norman Mailer y significó su inmediata consagración como escritor. En ella exorcizó sus vivencias como soldado de ocupación en el Japón vencido; y es una de las "100 mejores novelas en lengua inglesa" para la Modern Library. En sustancia y forma, creo que tiene puntos de contacto con El Señor de las Moscas (obra emblemática del Nobel británico William Golding, volumen muy recomendable) y "La delgada línea roja", aquella recordada cinta del elusivo Terrence Malick.

También, me parece, con esas palabras que el propio Mailer dijo alguna vez: "Un criminal nunca te perdonará por evitar que cometa el crimen que realmente está en su corazón".




P.D.: Con perdón de los españoles que eventualmente puedan leer esto, pero no puedo dejar de hacerme una pregunta: ¿Por qué las grandes editoriales de la península no preparan ediciones con traducción neutra de obras angloamericanas para el mercado lector de Latinoamérica? Nada más lejano de nosotros que "gilipollas", "venga", los enérgicos "¡coño!" y demases que pueblan esta e incontables novelas adaptadas más. Realmente no se explica, desde que nosotros -me refiero a este continente- también tuvimos y tenemos excelentes traductores. El argumento de los costos extra se desdibuja cuando mensuramos, por un lado las ganancias de esos conglomerados editoriales, y por el otro el tamaño de esta región: salvo Brasil, de México hasta Tierra del Fuego.
Entonces... ¿Por qué?

domingo, 27 de noviembre de 2011

No ser o ser



Otro rústico fósil, cristalizado con sus coágulos en el bajo vientre del tiempo:


Persigo tus pasos
en la nieve, en las dunas,
allá donde tu perfume
es mariposa pintada de arcoiris.
Busco tus ojos
en la noche muda, en el hielo cruel
de nuestros santuarios,
allá donde cantan las sirenas.
Luminosas, cristalinas, venenosas;
como nuestros recuerdos

lunes, 21 de noviembre de 2011

Blanco y nocturna




Las horas por el escurridero, tenaces, inmutables, mientras se amontonan los tropiezos de la búsqueda -el viejo poema o el nuevo verso- por los desvanes, los areneros, las madrugadas, los intersticios agrestes de las tumbas. Entonces, siempre, de golpe, algún coral inesperado nos retiene, ardiendo, blanco; los hilos de sangre arrancados por la marea, los párpados a medias, el ronroneo del sol a las siete y algo:   


Hoy quisiera tus dedos 
escribiéndome historias en el pelo, 
y quisiera besos en la espalda, 
acurrucos, que me dijeras 
las más grandes verdades 
o las más grandes mentiras, 
que me dijeras por ejemplo 
que soy la mujer más linda, 
que me querés mucho, 
cosas así, tan sencillas, tan repetidas, 
que me delinearas el rostro 
y me quedaras viendo a los ojos 
como si tu vida entera 
dependiera de que los míos sonrieran 
alborotando todas las gaviotas en la espuma. 
Cosas quiero como que andes mi cuerpo 
camino arbolado y oloroso, 
que seas la primera lluvia del invierno 
dejándote caer despacio 
y luego en aguacero. 
Cosas quiero, como una gran ola de ternura 
deshaciéndome un ruido de caracol, 

un cardumen de peces en la boca, 
algo de eso frágil y desnudo, 
como una flor a punto de entregarse 
a la primera luz de la mañana, 
o simplemente una semilla, un árbol, 

un poco de hierba.



(Sencillos deseos, de Gioconda Belli)

martes, 15 de noviembre de 2011

Ser o no ser




He ahí el dilema. Emparentado con el interrogante ya ineludible. ¿Donde están mis poemas? Antes de aventurar una respuesta, viene la aclaración consabida y acostumbrada para estos trances.

Será evidente a estas alturas, calculo, pero aún así confieso que no fui, ni soy, ni seré poeta. Y lo asumo sereno, desprovisto de cálculos, especulaciones, intentonas de acarrear condescendencia o las réplicas enaltecedoras que prosiguen a la falsa modestia (répicas que, natural y alegremente, aun cuando me esfuerce por mantener auténtica la falta de vanidad, agradeceré porque las sé sinceras). 

