martes, 6 de marzo de 2012

Té para tres



(viene de la entrada anterior)

Todos me deseaban. Poetas, en su mayoría. Había algún narrador, pero los otros eran los más vulnerables. Mi hermana también tenía su predicamento, pero yo era la musa de esos tipos de mirada tan fácil y descarada como sus versos. Y entre ellos había uno especial: Jorge Luis.
Yo. Cada vez tenía menos dudas de ser el preferido de Norah. Todos le ofrendaban lo mejor de sus plumas, regalos para lograr el favor de esta divina Freya de pelo rojo. Debo incluirme en el listado de abnegados, alucinados, alienados. Los arrabales me veían andar con paso de baile; la noche era testigo y escenario de mis versos que salían a borbotones, esos que Norah leía en silencio al otro día, con una sonrisita en los labios también rojos. Y yo a su lado, conteniendo la respiración, arrobado en la contemplación de quien hubiera recibido sacrificios y santuarios por parte de los antiguos. Entonces ella doblaba la hoja con delicadeza, levantaba la vista para encontrar la mía, y el premio iba desde una sonrisa hasta un paseo por el barrio, parsimonioso al surcar la hojarasca de las veredas. En uno de esos paseos, al llegar a una esquina, la invité al baile en honor de Güiraldes.
— ¿Y qué te dijo? — preguntaron esa noche los muchachos en el bar.
— Que sí — y largué la carcajada feliz, y ellos también, y esa noche fue risa y tango fogoso hasta que amaneció.
Él siempre tan galante. Los demás poetas le escriben a cualquier mujer, pero él no. Él es distinto, siempre me busca, todos sus versos son para mí. Por eso irá conmigo a ese baile en los lagos de Palermo.
Como tantas otras veces pasé a buscarla por su casa de la calle Tronador, esta vez aún más exultante. Golpeé la puerta, apareció Norah en el umbral, increíble en ese vestido largo. Su brazo enguantado de rojo resbaló bajo el mío y así, en estado de gracia, marchamos hacia aquellos salones de gala.
El lugar del baile se veía impactante. Jorge Luis bajó primero del carro, de un salto, para abrirme la puerta y tender su mano. Entré de su brazo. Todos se giraron para mirarnos, hubieron murmullos. Yo sonreía. Recorrí todas las miradas, y fue entonces que lo vi. 
Es la protegida de Borges, decían. No en mi presencia, claro, pero era fácil descifrar los mohines afectados de esos poetas. Celos, incendio en sus vientres. Ajeno a esas minucias, yo sonreía por la caricia de ese resplandor rojo a mi lado, en mi brazo. Creo que fue entonces que descubrí al otro, tapado por algunos aduladores, pero no sabría decirlo.
...
(continuará)

5 comentarios:

Eleanor Smith # dijo...

Valió la pena la espera. Me gustó, mucho.

Un beso o 2 #

silvia zappia dijo...

y sigo en espera...


abrazos*

Luna dijo...

Continuaré, como Rayuela, en la espera y tomando té.

Saludos muchos, Matías.

Byron C dijo...

Y seguimos esperando...
Continuará...mi visita.
^^

Matías dijo...

Gracias a todos por sus palabras :)