jueves, 15 de noviembre de 2012

Charanga


                                                    (foto: Lee Jeffries)


Otro ilustre morador de nuestro panteón de olvidados (a estas alturas, un argentinismo).

"FUE un trago largo, como un lazo. Pialó el acuerdo.
     Y dijo:
     –Mi padre llegó a Carmen de Patagones durante la administración del Comandante Oyuela.
     El pillaje de los indios devastaba las colonias y las estancias de la frontera.
     A base de robos y de comerciantes sin escrúpulos florecía la exportación de cueros y tasajo.
     Mi padre era gaucho. Llevaba cinco “muertes” encima. Y
     entró a punto en el juego.
     Porque entre reducidores, aventureros, corsarios y esclavos, el crimen es una ficha.
     Los soldados que mandó la Primera Junta a sofocar la revuelta del año 12 se rebelaron el 19.
     ¡Todavía se oían los ayes del Gobernador y se veían las cabezas de los oficiales enterrados vivos!
     Mi padre, corrido por la justicia, se encontró, a sí mismo, en la promiscuidad de los Aucas.
     Pues el gaucho que se asquea de la ley de los hombres regresa al instinto de la indiada.
     Con ellos robó y mató a gusto, hasta que vino el gallego Pincheira. ¡Ordene, Oficial Pincheira!
     Y entró a su banda militarizada de forajidos: indios, gauchos y soldados desertores.
     Mi padre dilapidó su parte de cuarenta mil vacunos "reducidos" a patacones en el Carmen.
     Hasta que los colonos cansados de pillajes se hicieron a su vez cuatreros y bandidos...
     La emoción de bandidaje es una emoción bárbara, pero subyugante de la especie.
     Arrasar, quemar; violar, matar; son cosas primarias que cobijan todas las almas.
     Mi padre decía: quien degüella, desuella y... resuella. Y no tuvo asco: bestias, indios o cristianos.
     Pero todo cansa. Y con una cautiva que rescató en Chile, merodeó por las orillas de Río Negro.
     Fuera del apero, su daga, sus piojos y su quillango, no tenia más que cicatrices.
     Juntó cueros de zorros y plumas de ñandú. Pero la honradez lo acobardaba...
     Se metió con los noruegos de una factoría de aceite. Y tuvo vergüenza del trabajo...
     ¡A él, que amaba los entreveros, le dolía matar focas a garrotazos en bahías desoladas!
     Mi padre, el 26, entró a bordo de un corsario cuando estalló la guerra con Brasil.
     Se curtió con sudestadas. Y se templó de nuevo en las matanzas de los abordajes.
     Carmen de Patagones vivía el esplendor que da la plata del vicio y la rapiña.
     Se hizo puerto libre y zona neutra. Se llenó de truhanes, putas y piratas: de vértigo y orgía.
     Los brasileros, hartos de ignominias y saqueos de corsarios, resolvieron hacer un escarmiento.
     Cinco navíos de guerra, del bloqueo a Buenos Aires, fondearon en las bocas del Río Negro.
     Y setecientos hombres, bajo el mando de un general inglés, enfilaron hacia Carmen de Patagones.
     La noticia apenó a todos. Entraban en la patria como el hacha en el árbol que se quiere.
     Mi padre se enroló en la defensa. Defensa improvisada, de milicos, gauchos y tahúres.
     Tenían de arma un espíritu de llama y de escudo solamente la tela de la faja y de la vincha.
     Cien jinetes en conjunto. Coordinaron el ataque con la astucia del indio y la rabia del desierto.
     Seis leguas separaban al invasor, de Patagones. Seis leguas de sed en un páramo de fuego.
     Los infantes brasileños lo ignoraban. Conducidos sin cautela, se filtraron de cansancio en el camino.
     Mi padre, entonces, abrió lucha de emboscada. Los sedientos bebieron sangre en sus heridas.
     Los demás, la lengua seca, se desbandaron como loros ante el huracán de los centauros.
     En medio de una escaramuza, el brillante uniforme del general atraía la mirada.
     Mi padre lo volteó de un balazo mientras sus huestes sucumbían por las cargas y la sed.
     Y deseando con locura su uniforme, se precipitó sobre el
     general, a despojárselo.
     Su cuerpo inmóvil cedía dócilmente. Ya casi desnudo, mi padre quedó bizco de repente.
     ¡Un anillo magnifico destellaba en su mano! En el apuro de tenerlo, le cortó el dedo de un hachazo.
     Fue un ¡ay! horrible. El general, nada más que herido, simulaba la muerte por salvarse...
     ¡Pero la muerte vino sin piedad! Y mientras milicos y gauchos arreaban prisioneros,
     Mi padre le hundió la daga en el corazón; la revolvió como una bombilla en el mate.
     Y ufano del anillo y la chaqueta, galopó sobre cadáveres a dirigir la columna derrotada."


(fragmento de Aquende, de Juan Filloy)

8 comentarios:

Unknown dijo...

Bom dia Matias
Obrigado pela visita em - Fala-me.

As nossas dificuldades na tradução sem tradutor são pequenas em relação a outras línguas como o grego, o alemão, o malaio ou outro idioma falado.

Gostei desta revolução nos tempos recuados em que os povos se encontraram e colonizaram outras regiões do globo.

Existe bastante violência. Parece que os humanos deixaram de o ser.

Um abraço para ti e votos de mais histórias escritas com a tua pena.

Marinel dijo...

Este fragmento de Filloy, me ha recordado también a Vázquez Figueroa y sus libros.
Apasionantes vivires,¿verdad?
Besos.

fus dijo...

Me ha gustado mucho este fragmento de Aquende.

un abrazo

fus

Luna dijo...

Se deja leer como un poema el relato del hijo.

Saludos Matías.

Marina Filgueira dijo...

¡Hola Matías!

Vaya relato, un poco largo me costó leerlo, pues no ando muy bien de la vista.
Cuantas cosas malas hizo ese padre y al final hasta encontró el divino tesoro!... el anillo y la chaqueta del famoso General.
¡Un matachín afortunado diría yo! Y fíjate que hasta el gallego andaba en esos años por esas tierras.
Si, es verdad lo que dicen del gallego, que a cualquier parte del mundo que vayas, allí encontrarás un gallego. ¿Porque será? Matías.

Gracias por compartir este interesante relato.
Te dejo mi cálido abrazo y mi estima siempre. También mi agrado por estar cerca de mí. Se muy feliz.

Anónimo dijo...

Filloy... una de mis tantas deudas, aventuro. Muy bueno. Abrazo

silvia zappia dijo...

mucho tiempo que no leía a Filloy.

abrazo*


(estoy leyendo a bolaño, veré si apruebo)


abrazo*

Matías dijo...

Luis: EL lobo es el lobo del hombre, decía Hobbes. Creo que ninguna otra especie que habita este mundo emparda en crueldad al ser humano. Un abrazo amigo.

Marinel: Sí, el hombre tuvo una vida muy larga y pintoresca. Hace poco me sorprendió enterarme que Filloy fue candidato al Nobel. BEsos!

Fus: a mí también, chamigo, sin dudas que sí. Un abrazo!

Luna: y es así nomás, tenés razón! infalible el ojo de quien escribe poesía. beso!

Marina: Gracias por tu presencia y tus hermosas palabras. Beso!

Horacio: Mía también, chamigo, no te quepan dudas. Impresionante esa imagen del puñal revuelto como bombilla en el mate. Un abrazo.

Silvia: Aja! luego contame qué te parece BOlaño, dale? Abrazo