Debo haberlo dicho alguna vez, pero vale repetirlo: creo con fervor que el don poético, demoníaca mezcla de juglar y orfebre y alquimista, no se adquiere ni se aprende. Tal vez lo alumbre el augurio de alguna fugaz y rara estrella, a la usanza de aquellas tribus antiguas que fascinadas estudiaban el cielo; quizás sea deslizado furtivamente en los fragores dulces y blancos de la concepción en noches de cuarto creciente; a lo mejor emana como un vapor de las flores, cuando la floración, mientras elucubran sus mantras en los jardines nocturnos, y entonces ascienden e impregnan ciertas cunas aún vacantes. Imposible saberlo, y mejor así.

En mi caso concreto, niego la posesión del título pero a fuerza de sinceridad concedo uno de sus atributos: el latir de una pulsión inasible que susurra la palabra justa, la combinación que viste a la frase de arrullo, la melodía exacta de todas las cosas. Puede que sea un narrador híbrido, con voluble y caótica aptitud para los chispazos. Quién sabe.

En fin, todas esta parafernalia de piruetas torpes sólo busca exculpar al inminente poemita, desenterrado del fondo de los tiempos en el afán de responder la pregunta:


Busco una flor que resquebraje
la monotonía ardiente de la nieve.
Busco una melodía que subyugue al viento,                         
que desdibuje los acordes gélidos del silencio.           
Busco una estrella de perfume relumbrante,
hechicera que enhebra relámpagos de seda.
Busco la agonía de las lágrimas,
el horizonte tras el cual la tristeza
dibuja los trazos de su poniente.
Busco...
 

viernes, 4 de noviembre de 2011

Deriva




Tiempos de misteriosa, inexplicable, desesperante falta de tiempos. Y en el interín del caos y los gruñidos de las rajaduras, un impulso de esos irrefrenables brota como una luz entre las rendijas. Una sed: volver a algunas páginas. Ciertas páginas. Y sumergirse en su frescura clara, casi de deshielo; y rendirles el cuerpo roto a su cauce para que se lo lleve como un secreto, dibujando espirales mansas. Páginas como éstas:

 
"Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie... No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: "¿Debo yo escribir?" Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Si debo" firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso. Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde. No escriba versos de amor. Rehuya, al principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles. Pues se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí donde existe ya multitud de buenos y, en parte, brillantes legados. Por esto, líbrese de los motivos de índole general. Recurra a los que cada día le ofrece su propia vida. Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo.
Si su vida cotidiana le parece pobre, no la culpe. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del recuerdo? Vuelva su atenciónhacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones de ese vasto pasado. Así verá cómo su personalidad se afirma, cómo se ensancha su soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si de este sumergirse en su propio mundo, brotan luego unos versos, entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos. Tampoco procurará que las revistas se interesen por sus trabajos. Pues verá en ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz de su propia vida."


 
(fragmento de Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke)

lunes, 24 de octubre de 2011

Flor de los arenales



Un variadito, antes de pasar a otros temas.

Primeramente: Mañana martes 25, de 18 a 19 horas (tirando a 18:30), asistiré a un convite: "Cita con los escritores", envío que sale por la radio Comunidad Enrique Angelelli, 105.7 en el dial de Neuquén y alrededores. Desde ya las mil gracias por la gentileza a su conductora, Ligia Balbuena.

Pasemos a una gema furtiva: El páramo, de Pedro Orgambide. Nuestro, muy laureado alguna vez, fallecido hace pocos años, por lo que ya se le cierne esa gloria que -dicen- todos tendremos después de muertos. Ojalá así sea, porque méritos le sobran, como a las claras muestra este volumen de 1967.

Un médico recién recibido llega desde Buenos Aires a un pueblito perdido, sin nombre, puesto en algún lugar del desierto como si lo hubieran arrojado ahí, a kilómetros de alguna vía desolada. Trae una maletita, lo puesto, pero también sus anhelos, su fe. Sus ganas de progresar, de transformarlo todo.

Lo reciben el viento que raspa, la demasiada calma, la contundente brevedad del caserío, las estaciones que se suceden inalterables y feroces. Y los lugareños. Cincelados por esa tierra que pone filo a las ráfagas, mimetizados con su tierra y por eso con su aridez, su infertilidad para todo lo que no sean jarillas y cascotes.

