martes, 3 de abril de 2012

Las horas de citas




Confieso que nunca lo leí (como tantos, demasiados otros libros): Los pichiciegos, de Rodolfo Fogwill, aquel símil irreverente y nuestro de Merlín, su temible magia esta vez trasvasada a la palabra. Novela iniciática, la escribió en 1982, durante la guerra, en increíbles tres días. Apenas setenta y dos horas: el más pedestre conocimiento del oficio literario dice frenesí, sugiere delirio, bosqueja un trance casi oriental. Ahora se me ocurre que esas jornadas, un fin de semana tal vez, debieron albergar algún eco del muchacho que contempla, duro por el frío y la súbita conciencia del gatillo contra el dedo, al enemigo -sombras, figuras que se mueven allá, ya paridos por ese mar negruzco- que desembarca y avanza entre la desolación y el viento, y entonces tira y la ametralladora le tapa los gritos y le sacude el cuerpo entumecido. Chispazos del piloto que se arroja, montado en el jurásico descarte de algunas potencias, apenas protegido por sus invocaciones y por la foto de sonrisas y tiempos felices enganchada entre los instrumentos, contra el cañoneo rabioso de las fragatas que entonces continuaban  el linaje de Morgan, Drake y los mil corsarios que enarbolaron los pabellones de la frígida Albión. Algo, bastante, de la convulsa desesperación del estaqueado cuando, siglos después de perder toda sensibilidad, la cara contra la noche polar, le ruega a esa luna salvaje de las islas que le caiga encima y termine todo.      
Por eso, supongo, este fragmento:

"Se ve alcanzado por un cohete de tierra o un tiro de artillería el avión. La punta, o la cabina, o la cola o el ala, siempre una de esas partes, se pone a echar humo blanco y después negro. Parece lastimado y el humito es la sangre que le chorrea al avión. Entonces, cuando empieza a sangrar, salta la tapa del piloto –ese plástico–, y se va por el aire. Después sale algo del avión: es como un fierrito que salta para arriba, da vueltas en el aire, siempre subiendo. ¡Es el asiento del piloto, pegado al piloto, que se eyectó! “Eyectar” es una palabra que parece medio degenerada: la gente no piensa en “eyectar”. La gente mira ese fierrito que da vueltas y sube y al final queda quieto en el aire, antes de empezar a caer. La gente mira y les podrías tirar con Fal desde medio metro, que igual seguiría mirando. Se copa en eso. Muchos se vuelven locos. El fierrito, parado en el aire, empieza a bajar. Baja despacio, va de a poco tomando su velocidad. El fierrito, el sillón del piloto, suelta después algo que le colgaba, como un globito color naranja. De ahí, al rato, cuando esto tiene mucha velocidad y ya viene cayendo, salen mechones blancos. Es el principio del paracaídas. El mechón blanco flamea. El fierrito, el piloto y su asiento se sacuden abajo por eso que les flamea arriba. Del mechón blanco salen bolitas rojas, azules anaranjadas y otras blancas que se inflan de a poco. Ya es como un globo: es el paracaídas del avión de que cuelga el piloto y todo lo que viene con el piloto. Todos miran. A esta altura del cuento nadie se acuerda avión que cuando se le saltaron el piloto y su silla apuntó al mar y fue directo a zambullirse entre dos olas, cerca de la playa. Se acercan otros a mirar el globo grande como una carpa de circo que baja despacito, llega casi volando. Cruza estancias y médanos, pasa entre el monte Sidney y el McCullogh y sigue como volando y pasa cerca de los techos de los galpones. Una oveja lo mira pasar. Más miran. El avión a esta altura olvidado de todos, duerme apagado en el fondo del mar, que por estas regiones no es muy hondo. Sigue viajando el globo, es como un viaje en globo: los colores, ese tipo colgando. ¡Pero no acaba de caer! ¡Pronto se acabará la isla y él nunca termina de caer! Sigue volando. Cerca del suelo vuela a la misma velocidad de un jeep que esté bien del motor. Lo sigue un jeep. El jeep va galopando entre las piedras y en cualquier momento podría destartalarse. Atrás del jeep va un perro siguiéndolo, ladrando. Más atrás, sin aliento, van los soldados y los curiosos que quieren ver cómo termina de bajar ese globo. Toca el suelo. Lo que venía colgando –el hombre, sus cosas y el fondo del asiento– toca el suelo y después se desparrama el paracaídas lleno de hilachas, flecos, soguitas y herrajes de aluminio. Es automático: hay un momento cuando se sueltan, automáticos, los herrajes y el piloto queda en el suelo y lo que fue paracaídas, medio desinflado, se arrastra por el campo hasta enredarse en algún palo, o en un arbolito que por la helada nunca pudo crecer. Llega el jeep, llega el perro, llegan los más ágiles, que corrían atrás. El perro sigue chumbando, copado con los restos del paracaídas que al moverse solos parecen fantasmas. Todos se acercan y rodean al piloto. Los primeros lo sientan, lo tocan, lo palmean, le destraban las sogas y le desconectan el casco con micrófonos y auriculares y el tubo de oxígeno. Los de atrás se pelean por ver. Los de adelante les pasan el casco con cables y tubitos arrancados; los de atrás se entretienen con eso. Los de adelante mueven al piloto, atrás gritan contentos. Los de cerca se miran. Tocan uno por uno la ropa del piloto y entre todos lo vuelven a acostar. Después se corren para que los de atrás puedan mirar también y dejen de empujarlos. Lo miran los de atrás al piloto y se callan y se miran entre ellos. Después dan media vuelta y se van. El piloto, acostado, es todo azul y venía muerto. Uno de los que quedan se quita el guante, lo toca y dice “¿Cómo es posible que esté tan frío en un día así como éste?”. Otros miran el cielo: gris, nublado. La mayoría se va. Los del jeep le revisan los papeles. Uno se queda para mirar fumando lejos y piensa si no habrá estado siempre en el aire flotando muerto, azul, helado, el piloto."

Fue ayer, y también como si fuera ayer. Es hoy, para que no sea solamente, apenas, ayer. 


(P.D.: pronto devolveré los comentarios pendientes. ¡Gracias y disculpas!)

4 comentarios:

Elizabeth dijo...

Cuánta ternura y de eso trata la escritura de compaginar la ternura nuestra con la del autor, siempre en búsqueda de voces que disipen la suya. Besos.icaryar

Elizabeth dijo...

Disculpa Matías, icaryar fue una de las palabras que ingresé en la verificación y no sé como fue a dar al comentario. Feliz día.

RENATO VIDAL S. dijo...

es increíble la nobleza de los textos cuando el autor logra traspasar las emociones al lector. Saludos.

Matías dijo...

Elizabeth: ternura mezclada con tristeza, claro. Para nosotros Malvinas sigue siendo una herida abierta. Gracias por tus palabras y no hay problema por el icaryar jaja. Besos.

Renato: Es así, chamigo. Concuerdo! Un abrazo y gracias.