jueves, 17 de julio de 2008

Caballeros en la oscuridad



"Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes" dijo la cordobesa Cristina Loza. Y en este día histórico, en el que la Constitución gritó para demostrar que está viva, también hay un cambio de planes.

Para empezar, habrás notado que no hay más anuncios google. Hace unos días me llegó un bufonesco mail desde Adsense refiriendo la detección de "anomalías" y demás sandeces. El tema no da para mucho, solamente quería compartir el momento divertido que me regaló el susodicho. Realmente me dio mucha, pero mucha risa. Desde luego, agradezco a todos los que gastaron su mouse un poquito más en aquellas propagandas.

Hoy también se estrena la nueva película de Batman, condimentada con la última y magistral actuación de Heath Ledger en el papel del psicótico Joker. Pues bien, esto lo traigo a colación dado que en aquel libro de Jorge Lanata, que tanto he citado aquí, aparece una columna que el escribió en 1989. Fue cuando apareció el Batman gótico de Tim Burton, pero Jorge hacía referencia a otro Batman, el gordito sesentoso de la televisión.

Sí, alguna vez tendré que referirme a este libro tan mentado, "Vuelta de página", que tanto me ha dado de comer. Pero será otro día. La columna se llama "Batman en el sur", y dice así:


En aquella época la muerte no era un asunto personal. La muerte era, a lo sumo, un perro muerto. Un perro tieso, embalsamado de muerte en el medio de la calle.

En aquella época, en el sur, un palo podía transformarse en una espada y la justicia era una necesidad que nadie podía postergar.

En las mañanas de invierno las nubes bajaban tanto a la altura de Sarandí que era posible correrlas con la mano, cortar los pedazos de niebla y hacerse camino hacia el colegio, al nuevo día que jamás iba a terminar, al pelo por arriba del cuello de la camisa.

En aquella época el amor era secreto y fatal: amábamos con la cursilería de los boleros, desde el banco del fondo, a la chica de la primera fila. El corazón podía explotar con el timbre del recreo, pero nadie iba a lograr que, en público, pronunciáramos el nombre de Ella.

Un año era una eternidad, pero estaríamos dispuestos ese año, y el otro, y siempre, y aunque la vejez era en esa época un accidente ajeno, podíamos pronunciar las palabras "Toda la vida" sin caer en la trampa.

En aquella época, cuando queríamos mentir, la verdad pegaba un salto traidor y nos delataba en los ojos.

El miedo a la oscuridad de aquellos años no tenía que ver con la consciencia: creíamos a pie juntillas en los fantasmas, en Dios, en los monstruos. Cuando alguien apagaba la luz, se desataba una batalla de sombras en el techo.

En aquella época, en el sur, buscábamos palabras prohibidas en el diccionario:

- Concha - buscábamos.

-Parte dura que cubre el cuerpo de muchos moluscos y crustáceos: la concha del carey es muy apreciada...anat.

- Anatomía.

- Anatomía. Concha auditiva: cavidad de las orejas donde nace el canal auditivo. Platillos en forma de concha para servir manteca, aceitunas y otros elementos. No, no dice.

Pocos diccionarios decían. Nos matábamos de risa sin saber que íbamos a tardar algunos años en averiguar que aquella palabra también quería decir luna, humedad, encuentro.

En esos años mirábamos a los trenes con melancolía y nos cambiábamos para ir al centro. No sabíamos quien gobernaba este país: era algún militar del que ni recordabamos el nombre, que vivía en una inmensa torta de yeso rosado.

El primer ruido de la mañana era la voz de los obreros de la metalúrgica, y el segundo sonido el del repartidor de leche que dejaba los cajones en el almacén de al lado.

- Vas a ver cuando vuelva Perón - se decía en secreto.

- La palabra Perón está prohibida - nos advertían los familiares.

Pasábamos frente a las comisarías y decíamos, bajito: "¡Perón!". Pero no pasaba nada.

El tiempo pasaba lento como una tarde en el parque, y éramos libres. Los malos eran los de bigote, o los de mirada torva, o los de cicatriz, y el General Custer siempre llegaba a tiempo con el Séptimo de Caballería.

En aquella época, en el sur, llenábamos un plato de pan tostado con manteca, nos sentábamos frente al televisor, y mirábamos a Batman.


Para cerrar, quisiera saludar el coraje de quien no se traicionó a sí mismo, las agallas de quien se mantuvo firme hasta el final en las convicciones de su corazón. Sepa usted, que nunca leerá esto, que la historia ya lo juzgó. Y no tiene nada que perdonarle.

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