Una galería de personajes sólidos, tallados en piedras del baldío al que llaman plaza central: un médico rural desencantado; un juez de paz brutal; un teniente cajetilla y enfebrecido; una prostituta fatalmente desengañada; un maestro de montaña idealista y martirizado; una pareja de suizos entrados en años, simbióticos en su especulación, su dureza, su irrefrenable ambición de control. También, la hija de los suizos, Ilse. Su triste conciencia del tiempo. Su progresiva iluminación. Su debate doloroso entre el férreo deber ser y lo que efectivamente es, entre las reglas inmodificables y la realidad, vibrando en ese estremecedor "no me acostumbro a ser feliz" que se le escapará en algún momento. Tal vez tarde, porque la arena infernal también, inexorable, les invadirá los ojos, la boca, los deseos, el alma. Como al resto de aquellos otros, extraviados, arrasados por el arenal y sus fiebres en el que buscan y rebuscan las trizas de sus sueños.

Este libro recayó en mis manos como depositario, verbigracia el feliz programa "Libros libres" de la Biblioteca "Bernardino Rivadavia" de Cipolletti. Obras lanzadas a la calle, a pasar de mano en mano, a seguir viaje apenas se concluya su lectura.

Ahora es tiempo de que yo también deje partir este ejemplar. Puede que algún día lo encuentres en un banco de plaza, en una hamaca quieta, a los pies de un árbol, que alguien te lo tienda. Tiene tapa blanca y anacrónica; páginas amarillas, arenosas, tal vez imperceptiblemente aureoladas por alguna lágrima pretérita. Un crujido y entonces el olor: décadas, rincones de lectura que ya no están, tactos idos. Y entonces, de alguna forma misteriosa, quedaremos hermanados todos nosotros: vos y yo y quienes nos precedieron en el asombro y la emoción de esas mismas, arenosas, amarillas páginas.

viernes, 14 de octubre de 2011

De locura y de fuego



Los opuestos suelen rozarse. Acá, quizás, pueda ensayarse un raspón entre continentes antagónicos. Uno, Nobel de Literatura en 1951 (si mal no recuerdo la fecha), orfebre de una forma nueva, particularísima amalgama entre milagros propios y recursos absorbidos de distintos vergeles (por caso, el flujo de conciencia, boceteado por Joyce y Proust), los cuales se encargó de perfeccionar; del otro, un forjador arrabalero, tan porteño que fue de cabotaje, si se quiere, y que se abrió paso a codazos y empujones en una literatura argentina entonces dominada por Lugones (y por ende, amiga de la afectación y la filigrana), perseguido por los solemnes fanáticos del esteticismo, urgido sin saberlo por la muerte que lo truncó a los cuarenta y dos. Son el norteamericano William Faulkner y nuestro Roberto Arlt.

En extremos geográficos y literarios distintos, vivieron a la par durante casi toda la primera mitad del siglo veinte. Por el treinta, Faulkner lanzo su inmortal El ruido y la furia: la crónica de la decadencia de los Compson, familia que funge como alter ego del Sur profundo donde está afincada, un mundo y su inherente cosmovisión malheridos luego de la derrota confederada en la Guerra de Secesión. Diferentes voces reflejan la caída, como ser la de Benjy, el demente que observa todo desde el candor alucinado de su insanía, y que continuamente se fascina con el fuego. Casi a la par, Arlt metió un uno-dos con las novelas que, me parece, signaron la inmortalidad de su leyenda contrariada: Los siete locos y Los lanzallamas.

Hace bastante que no comentaba libros. Pero recientemente terminé ambas (porque conforman un bloque inescindible, y simbiótico, y todo aquel que leyó la primera conoce la urgente necesidad de deglutir la segunda). Son las fuerzas del delirio y el incendio las que empujan la lectura, este comentario, y alguna vez también -seguramente- la escritura de las dos.

Comienza la historia con un perdedor, Remo Erdosain. Gris, aburrido, apagado. Cierto día apela a una avivada para revertir su mediocridad. Pero la estafa es descubierta y queda acorralado por la obligación de cancelar un imposible resarcimiento económico a la firma damnificada, nada menos que la empresa que lo tiene como empleado. Este percance lo cruza con Haffner, el Rufián Melancólico, primero de los tantos exponentes de ese submundo del que, poco después, Remo también será integrante. Porque por conducto de Haffner llega a una siniestra quinta del conurbano. Ahí vive y conspira el Astrólogo.

