Ayer se fue, y dejó un hueco en este submundo de las letras. Seguramente, ahora que observa con "la lejana mirada de los muertos" (como dijo alguien cuya identidad ahora no recuerdo), ya completó el requisito final para el reconocimiento pleno que mereció desde siempre, el reconocimiento a algo más que un fenómeno marginal de la literatura, caprichoso rótulo que tácitamente le endilgaron mínimos y arcaicos círculos académicos.
Tristemente, un destino común a tantos. Engrosa la legión de Kafka, Poe, Lovecraft, y tantos más que tuvieron los bien ganados laureles a su talento... recién cuando éstos fueron depositados como ofrenda floral sobre sus tumbas.
Alguna vez dijo que no aspiraba al Nobel, sino que se sentía hecho cuando alguien le decía "me c... de risa con tu libro".
Si lo hubiera conocido, quizás se hubiera sentido así al saber que los dos cuentos suyos que leí me provocaron esa incontinencia metafórica, orgánica y feliz.
Ayer se fue, y volvió esa tristeza, entre incrédula y melancólica, que despierta la partida de los tipos queribles, entrañables.
Pero quedan su ejemplo y su obra luminosa, lo que no es poco en estos tiempos.
Nada mejor que recordarlo por los "hijos" que su genio supo alumbrar. Te dejo con uno de ellos,"Uno nunca sabe", haciendo click acá.
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