lunes, 25 de agosto de 2008

El día después de ayer


Otra edición de la Feria terminó ayer y ahora nos encuentra acá para su reseña final. Es evidente la evolución operada desde las ediciones previas. Fenomenal desde la primera, importante desde la cuarta. El apoyo de la comunidad cipoleña (y me animaría a decir de la regional también) superó por mucho los números impactantes registrados el año pasado. Pero como siempre se puede mejorar, personalmente creo que se podría evaluar la generación de espacios y alternativas de interacción libros-visitantes. Quizás serviría para evitar que, mientras en Buenos Aires la Feria es el negocio de las grandes editoriales, acá termine siéndolo de los libreros. Por otro lado, creo que la decisión de marginar a colegios secundarios y jardines de infantes resultó inexplicable. ¿Qué mejor ámbito en la ciudad para acercar a chiquitos y adolescentes a los libros que esta Feria, la más grande de su tipo en la Patagonia? Después no vale quejarse que los chicos no leen.

Es la hora, también, del retorno de la normalidad, pasados estos diez días alegres y vampiros. Hora entonces de un descansito, por lo que te dejo no uno sino dos cuentos para que te diviertas mientras tanto. Tenemos uno de Borges y otro de Cela. Uno español y acreedor del máximo laurel de la literatura universal; el otro, nuestro "eterno perdedor del Nobel". Aunque no está de más comentar que todavía se polemiza al respecto, aunque claro que ya en vano. Se dice que dicho premio llegó a significar casi una obsesión para Borges, ese galardón último que incluso le había sido concedido a su defenestrado Hemingway.

Aun cuando la Academia Sueca insiste en su desinterés por la política, se sospecha que algo tuvo que ver. Lapidario para las aspiraciones de Borges fue aceptar el doctorado honoris causa de la Universidad de Chile a manos de Pinochet, el mismo día en que esbirros del dictador dinamitaban al ex canciller Letelier. A pesar del lejano mutismo de los escandinavos, el gesto desagradó a la Academia en general y a uno de sus miembros en particular: Lundkvist. Éste, un escritor de extracción socialista que había llevado la obra de Borges a su país, no le perdonó ni los elogios al tirano ni tampoco que el autor de Ficciones se burlara de un poema suyo, leído durante una cena que ambos compartieron con otros escritores suecos en 1964.

El final de la historia es conocido. La Academia mantiene el silencio; allegados al ya fallecido Lundkvist insisten en desmentir aquella animadversión; y Borges (quien luego se arrepintió de sus loas a aquel régimen despótico) se llevó a la tumba el secreto de su frustración, pero antes la insinuó a un periodista que le había preguntado por el Nobel: “Vea, amigo, yo creo que ese premio es otro mito nórdico”.


Volviendo a lo nuestro, accedés a uno u otro cuento clickeando sobre los nombres de sus autores.

Dicho lo cual, es hora de desaparecer. Una o dos semanitas. ¿No es una bicoca?

¡Hasta la vuelta!

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