Ante la recurrente visión de un mapa de los Estados Unidos, marcado con alfileres negros "en los territorios dominados por el Ku-Klux-Klan" (y acá, otro punto de contacto con el sureño Faulkner,  que situó muchas de sus historias en el condado ficticio deYoknapatawpha, noroeste de Mississipi), el Astrólogo adoctrina a su tropa: están el propio Rufián Melancólico, cafishio vocacional; el Buscador de Oro y su ansia de cordillera y tesoros; Bromberg, el Hombre que vio a la Partera, hosco, noctámbulo, brutal; el Mayor apócrifo; el cínico Barsut, casi un doble agente; más otros comedidos posteriores como el farmacéutico consumido por el delirio místico y la lectura infatigable de la Biblia, y su esposa Hipólita, la Ramera.

El plan no es otro que la revolución violenta para derrumbar el orden vigente y, claro, instaurar uno nuevo a la usanza comunista. El Astrólogo parece tener todo calculado: por caso, los primeros fondos vendrán de prostíbulos regenteados por Haffner; la victoria bélica, en tanto, del uso a mansalva de armas químicas sobre cuarteles y ciudades.

A Erdosain, hasta ayer inventor fracasado, le toca diseñar la usina para fabricar el gas fosgeno. En esta labor pondrá lo mejor de sus energías, tal vez en un intento por redimirse ante la mirada de los otros, también la suya propia. Pero, paralelamente, se cae barranca abajo. La humillación inolvidable que le inflige su propia esposa le despertará esa manía irrefrenable por la autodestrucción, por flagelarse, refregar la cara y la lengua en el barro. En definitiva, revolver los fantasmas de su infancia sombría, arrancarlos del ayer y traerlos de la mano hasta el ahora.

Mientras tanto, alrededor suyo, de una manera u otra, entre tiros y llamaradas, la hecatombe los hermanará a todos.

Dos obras imperdibles. Como si fuera poco, una perla adicional: el prólogo de Los Lanzallamas

viernes, 7 de octubre de 2011

Atrás



Canciones ásperas de hamacas solas, mecidas por nadie. Fotos envenenadas de otoño supurando extravíos, ausencias, ayer. Sábanas heladas todavía -siempre- guareciendo el hueco, esa forma imprescriptible, lluviosa, empecinada en lastimar.

Ruidos, opalescencias, roces:


De todos los que vi (se sucedían
fatalmente), de todos los que vi,
todos aquellos que solicitaron
-de quienes yo solicité- ternura,
calor, ensueño, olvido o lágrimas...
De todos esos en los que viví,

por qué tenias que ser tú, retama
matinal, estival, voz derruida,
perro sin amo, espuma levantada
hacia las noches, agua de recuerdo,
gota de sombra, dedos que sostienen
un pétalo de sol... por qué tenías,
ciega, precisamente que ser tú...

De todos los que vi, por qué tenías
que ser tú, leño que sobrenadabas...
Por qué tenías que ser tú, muralla
de ceniza, madera del olvido...

Por qué tenías que ser tú, precisa-
mente tú, con el nombre diluido,
con los ojos borrados, con la boca
carcomida, lo mismo que una estatua
limada por los siglos y las lluvias...
De todos los que vi, desenterrados
de las mañanas y los cielos grises...
De todos, todos, todos, por qué habías
de ser tú sólo quien me entristeciese,
quien se me levantase, puño de ola,
me golpease el corazón, con esos
instantes sin nosotros, caracolas
duras, vacías, donde suena el mar
de otros planetas...
                                      Modelada en sombra
y en olvido, tenias que ser tú,
melancolía, quien resucitase...

(Presto, de José Hierro)

sábado, 24 de septiembre de 2011

Para no olvidar




"(...) Me acuerdo. Hace un año. Era un sábado, a las dos de la madrugada. Recuerdo que estaba triste y entré en un prostíbulo. La sala llena de gente que esperaba turno. De pronto la puerta del dormitorio se abrió apareciendo la mujer... imagínese usted... una carita redonda de chica de dieciséis años... ojos celestes y una sonrisa de colegiala. Estaba envuelta en un tapado verde y era más bien alta... pero su carita era la de una colegiala... Ella miró en redor... ya era tarde; un negro espantoso con labios de carbón, se levantó, y entonces ella, que nos había envuelto a todos en una promesa, retrocedió triste hacia el dormitorio, bajo la dura mirada de la regenta.

Erdosain se detuvo un momento, luego, con voz más pura y lenta, continuó.

