La vida del escribiente tiene, como todo, algunos puntos de inflexión. Hablábamos en algún momento de escaladores y montañas, y ciertamente las similitudes son patentes.
Porque el país de las palabras puede tener, además de bosques encantados y jardines interminables, una geografía escarpada y peligrosa.
Quien se adentra en ese mundo quizás descubra muy pronto la primera de estas cumbres clausurando su camino. Queda supeditado a varios factores, claro; no es sencillo hacer abstracciones porque cada aventurero tiene sus propias circunstancias y su propio destino. Pero podemos convenir en que si es niño o joven, casi con seguridad tendrá que poner sus manos inexpertas y sin curtir al servicio de esta primera batalla...
Obviemos mas introducciones y directamente pasemos a compartir un risueño opúsculo de Paulo Coehlo. Dice así:
Porque el país de las palabras puede tener, además de bosques encantados y jardines interminables, una geografía escarpada y peligrosa.
Quien se adentra en ese mundo quizás descubra muy pronto la primera de estas cumbres clausurando su camino. Queda supeditado a varios factores, claro; no es sencillo hacer abstracciones porque cada aventurero tiene sus propias circunstancias y su propio destino. Pero podemos convenir en que si es niño o joven, casi con seguridad tendrá que poner sus manos inexpertas y sin curtir al servicio de esta primera batalla...
Obviemos mas introducciones y directamente pasemos a compartir un risueño opúsculo de Paulo Coehlo. Dice así:
El escritor y sus padres (Paulo Coelho)
Cuando tenía quince años, le dije a mi madre:
-He descubierto mi vocación: quiero ser escritor.
-Hijo mío -respondió ella, con aire triste -tu padre es ingeniero. Es un hombre lógico, razonable, con una visión precisa del mundo. ¿Tú sabes lo que es ser un escritor?
-Alguien que escribe libros.
-Tu tío Haroldo, que es médico, también escribe libros, y ya publicó algunos. Sigue la facultad de ingeniería y tendrás tiempo para escribir en tus momentos libres.
-No, mamá. Yo quiero ser solamente escritor. No un ingeniero que escribe libros.
-¿Pero tú ya has conocido a algún escritor? ¿Alguna vez viste a algún escritor?
-Nunca. Sólo en fotografías.
-Entonces, ¿cómo quieres ser escritor sin saber bien lo que es eso?
Para poder responder a mi madre resolví hacer una pesquisa. Y he aquí lo que descubrí sobre lo que era ser un escritor en el inicio de la década de los sesenta:
Un escritor siempre usa lentes, y no se peina bien. Pasa la mitad de su tiempo con rabia de todo, y la otra mitad deprimido. Vive en bares, discutiendo con otros escritores, también con lentes y despeinados. Habla difícil. Tiene siempre ideas fantásticas sobre su próxima novela y detesta la que acabó de publicar.
Un escritor tiene el deber y la obligación de jamás ser comprendido por su generación -o nunca llegará a ser considerado un genio, pues está convencido de que nació en una época en la que la mediocridad impera-. Un escritor siempre hace varias revisiones y alteraciones en cada frase que escribe. El vocabulario de un hombre común está compuesto por 3.000 palabras; un verdadero escritor jamás las utiliza, ya que existen otras 189.000 en el diccionario, y él no es un hombre común.
Solamente otros escritores comprenden lo que un escritor quiere decir. Aún así, él detesta secretamente a los otros escritores, ya que están disputando las mismas plazas que la historia de la literatura deja a lo largo de los siglos. Entonces, el escritor y sus pares disputan el trofeo del libro más complicado: será considerado el mejor aquel que consiguió ser el más difícil.
Un escritor entiende de temas cuyos nombres asustan: semiótica, epistemología, neoconcretismo. Cuando desea impresionar a alguien dice cosas como "Einstein es burro" o "Tolstoi es un payaso de la burguesía". Todos se escandalizan, pero comienzan a repetir a otros que la teoría de la relatividad es errónea y que Tolstoi defendía a los aristócratas rusos.
Un escritor, para seducir a una mujer, dice: "Soy escritor", y escribe un poema en una servilleta: funciona siempre.
A causa de su vasta cultura, un escritor siempre consigue empleo como crítico literario. Es en este momento cuando él muestra su generosidad, escribiendo sobre los libros de sus amigos. La mitad de la crítica está compuesta por citas de autores extranjeros; la otra mitad son los tales análisis de frases, siempre empleando términos como "el corte epistemológico" o "la visión integrada en un eje correspondiente". Quien lee la crítica comenta: "¡Qué hombre tan culto!". Y no compra el libro, porque no sabrá cómo continuar la lectura cuando aparezca el corte epistemológico.
Un escritor, cuando es convidado a comentar lo que está leyendo en aquel momento, siempre cita un libro del que nadie oyó hablar.
Sólo existe un libro que despierta la admiración unánime del escritor y sus pares: Ulises, de James Joyce. El escritor nunca habla mal de este libro, pero cuando alguien le pregunta de qué trata, nunca consigue explicarlo bien, dejando dudas sobre si realmente lo leyó. Es un absurdo que Ulises jamás sea reeditado, ya que todos los escritores lo citan como obra maestra; tal vez sea la estupidez de los editores, dejando pasar la oportunidad de ganar mucho dinero con un libro que todo el mundo leyó y a todo el mundo gustó.
