9 de Julio y para mejor lunes. Sin dudas, un día de fiesta para la industria turística nacional.
Mejor hablemos de cuestiones más pedestres. Anteayer, el suplemento cultural del diario Río Negro publicó un artículo muy interesante, el cual quisiera compartir con vos (para leerlo, click acá).
Intitulado "Un placer; una maldición", versa sobre el oficio de escribir. Alguna vez, en un posteo viejo, deliré sobre las tinieblas de la página en blanco; y ahora la señora Peluffo me dio pie para la aventura subsiguiente. Nada menos que el adentrarse en esa estepa muy poco hospitalaria.
Oficio resulta una palabrita reveladora. Empero, en el imaginario colectivo suele revolotear otra más romántica: la "inspiración". ¿Quién no oyó hablar de las célebres "musas"?. Mas allá de los espejitos de colores usuales en la seducción, los artificios humeantes del "chamuyo", es cierto que esta raza de ángeles supo existir en épocas preteritas. Antes una aclaración: hablamos de narrativa. Es posible que en los primaverales santuarios de la poesía aun subsistan, aunque de eso no podría hablar sin escatimar chapuceo. Algunas pocas veces quise encontrar esos templos, y en todas me perdí sin remedio en las junglas circundantes. De ahí a reconocer la propia limitación hubieron dos o tres pasos.
Por eso la aclaración. Porque los terruños de la narrativa tienen otra geografía. Son decididamente áridos y agrestes, la floración escasea, y la exploración de los mismos requiere cartografías precisas. Intuyo que en la poética todavía es posible orientarse por las estrellas, o incluso el vagar huerfano de nortes pueda arrojar algún resultado satisfactorio. Todo ello merced a la proverbial flexibilidad de la métrica, generosa en posibilidades que van desde armazones rígidos (como por ejemplo en el haiku) hasta la prescindencia normativa de formas casi líquidas. Obviamente, todo esto dicho desde mi ignorancia lírica.
En la narrativa siento que es distinto. Hay algunas vacas sagradas, estructuras preconcebidas a las que se debe respetar, aun hasta cierto punto fronterizo con la insubordinación. Creo que la concepción de un poema es un poco más visceral que la de un cuento o una novela. Estas últimas nacen mediante partos inducidos, en ejercicios fríos. Una práctica quirúrgica que se realiza con escalpelo, con hacha o con serrucho, según sea el caso. No hay mucho lugar para las emociones. O tal vez un poco. De hecho, Dolina decía que lo lindo "no es escribir sino haber escrito", y comparándolo con su actividad radial, agregaba que cuando escribe "los oyentes no llaman, nadie aplaude". Concluía en que a la tercera línea siempre lo invade el desaliento.
En esta atmosfera densa, es entendible que las musas hayan juntado sus petates para emigrar hacia climas más benignos. Era Stephen King quien decía jocosamente que su "musa" era un trajeado caballero, el que se limitaba a sentarse en un sillón y azuzarlo para que trabaje.
Son innumerables los novelistas laureados quienes repiten aquella palabrita de textura rugosa. Oficio. Induce imágenes de obreros, de herreros martillando en el yunque. Y muchas veces, aunque a priori parezca bizarro, el parecido resulta conmovedor.
En este tema del oficio y sus derivaciones laboriosas, un apostol emblemático, entre tantísimos, es Truman Capote. En el prólogo del que fue su último libro, "Música para camaleones" (que de hecho también está en el suplemento mencionado, aunque me parece que sólo colocaron de fragmentos extensos), Capote hace un rememoración de su proceso evolutivo literario.
Allí aparece nítida una de sus primeras obsesiones: la conquista de un estilo. Alrededor de ese sol se planteó satélites, como por ejemplo, alcanzar la precisión de la poesía y el dominio total de las técnicas narrativas, al cual consagró largos años de esfuerzo constante. Tanto fue así que al momento de publicar su primer libro, "Otras voces, otros ámbitos", tenía veintitres años de edad, detalle que generó comentarios del tipo "asombroso que siendo tan joven escriba tan bien". Luego diría, con sorna: "¿Asombroso?. Sólo hacía catorce años que escribía día tras día!".
Este controvertido escritor, una especie de Oscar Wilde posmoderno, dejó testimonios de diversas tonalidades. Su obra, con el punto saliente de la celebrada "A sangre fría", que significó el nacimiento de nuevo subgénero dentro de la novela, la "novela no ficticia", tan en boga desde entonces. Su destrucción personal, incubada durante el proceso de creación de ese libro, y detonada definitivamente a partir del estrellato que la obra le otorgó. Incluso tambien cuestiones tragicómicas que rozaron la leyenda urbana, como por ejemplo lo sucedido con "Plegarias atendidas", el libro que supuestamente preparó durante sus últimos años.
En algún momento hablaremos sobre esto.
Por lo pronto, hasta acá llegamos hoy. Les dejo un cuento de Lovecraft, "Polaris". La temática es de corte fantástico, y la adjetivación, sin dudas que también. Para leerlo, click acá.
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