- Créame... es muy vergonzoso esperar en un prostíbulo. Nunca se siente uno más triste que allí adentro, rodeado de caras pálidas que quieren esconder con sonrisas falsas, huídas, la terrible urgencia carnal. Y hay algo más humillante... no se sabe lo que es... pero el tiempo corre en las orejas, mientras el oído afinado escucha el crujir de una cama allí adentro, luego, un silencio, más tarde el ruido del lavado... pero antes de que nadie ocupara el sitio del negro, dejé mi silla y fui a la otra. Esperaba con el corazón dando grandes golpes, y cuando ella apareció en el umbral yo me levanté.

- Siempre eso... uno tras otro.

- Me levanté y entré, otra vez la puerta se cerró; dejé el dinero encima del lavatorio, y cuando ella iba a entreabrir su batón, yo la tomé de un brazo y le dije: "No, yo no he entrado para acostarme con vos".

Ahora la voz de Erdosain había adquirido una fluidez vibrante.

- Ella me miró y seguramente lo primero que pensó fue si yo no sería algún vicioso; mas mirándola seriamente, créame, estaba conmovido, le dije: "Mirá, entré porque me dabas lástima". Ahora nos habíamos sentado junto a la consola de un espejo dorado, y ella, con su carita de colegiala, me examinaba gravemente. ¡Me acuerdo ! ... Como si fuera ahora. Le dije: "Sí, me dabas lástima. Yo ya sé que ganarás dos o tres mil pesos mensuales... y que hay familias que se darían por felices con tener lo que vos tirás en zapatos... ya lo sé... pero me diste lástima, una lástima enorme, viendo todo lo lindo que ultrajás en vos". Ella me miraba en silencio, pero yo no tenía olor a vino. "Entonces pensé... se me ocurrió en seguida de que entró el negro, dejarte un recuerdo lindo... y el más lindo recuerdo que se me ocurrió dejarte fue éste... entrar y no tocarte... y vos después te acordarás siempre de este gesto". Fíjese que en tanto yo hablaba, el batón de la prostituta se había entreabierto sobre los senos, mientras que sobre la pierna cruzada se... de pronto ella, al mirarse en el espejo se dio cuenta y apresuradamente bajó el vestido sobre sus rodillas, cerrándose el escote. Ese gesto me dio una impresión extraña... ella me miraba sin decir palabra... vaya a saber lo que pensaba... de pronto la regenta golpeó con el nudillo de los dedos en la puerta, ella miró en esa dirección con afligimiento, luego su carita se volvió hacia mí... me miró un momento... se levantó... tomó los cinco pesos y forcejeando los entró en mi bolsillo al tiempo que decía: "No vengas más porque si no te hago echar por el portero". Estábamos de pie... yo ya iba a salir por la otra puerta, y de pronto, con la mirada fija en la mía, sentí que sus brazos se anudaban en mi cuello... me miró todavía a los ojos y me besó en la boca...¡qué le diré yo a usted de ese beso! ... pasó su mano por mi frente y cuando ya estaba en el umbral, me dijo: "Adiós, hombre noble".

- ¿Y usted no volvió más?

- No, pero tengo la esperanza de que algún día nos encontremos... vaya a saber en dónde, pero ella, Lucién, no se olvidará nunca de mí. Pasarán los tiempos, rodará por los prostíbulos más miserables... se volverá monstruosa... pero yo siempre estaré en ella como me lo había propuesto, como el recuerdo más precioso de su vida."


(fragmento de Los siete locos, de Roberto Arlt)

martes, 20 de septiembre de 2011

Ojos bien cerrados



Debe tener origen glandular la humana manía de los límites, los bordes, las fronteras. De la mano vienen las rejas, los fosos, la indiferencia. Mirando por entre los ligustros fronterizos, diré poco: buena feria del Libro, empezó a restaurar la tierra quemada que dejó la edición anterior. Algo más allá, este sábado al mediodía estaré en el programa de Martha Palou, que sale por FM Creciendo (102.1 del dial acá en el Alto Valle). El viernes 30 del corriente, en tanto, estaré en el colegio 15 de Cipolletti, charlando con los alumnos de 3º sobre mis textos y literatura en general. Desde ya, agradezco infinitamente a los docentes y personal del colegio que harán posible este espacio.

