viernes, 14 de mayo de 2010

De verdad la hora



Cosas de la relojería: Hace apenas una semana atrás estábamos en la víspera, y ahora todo parece lejano, máxime por las novedades inmediatas.

Vamos por el principio. Verbigracia mi insistencia, sabrás que el pasado sábado 8 de mayo se presentó mi novela Yo el pájaro y el cielo en la Feria del Libro de Buenos Aires. Siendo mi segunda experiencia, se impone una comparación con la primera.

Corría 2002. El país humeaba. Yo tenía veinte años y un librito de publicación reciente, Estrellas Blancas, que recién empezaba a recorrer su largo y fructífero camino. Sin haberlo planeado (casi como la edición del libro), surgió la posibilidad de presentarlo allá. Y con "allá" me refiero a La Feria, el artículo en mayúscula como su corona. Porque uno dice "la Feria del Libro", y la indefinición geográfica no obsta al interlocutor para que la ubique, infalible, en Buenos Aires.

Llegó aquel primer viaje a la Capital, bautismo de cemento para este provinciano. Enseguida, el monstruo: varios pabellones, cientos de stands, miles y miles de libros. Apabullante la parafernalia de los grandes complejos editoriales. Ese olor a página impresa, omnipresente, inolvidable.

Recién ahora sé que abolió el olvido. Antes, una mera sospecha. Es que carecía del tiempo necesario para digerir correctamente aquella experiencia, signada por los encandilamientos y las inconsciencias de toda primera vez. Bastó sentirlo de nuevo para que renaciera furioso, feliz, narcótico.

Debieron pasar ocho años. En cuanto a literatura... Silenciosos, casi monacales, de inconstante pero siempre duro aprendizaje, de combate permanente contra el mundo que conspira y obstruye, los espectros propios, la cotidianeidad. Pero las letras son partículas de la sangre de sus condenados. En algún momento el escritor, al rojo después de tantos años en la fragua, emerge de golpe entre chirridos y vapores, ya templado (o al menos medianamente, camino a). En mi caso, supongo que fue aquel llamado, ese bautismal primer premio. Yo el pájaro y el cielo pasaba de cuadernillo a libro.

Recién lo tuve en mis manos allá, en el stand rionegrino de la Feria. Es extraño verlo regresar así, cristalizado y hermoso. Uno lo mira y sopesa como si fuera ajeno, pero no: desde la tapa pellizca el propio nombre.

Nada más que un rato después, el Día de Río Negro. Es decir, la presentación de nuestros libros. Esta vez no somos un pelotón como hace ocho años. Ahora estamos los tres premiados (Silvia, Pablo y yo) ante la sala que se va llenando despacio, hasta que la gente se termina amontonando en el fondo. Todo el cuerpo electrizado por la mezcolanza de los nervios, la consciencia del presente, de que ahí y en ese mismo instante es la hora del destino. Hablamos, leemos. Luego, incesantes, las fotos y las firmas y las entrevistas. Y uno mira y sopesa como si fuera ajeno, pero no: en las felicitaciones se repiten los tres títulos, nuestros tres nombres.

El balance es descollante. Incluso quedamos con Silvia y Pablo en armar un ciclo de presentaciones a lo largo y ancho de Río Negro.

Por lo pronto, los agradecimientos que corresponden: a Melina, por acompañarme y por la magia de cada momento compartido; a mis colegas del Círculo de Escritores del Comahue, que viajaron para estar en la presentación; a Marcelo Di Marco, mi maestro, a quien admiro y me honró con su presencia. A todos los que hicieron posible este viaje inolvidable. Y a cada lector, porque son la razón de ser de este oficio durísimo e increíble.

¿Mencioné novedades? El lunes te cuento.


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