domingo, 8 de marzo de 2009

Lo que ellas quieren


Flor de ajetreo el de esta semana. A eso más que nada se debió esta pequeña tardanza, pero de todos modos acá estamos. En ocasión del día que se conmemora hoy recordé una historia, apócrifa de seguro, que tiene como protagonista a Gawain, uno de los caballeros de Camelot.

Hijo de Morgana y el rey Lot, señor de las Orcadas, era primo de Arturo y uno de sus más letales guerreros. Sus habilidades de combate sólo eran comparables a las de Lancelot, con quien terminaría enfrentado hasta caer mortalmente herido en una de las revueltas que destruyeron a Camelot, y moribundo le pidió el perdón. Es protagonista de un célebre poema medieval, Sir Gawain y el Caballero Verde, y también participó en la búsqueda del Santo Grial. En ambas aventuras quedó reflejado su carácter: temerario, virtuoso, algo vulnerable a las tentaciones femeninas.

La historia de marras habría ocurrido durante los primeros tiempos del reinado artúrico. Joven y aventurero, Arturo cazaba una tarde cuando el fragor de la persecución lo llevó a un bosque vecino, propiedad de otro monarca. Los hombres de éste sorprendieron al intruso y lo llevaron ante su señor. El castigo para la violación de la propiedad era la muerte, pero este rey quedó impresionado por la energía y el carisma del joven Arturo y por el momento le perdonó la vida, aunque a cambio de resolver un enigma. La pregunta era digna de la Esfinge egipcia: ¿Qué quiere realmente la mujer? Arturo volvió hacia su castillo pensativo y cabizbajo. Tenía un plazo de un año para entregar una respuesta satisfactoria al rey vecino, o de lo contrario se haría efectiva la pena de muerte.

De inmediato se puso en movimiento, consultando a todo el mundo, recibiendo respuestas dispares y poco concluyentes. Eso sí: todos coincidían en que acudiera a una vieja bruja, famosa por su sabiduría demoníaca y el altísimo precio que cobraba por emplearla. Arturo se resistió hasta el último día del plazo, cuando se vio obligado a consultarla. Ella accedió a ayudarlo, pero su precio era casarse con Gawain. El joven monarca se sintió perdido: esta mujer era horrenda, repugnante, putrefacta. ¿Cómo pedirle a su propio primo y más leal caballero que contrajera matrimonio con semejante monstruo? Pero lo acuciaba la soga de la horca, y sin opciones fue donde su primo y mirando el piso le comunicó del pacto contraído. Para su sorpresa, Gawain se manifestó de acuerdo. Todo fuera por salvarle la vida y con ella la subsistencia de la Mesa Redonda de Camelot.

Consumado el acuerdo, la bruja cumplió su parte. Susurró a Arturo la respuesta al enigma, quien la dijo al rey vecino y éste, asombrado ante la lucidez de lo que escuchaba, en el acto le perdonó definitivamente la ofensa y por ende la vida.

Entonces llegó el momento de la ceremonia, ante la perplejidad de toda la corte que se había dado cita. La culpa quemaba a Arturo, especialmente cuando observaba el comportamiento insultante de la bruja, tan opuesto a la gentileza y cordialidad de su primo. Esa misma noche, la de bodas, Gawain se disponía en la alcoba nupcial cuando por la puerta se filtró una sorpresa increíble. No era la horrible bruja sino una doncella luminosa, como escapada de un sueño. Esta mujer se sentó en la cama y mirándolo a los ojos le confesó que, como premio a su cortesía, luciría para él ese aspecto durante una mitad del día, mientras que en la restante tendría su otra cara, la conocida - y defenestrada- por todos.

Gawain sacó cuentas. Podía tener a una hermosa mujer por el día para exhibirla orgulloso y una anciana nauseabunda en la intimidad, o bien al revés y mostrarse con un ser repugnante a cambio de inolvidables deleites nocturnos. Pero entonces recordó las palabras de la misma bruja, y con firmeza le contestó que la dejaría elegir por ella misma. La mujer sonrió feliz, lo abrazó y le dijo que sería joven y hermosa para él, todo el día, porque había respetado lo que quiere una mujer, eso mismo que salvó la vida a su primo: "lo que quiere la mujer es ser soberana de su propia vida".

Con este cuentito apócrifo quedamos hechos por hoy. Hay novedades del C.E.C pero serán motivo de otra entrada próxima. Por ahora sólo me resta desearte a vos, bella dama que estás recorriendo este jardín, un día lleno de luz.

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