Ahora...es tiempo de cerrar los ojos...girarnos y hundirnos en este bosque de juguete... su abrazo fresco... y ofrecer el cuello a la savia de su boca y morder sus raíces y beber de esa herida latiente todo el silencio, todo el delirio:


Un bosque entero ha regresado desde tu nuca
esta noche, lo he visto conciliador,
amigo, decididamente a favor
de lo posible, tú dormías
tras la severidad de las últimas jornadas.
No quise despertarte, me refresqué en tu pulso.
Las señales parecen indudables:
podemos auxiliar a tiempo, juntos,
al número dos de dios, al tres, a otros acaso.
Ahora es sazón de no olvidar los sueños.

2
Hueles
tan bien. Hay miel como hay sudor,
hay trigo y tierra. Yo lo veo y lo oigo resonante,
tan bien. Sabes tan bien gozar.
Preservas tanto instinto de la flor a la fruta.
Yo lo veo y lo oigo y te respiro y otra vez
te tomo abierta en nuestra mesa de viento.

3
He soñado
la salvación de tu sudor

defiendo
nuestra intimidad común
ante los estragos de este cielo sangriento

recibo
en la libertad de tu cuerpo marcado
la ligera prosodia del placer

he soñado
la salvación de tu sudor.

4
Luego en el filo de la sombra
bailas
iluminada por blanca lentitud, bellísima,
tajantemente viva, sabiendo en todos los poros
y en todas las arrugas del placer,
que es bien cierta la muerte, mas sólo empieza mañana.



(Alianza, de Jorge Riechmann)

martes, 13 de septiembre de 2011

Feria del Libro



Ya está en curso la octava Feria del Libro de Cipolletti. La cita ahora es en la esquina de Fernández Oro y 25 de Mayo, en horas de la tarde. Creo que abre a las 14 horas, y se extiende hasta las diez de la noche más o menos (los fines de semana cerrará tipo once). La entrada es gratuita. Hay tiempo hasta este domingo 18 de septiembre.

Más allá de algunas intromisiones políticas reñidas con la esencia de un evento de libros, es para destacar que ahora invitaron a escritores. Ya no más chimenteros de la televisión, como sucedió el año pasado. Ojalá se mantenga la compostura para las ediciones venideras.

Como siempre, estoy y estaré en el stand del Círculo de Escritores del Comahue.

¡Te esperamos!

domingo, 11 de septiembre de 2011

Ahora sí



Suscintamente, pero no tanto. En esta dinámica de lo impensado, quemazón de planes, porque sí es que se impuso este momento para poner freno a la maleza.

Prometí abundar en la presentación del otro día. Realmente salió luminosa, sólida, electricidad pura. Los presentes creo que podrían coincidir con los adjetivos, y no es mera bravata. En algunos momentos de la charla, miraba de reojo y los descubría absortos, totalmente prendidos. Las lágrimas de algunos al final refrendan el concepto.

En definitiva, una vieja deuda que se saldó de la mejor manera. En el debe, apenas dos ausencias para lamentar, aunque ellas siempre merodean cerca cuando el cara a cara con la página, la pantalla en blanco, porque de una manera u otra fueron decisivas en mis tiempos de pichon. El resto, todo y espléndido haber. Estuvieron los que tenían que estar, en términos afectivos. También, los factotum del Círculo de Escritores del Comahue y la seccional Cipolletti de la Sociedad Argentina de Escritores; además del Subsecretario de Cultura de Río Negro. Puedo decir que fue una preciosa manera de festejar esa cifra emblemática, los treinta, y también de empezar a cerrar el capítulo de Yo el pájaro y el cielo, y enfocarme en nuevos proyectos. La lista de agradecimientos es larga, pero volveré sobre este punto.

Ese mismo viernes surgieron dos entrevistas, ambas por LU19 y con aire el subsiguiente sábado 3. La primera en "Cultura, una oportunidad", salida quincenal desde un mentado restaurante de por aquí (cuyo nombre no voy a decir acá, claro), al comando de Paula Leguizamón y el Subsecretario de Cultura de la provincia, que está vez no pudo estar. Es decir, un almuerzo radialmente en vivo, compartido con dos artistas plásticos locales de predicamento. Ahora no recuerdo bien de qué hablamos, tan sólo fragmentos que relampaguean, pero sí que la pasamos lindo. Aprovecho para compartir el sitio y la obra de uno de los invitados, Javier Lodeiro: www.lodeiro.com.ar 

Unas horas después fue el segundo envío. Esta vez desde los estudios centrales de la radio, con un viejo conocido de oidas, Daniel Vico. Fue un rato pero también lo disfruté.

