sábado, 28 de marzo de 2009

La llamada de la selva


Pensaba pasar ayer, un día de esos que me gustan: viernes, nublado, veinte y pocos grados en el termómetro. ¿La excusa? algunos proyectos literarios consumen mucho de mi tiempo últimamente.

Pasemos a lo bueno. Hoy tenía ganas de recomendarte un libro, obra del Nobel inglés William Golding. Intitulado "El señor de las moscas", trata sobre...

¿Te cuento? ¿no te cuento?

Bueno, un poquito está bien. En tiempos de guerra, un grupo de muchachitos ingleses queda atrapado en una isla desierta. Forzados a sobrevivir por su cuenta, comienzan a organizarse y eligen como jefe a Ralph, quien personifica a la voz del sentido común y pregona la necesidad de trabajar en equipo. Desde el comienzo lo secunda Piggy, un chico gordo del que todos se burlan, pero que tiene la inteligencia de un adulto; del otro lado se va perfilando la figura de Jack Merridew, líder de un coro de jovenes, por voz de tenor pero especialmente por la ascendencia de su carácter.

Los primeros tiempos son de convivencia y mancomunión. La tirantez usual entre dos caudillos como son Ralph y Jack se mantiene estable. Construyen refugios, arman una hoguera en la cima de un cerro, organizan un cronograma de vigilancia para mantener el fuego. También designan a un grupo de caza: Jack y sus coristas.

Pero las cosas empiezan a descomponerse lentamente. La vuelta a un entorno virgen de civilización, las emociones primales de la cacería, la sangre caliente embadurnando las manos. Todo va llevando a estos jovencitos ingleses, extractos de una sociedad que se jacta por el apego a las normas, a desatar la real naturaleza del hombre. Los que fueron coristas ahora son cazadores, fieles a la autoridad despótica de Jack, obsesionados con el ritual en que convirtieron a la cacería de cerdos. Las caras y los cuerpos desnudos cubiertos de pintura. Rojo, blanco y negro son los colores de esa máscara que los libera de todos los límites que conocieron en la ciudad. Enfrente, el grupito de Ralph continúa insistiendo con la caracola que convoca a las asambleas y da el derecho a hablar en ellas, en tener la fogata encendida para ser visible desde los barcos...

El enfrentamiento será inevitable, y se puede resumir en el tagline de la película alusiva: "Sin padres. Sin maestros. Sin reglas... Sin piedad".

Bien, ya está por empezar el partido así que vamos terminando. Superado el lapsus de la entrada anterior, hoy sí te traigo el producto de una pluma experta, esta vez la de Marcel Schwob. Iba a colgar también uno de Faulkner, pero queda para la próxima por la razón antedicha. Qué groso que sería si tuviera el mismo talento para escribir que para oponer excusas y autojustificarme, ¿no?
No te hagas, sé que lo pensaste.
¿Viste? ¡te agarré!

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