-He descubierto mi vocación: quiero ser escritor.
-Hijo mío -respondió ella, con aire triste -tu padre es ingeniero. Es un hombre lógico, razonable, con una visión precisa del mundo. ¿Tú sabes lo que es ser un escritor?
-Alguien que escribe libros.
-Tu tío Haroldo, que es médico, también escribe libros, y ya publicó algunos. Sigue la facultad de ingeniería y tendrás tiempo para escribir en tus momentos libres.
-No, mamá. Yo quiero ser solamente escritor. No un ingeniero que escribe libros.
-¿Pero tú ya has conocido a algún escritor? ¿Alguna vez viste a algún escritor?
-Nunca. Sólo en fotografías.
-Entonces, ¿cómo quieres ser escritor sin saber bien lo que es eso?
Para poder responder a mi madre resolví hacer una pesquisa. Y he aquí lo que descubrí sobre lo que era ser un escritor en el inicio de la década de los sesenta:
Un escritor siempre usa lentes, y no se peina bien. Pasa la mitad de su tiempo con rabia de todo, y la otra mitad deprimido. Vive en bares, discutiendo con otros escritores, también con lentes y despeinados. Habla difícil. Tiene siempre ideas fantásticas sobre su próxima novela y detesta la que acabó de publicar.
Un escritor tiene el deber y la obligación de jamás ser comprendido por su generación -o nunca llegará a ser considerado un genio, pues está convencido de que nació en una época en la que la mediocridad impera-. Un escritor siempre hace varias revisiones y alteraciones en cada frase que escribe. El vocabulario de un hombre común está compuesto por 3.000 palabras; un verdadero escritor jamás las utiliza, ya que existen otras 189.000 en el diccionario, y él no es un hombre común.
Solamente otros escritores comprenden lo que un escritor quiere decir. Aún así, él detesta secretamente a los otros escritores, ya que están disputando las mismas plazas que la historia de la literatura deja a lo largo de los siglos. Entonces, el escritor y sus pares disputan el trofeo del libro más complicado: será considerado el mejor aquel que consiguió ser el más difícil.
Un escritor entiende de temas cuyos nombres asustan: semiótica, epistemología, neoconcretismo. Cuando desea impresionar a alguien dice cosas como "Einstein es burro" o "Tolstoi es un payaso de la burguesía". Todos se escandalizan, pero comienzan a repetir a otros que la teoría de la relatividad es errónea y que Tolstoi defendía a los aristócratas rusos.
Un escritor, para seducir a una mujer, dice: "Soy escritor", y escribe un poema en una servilleta: funciona siempre.
A causa de su vasta cultura, un escritor siempre consigue empleo como crítico literario. Es en este momento cuando él muestra su generosidad, escribiendo sobre los libros de sus amigos. La mitad de la crítica está compuesta por citas de autores extranjeros; la otra mitad son los tales análisis de frases, siempre empleando términos como "el corte epistemológico" o "la visión integrada en un eje correspondiente". Quien lee la crítica comenta: "¡Qué hombre tan culto!". Y no compra el libro, porque no sabrá cómo continuar la lectura cuando aparezca el corte epistemológico.
Un escritor, cuando es convidado a comentar lo que está leyendo en aquel momento, siempre cita un libro del que nadie oyó hablar.
Sólo existe un libro que despierta la admiración unánime del escritor y sus pares: Ulises, de James Joyce. El escritor nunca habla mal de este libro, pero cuando alguien le pregunta de qué trata, nunca consigue explicarlo bien, dejando dudas sobre si realmente lo leyó. Es un absurdo que Ulises jamás sea reeditado, ya que todos los escritores lo citan como obra maestra; tal vez sea la estupidez de los editores, dejando pasar la oportunidad de ganar mucho dinero con un libro que todo el mundo leyó y a todo el mundo gustó.
Provisto de todas estas informaciones, volví a mi madre y le expliqué exactamente lo que era un escritor. Se quedó un poco sorprendida.
-Es más fácil ser ingeniero -dijo. -Además, tú no usas lentes.
Pero yo ya iba despeinado, con mi paquete de Gauloises en el bolsillo, una pieza de teatro debajo del brazo (Límites de la resistencia que, para mi alegría, el crítico Yan Michalski definió como "el espectáculo más loco que jamás vi"), estudiando a Hegel y decidido a leer Ulises de cualquier manera. Hasta el día en que apareció Raúl Seixas, me retiró de la búsqueda de la inmortalidad y me colocó de nuevo en el camino de las personas comunes.
Antes que nada, dejo asentado que no pretendo hacer ninguna valoración sobre el autor o sus palabras. Primero, porque no leí ninguno de sus libros, y no creo muy prudente dejarme llevar por esa polémica que hace unos años estuvo en punto de ebullición, aquella de "Coehlo escribe bien/Coehlo escribe horrible". Además de que considero que todo eso no fue más que una fenomenal operación de marketing orquestada desde altas esferas editoriales, pareciera resultar indiciario el hecho de que este hombre ocupe actualmente un escaño en la Academia de Letras de Brasil.
