lunes, 24 de diciembre de 2012

Natividad




Cualquiera sea la profesión de fe, que este día sea propicio para el reencuentro y el abrazo sincero. Ése es mi deseo, y te lo hago llegar con mi agradecimiento por tu compañía, tu presencia que es el sentido esencial de mi Jardín.

Y, como siempre, mi regalo al pie del árbol es aquel precioso cuento de Oscar Wilde. Nunca será inerme una relectura. Vuelve a emocionarme cada vez que regreso a él, y por eso quiero compartirlo.

¡Felicidades!

viernes, 21 de diciembre de 2012

Aunque es de noche


(Foto: Sasha Nikitin)


No importaron las capuchas ni las palizas, los interrogatorios inenarrables. Hincada en las mazmorras de las que pronto sacarían su cuerpo magullado para desecharlo en los infinitos osarios del régimen, serenos sus labios rotos, opuso a los verdugos su credo, su fe. La invencible trascendencia -como nube, alondra, garúa- que ellos nunca entendieron.  Su Oración:


Dame, señor
un silencio profundo
y un denso velo
sobre la mirada.
Así seré un mundo
cerrado:
una isla oscura;
cavaré en mí misma dolorosamente
como en tierra dura
Y cuando me haya desangrado
ágil y clara será mi vida
Entonces, como río sonoro y transparente,
fluirá libremente
el canto encarcelado.


(Oración, de Alaíde Foppa)



P.D.: Pronta devolución de gentilezas pendientes.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Crónicas de otro mundo


(Foto: Sophie Fontaine)


Los inicios en el oficio de escritor suelen radicar en hechos mínimos. Incluso pueden obedecer a cierta atmósfera, subespecies de la inercia, accidentes variopintos. Los reconocemos luego, algún día, a la hora de las improbables glorias, el insomnio, la invulnerable página en blanco. 

Creo que en esto de encontrar el destino nadie emparda a Ray Bradbury. Fue a sus doce años, en una carpa de circo, en medio de circunstancias que así las cuenta Pablo de Santis:


"Mr. Eléctrico era un extraño mago que iba de pueblo en pueblo con su troupe: la Mujer gorda, el Hombre esqueleto, acróbatas y enanos. Mago y científico a la vez, ejecutaba toda una serie de hazañas, pero la mejor era el número del hombre electrocutado. Desde la primera fila Bradbury vio aquella noche de 1932 cómo el mago se sentaba en una silla eléctrica de su invención, para ser electrocutado con gran despliegue de fogonazos y convulsiones. Apenas Mr. Eléctrico volvió a la vida tocó con una espada la cabeza del joven Bradbury. Los cabellos del niño se erizaron. Y Mr. Eléctrico le dijo esta frase: “Vive por siempre”. A partir de ese momento, sea por el toque eléctrico o por el hechizo encerrado en las palabras, Ray Bradbury empezó a escribir y no se detuvo hasta su muerte. Al menos así contaba él el origen de su destino de escritor. ¿Y por qué no vamos a creerle a alguien tan acostumbrado a imaginar?"

jueves, 6 de diciembre de 2012

La luna hasta tu cama


(Foto: Mukti Echwantono)


Me gusta pensar que la poesía le fue impuesta con el nombre. La bautizaron Paloma. Que es como decir relámpago, otoño en las plazas, campanarios a la noche. O decir cielo, frágil voltereta de hojarascas y migajas, abismo que gotea desde las puntas de la cruz, donde el fuego de las manos rodea la cabeza de los clavos. Y ella, propicia, graciosa, voló y bailó entre nubes y renglones.
Quizás no me gusta tanto imaginar el desvelo brusco que, intuyo, le debió truncar una madrugada de 1981, cinco años antes del accidente mortal. Con la piel empapada y el regusto amargo que dejan -en la garganta y en el pecho- los malos sueños, la pienso flotando por el pasillo a oscuras, desde el revoltijo de las sábanas al papel. Quizás, todavía enceguecida por las luces que se le vinieron encima, el estallido, la oscuridad, el frío sin medida. Y escribió:


Escribirán mi nombre en un libro
de nombres apretados, y referencia,
breve harán del tiempo que pasé",
vivida.
               Tendré, a lo sumo,
quince páginas en una antología.
Algún niño recitará de carrerilla:
Nacida en Madrid en el 44, perteneció
a la generación perdida, no tuvo
guerra a la que le sujetaran,
ni amo, ni dueño, ni posición torcida.
Descubrió su vocación
muy niña, presentándose a todas
las oposiciones convocadas,
a la cátedra vacante del amor, retirándose
la víspera a un rincón, con su perro
-aún no nacido-, a acunar sus arrugas,
a repasar el índice de materias
-nunca demasiado sabidas-: los celos
el dolor, la comida.
                                         No quiso
saber más que de lo suyo. De fe
arraigada en ese punto
muerto de la angustia, no quiso
comulgar con ruedas de molino,
ni tener hijos con ruedas de molinos...
Hasta que un día... Tuvo el valor
de recogerse el pelo y andar
más deprisa y subirse a la boca
una mentira.
                           Y todo fue ya
póstumo... Desde ese día.


(Escribirán mi nombre en un libro..., de Paloma Palao)