Las gracias a los equipos de ambos programas.

Ahora sí, volvemos a la normalidad de este Jardín. Nos vemos pronto. 

lunes, 5 de septiembre de 2011

Próximamente

Sólo para comentar, brevemente por apremio horario, que ya pasada la presentación del libro (que, por cierto, salió muy muy bonita) y, por consiguiente el vértigo preparatorio también, normalizaré en el corto plazo mi presencia en este Jardín, postergado por tanto ir y venir.

Muy pronto contestaré los comentarios pendientes, además de contar con más detalle lo sucedido.

Este fin de semana no fue posible porque el sábado se fue con dos notas radiales que surgieron el mismo viernes, y el domingo con los últimos resabios de festejo por el cumpleaños reciente.

Mañana o pasado, sin falta. Lo prometo.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Casi casi...




Horas nada más. Se acerca la hora de la verdad. Aún quedan detalles por afinar, por lo que seré más breve que nunca.

Ayer salieron dos notas, una en el diario Río Negro y otra en La Mañana de Cipolletti. Hace unos días también salí al aire por AM La Carretera (de Allen, Río Negro). Agradezco infinitamente a Nancy (de la radio), Juan Cruz (del Río Negro), y a todo el equipo de estos tres medios. También, a la gente de LU5 de Neuquén.

Gracias, obviamente, a todos los que aportaron su tiempo, esfuerzo y cariño para concretar este proyecto.

La próxima, más detalles.

¡Nos vemos en un rato!

jueves, 1 de septiembre de 2011

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Varios, luego de esta larga e inédita ausencia. Justificada, claro: mañana viernes 2 es la presentación de Yo el pájaro y el cielo. Sólo aquel que presenta un libro (y sus afectos cercanos que pujan en los remos vecinos) saben lo que cuesta preparar esa gloriosa media horita. En tiempo y en energías. Pero vale absolutamente la pena.

En la entrada anterior marré la altura de la calle. No es al 200, sino que la biblioteca está ubicada en Mengelle 565.

Hoy, además, es mi trigésimo cumpleaños.

¡Te espero mañana!

lunes, 15 de agosto de 2011

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Final para el juego de las escondidas. Diré entonces que las tres entradas anteriores conforman el primer capítulo de mi novela Yo el pájaro y el cielo. Como ya comenté alguna vez, se hizo libro luego de obtener el primer premio en el concurso convocado por el Fondo Editorial Rionegrino en el año 2009, instancia en la que actuaron como jurados el editor Gastón Gallo, José Amícola (catedrático U.N.L.P.), y Alberto Laiseca. El año pasado, en tanto, se presentó en la Feria del Libro de Buenos Aires (foto) e integró el stand de Argentina en la Feria del Libro de Frankfurt.

Por fin, luego de muchos devaneos y postergaciones, ya hay fecha y lugar para la presentación individual y la firma de ejemplares: viernes 2 de septiembre del corriente, a las 19:30 horas, en la sala auditorio de la Biblioteca Popular "Bernardino Rivadavia" (Av. Mengelle al 200 de Cipolletti, R.N.). El acto estará a cargo de la periodista (y gran amiga mía) Gladys Azpeytía.

Un detalle: será también una bonita forma de festejar mi trigésimo cumpleaños, que sucederá el primer día del mes venidero.

Desde ya, ¡todos invitados!

viernes, 12 de agosto de 2011

Desenlance...(?)




(viene de la entrada anterior)

"El altímetro disminuye y los latidos arrecian. La excitación de la batalla inminente se impone en las entrañas. Con los dedos acaricio el disparador de las ametralladoras, que está en la misma palanca de mando, lo paladeo a conciencia. Por lo menos uno de ellos tiene que ser mío, me repito una y otra vez mientras los puntos negros van definiendo sus formas. Son dos torpes y lentos FE2 ingleses. Aunque cargan armas traseras será fácil, tanto que quizás nos convenga acercarnos más para así economizar balas; otra cosa sería un desperdicio indigno para la sencillez de la tarea. Una de las víctimas titila fogonazos, enmudecidos por la distancia aún excesiva que separa a cazadores de presas. Nos han visto y la consciencia del destino debió enloquecer a esos hombres. El otro avión también dispara, y ahora sí dos o tres tableteos se cuelan entre los ronquidos del motor que han parado de golpe. También esa ametralladora ha callado... pero dispara sin parar, estamos cerca y el cañón escupe fuego con nitidez y desesperación. Y la hélice sigue girando. Algo está mal, y entonces un líquido caliente corre por mi cara. Torpemente me saco un guante y la mano blanca se mete con dificultad debajo de la capucha, hacia ese lugar donde late un aguijón punzante y lejano, para salir temblorosa y roja; un color que se me confunde cuando la sangre chorrea por mi frente y me inunda los ojos.