Respecto a lo demás, ¿qué se puede decir?. Es tan azarosa, tan voluble y también tan delicada la metamorfosis que convierte a un pichón de escribiente en Escritor, que hacer generalizaciones resulta impracticable. Incontables son los caminos que han servido de conducto para esas transformaciones.
Por otra parte, la diversidad de la fauna del país de las palabras es infatigable: sin distinción de género, los ha habido plebeyos y aristócratas; han sido dueños de vastísimos saberes enciclopédicos (como Borges) o se han autodefinido como "campesinos que cuentan historias" (como Faulkner); vivieron en el encierro (como Proust) o corrieron toda clase de peligros y aventuras (como Hemingway, tan recelado por nuestro "eterno perdedor del Nobel"). Los ha habido perversos y viciosos como así también ascetas de conducta monacal; han adorado a las musas inspiradoras o se han entregado al rigor de disciplinas espartanas; hubo atormentados y también dicharacheros embriagados de hedonismo...Y no dudes que así podriamos seguir un largo rato.
Me interesa más una breve reflexión sobre la temática que aborda Coehlo. Tenemos entonces a Pichoncito de escritor, recién salido del huevo, que se arrastra tierno y lastimero por sus primeras páginas. Senderos en la penumbra que, más tarde o más temprano, seguramente saldrán a la luz. Por lo general es el propio Pichoncito, fascinado por sus nuevos descubrimientos, el que prende todas las farolas y encara a sus más próximos (como ser sus padres) con frases subliminales del tipo "He descubierto mi vocación: quiero ser escritor".
En este momento es cuando sucede uno de los primeros puntos de inflexión. De acuerdo a la respuesta y el estímulo que den los padres será que Pichoncito aprenda a volar o prefiera renegar de sus alas para conformarse con la segura comodidad del suelo firme. Aunque también creo que ante una respuesta negativa y/o desalentadora (lo que en jerga familiar sería "ser realista", "tener los pies en la tierra" y afines), resulta aún más crucial la determinación de Pichoncito en pos de su nuevo impulso vital. Empero, claro está que muchas veces la debilidad neonatológica lo condena a rendirse más rápido de lo que nos gustaría.
Ojo, no cuestiono las intenciones. Con el correr del tiempo y tras numerosas observaciones he llegado a entender un poco (entender, no aceptar) de la naturaleza de esas respuestas que fluctúan entre lo pragmático y lo pesimista. No hago un juicio de valor sobre las mismas porque las intenciones siempre, o casi siempre, son las mejores. Lo que cuestionamos es el efecto. Porque quizás en ese momento Pichoncito, quien siente poco a poco que el pecho se le llena de luz, pueda pensar que los Jinetes del Apocalipsis en verdad son dos y se llaman Papá y Mamá.
Ojo, no cuestiono las intenciones. Con el correr del tiempo y tras numerosas observaciones he llegado a entender un poco (entender, no aceptar) de la naturaleza de esas respuestas que fluctúan entre lo pragmático y lo pesimista. No hago un juicio de valor sobre las mismas porque las intenciones siempre, o casi siempre, son las mejores. Lo que cuestionamos es el efecto. Porque quizás en ese momento Pichoncito, quien siente poco a poco que el pecho se le llena de luz, pueda pensar que los Jinetes del Apocalipsis en verdad son dos y se llaman Papá y Mamá.
Por eso, estimado pasajero o querida visitante, si algún día tu hijo o hija te mira con los ojos brillantes para hablarte sobre lo que escribe o lo que le gustaría ser, no lo coartes. Tampoco te asustes. Dejalo hacer, dejalo ser. No olvides que el universo tiene un equilibrio, y que lo que tenga que ser será. Puede que tu chiquito/a sea un pichón de crack literario, un futuro prodigio; o quizás lo motive una necesidad del momento sin más pretensiones que expresar sentimientos o hacer catársis. En cualquiera de los dos casos, creo que la iniciativa artística en un chico/a es muy valiosa, máxime considerando el medio ambiente de reality show en el que les toca desarrollarse.
Insisto: no lo coartes. Quizás algún día abandone la literatura (o cualquier otra disciplina artística) para seguir caminos diferentes, o tal vez termine recorriendo el mundo para presentar sus libros ante auditorios repletos de lectores que lo admiran. Pero en cualquiera de los dos casos, un día va a mirarte con los ojos otra vez brillantes, pero no para decirte "quiero ser escritor", sino para decirte "gracias".
Es nada mas que un consejito, una sugerencia, que muy humildemente te hago llegar desde este espacio que, como siempre te digo, es mío pero también tuyo.
Ahora sí develo el misterio: el título sale de una frase de Marco Tulio Cicerón, aquel legendario político y orador romano que vivió y murió Antes de Cristo: "Estos son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros". Confieso que me hizo reír mucho. Supongo que cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia, ¿no?.
Nos vemos pronto. ¡Que tengas un bonito día!
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