Algo cruje. Es el ala inferior del biplano, porque caemos sin control. Tendría que tomar la palanca de mando, escurridiza y danzarina, para evitar el desastre que anuncia el altímetro. Tiro de ella con fuerza hacia mí, como si quisiera abrazarla. El avión reacciona, enderezándose con esfuerzo. El dolor es una estaca que se clava a martillazos en el cráneo. Apenas puedo ver el lugar donde intentaré aterrizar, un campo de tierra muy roja, arrasada, llena de cráteres que se agigantan cada vez más. Es la tierra muerta que se extiende entre las dos líneas infinitas de trincheras. Balbuceo una oración hasta que un golpe fuerte me interrumpe. Oscuridad.

Están cerca. Son dos. Los puedo sentir.

- ¿Estás despierto?

Era la voz del doctor Koppen.

- Sí.

- Llegó el momento. ¿Puedes incorporarte un poco?

Apenas podía, hasta que un brazo me cruzó la espalda para salir bajo el hombro izquierdo. Luego otro más repitió la operación por adelante, para terminar acoplando ambas manos y así apuntalarme. Quedé paralizado. Qué suavidad y delicadeza las de ese abrazo improvisado para ayudarme.

Chasqueó una tijera y las vendas se fueron retirando para mostrar la claridad y sus excesos. Poco después el mundo empezó a dibujarse entre tanta luz.

El doctor Koppen me miraba contento; lo acompañaba una enfermera rubia, de rostro delicado, ocupada en el montón de vendas sobrantes. Mientras, el doctor examinaba la herida:

- Realmente tuviste mucha suerte. Unos milímetros más hacia adentro y ese disparo te hubiera arrancado la cabeza de cuajo. ¿Recuerdas algo?

- Sí. Perseguíamos a dos. Tenían el sol en contra pero de alguna manera nos vieron. Fue el observador de uno de ellos. Una bala perdida, disparó desde muy lejos y apuntando mal.

- Bueno, de cualquier manera su suerte se terminó en ese momento. Tus muchachos terminaron el trabajo. Tu hermano hizo enviar el reporte.

Quise sonreír pero una puntada en la herida me lo impidió.

- No te preocupes, estarás bien. La herida se ve impresionante pero es superficial; quizás el proyectil haya golpeado un poco pero nada indica que sea grave. Estás un poco débil, pero es cuestión de días. Katharine te pondrá un vendaje reducido.

Katharine. Entonces así se llamaba.

- Doctor - dije por instinto.

Koppen volvió sobre sus pasos.

- ¿Cuando podré regresar al frente?

Una sonrisa compasiva se le dibujó en la boca.

- Ya hablaremos sobre eso, Manfred.  

Su respuesta era intranquilizadora. Aparentaba ser el preludio para lo que yo no quería oír, una suerte de anestesia. En eso pensaba cuando sentí las manos de Katharine aplicando el vendaje. Delicadamente, como si estuviera envolviendo porcelana. Me quedé muy quieto, la respiración tenue. Estábamos solos en ese lugar, una habitación individual, algo extraño a la usanza de los hospitales militares.

- ¿Dónde estamos? – pregunté.

Algunos segundos después:

- A unos kilómetros del frente. Este edificio era una escuela y ahora lo usamos como hospital de campaña, uno de los más próximos a la línea.

Hablaba despacio, concentrada en su tarea. Luego siguió enroscando el vendaje hasta concluirlo. Con un gesto señaló una campana sobre la mesa de luz y salió de la habitación, antes que pudiera decirle nada más.

Recién cuando sus pasos se perdieron en el pasillo pude recobrar la respiración normal. Inconscientemente acaricié las vendas, rozando apenas la tela tibia. Pensé en eso hasta que me dormí."