sábado, 20 de febrero de 2010

Música no sólo para camaleones



De Truman Capote se trata. Desaforado de puertas para afuera, inclusive escandaloso; para adentro, mientras, era un fundamentalista del esfuerzo constante, de la terquedad por alcanzar el dominio absoluto de todas las técnicas narrativas.

Apabulló a todos en su primer concurso literario, a los diez u once años. A los veintipocos impactó con su primera novela, y empezó a instalar su nombre en pedestales de los que ya nunca bajaría. Mezcla de diva y fauno, signado por las luces y sombras de su genio, de golpe se descubrió famoso e insatisfecho. Lo pinchaba una inquietud que ni las fiestas ni el codeo con las estrellas del cine podían disimular. Entonces se lucía como periodista en Nueva York, y por eso nadie entendió nada cuando dijo lo que dijo: quería ir a Holcomb, un pueblito atemporal, hundido en las profundidades rurales de Kansas. En ese lugar, según recuadritos ínfimos de algunos pocos diarios nacionales, dos desconocidos habían irrumpido en la casa de una familia de granjeros, los Clutter, para maniatarlos, robarles unos pocos dólares y luego asesinarlos a escopetazos. El olfato de Capote le dijo que eso era lo que buscaba, el material para moldear una nueva criatura: la "novela de no ficción".

Pasó seis años en el pueblito, abocado en cuerpo y alma a su tarea. Siguió de muy cerca cada paso de la investigación, entrevistó hasta el hartazgo; así hasta que aprehendieron a Hicock y Smith, los sospechosos. Enseguida se enfocó en ellos. Se convirtió en confidente de los detenidos, intercediendo por ellos, consiguiéndoles favores y abogado defensor, llegando a involucrarse sentimentalmente con Smith, sorbiéndoles sin pausa información para el borrador de la novela que lo llevaría a la cumbre.

Al séptimo año, cuando habían fracasado todas las apelaciones y la horca era una realidad para ambos condenados, al tiempo que Capote giraba preso de su propio remolino y se veía obligado a acompañarlos hasta la misma ejecución, entonces fue que apareció el libro. Lo llamó, inmejorablemente, "A sangre fría. El libro tuvo un éxito conmocionante y convirtió a Capote en una especie de semidios.

La gloria costó caro. Enceguecido, Truman había sobrepasado todos los límites aconsejables. Algo se había quebrado dentro suyo; afuera llovían los flashes, los billetes, las alabanzas.

En medio de tanto ruido recrudecieron todos sus vicios. Aún rutilante pero desbarrancándose sin remedio, tuvo tiempo de parir otras dos o tres gemas antes de consumarse su autodestrucción.

La introducción venía a que, hace un tiempo, se cumplió otro aniversario suyo. En ocasión de ello, Patricia Suárez publicó un opúsculo imperdible. Copio y pego:


"Conocí a Truman Capote a mis 22 años. Por ese entonces yo trabajaba en una zapatería y garrapateaba horribles cuentos los sábados por la tarde, que tenía libres. Me imaginaba que la literatura era algo que les pasaba a las demás personas. Como consuelo leía cuanto caía en mis manos, pero todo cambió el día que llegó a mí Plegarias atendidas, la novela póstuma de Capote. No pude quitar mis ojos de esta historia y ese mismo día, cuando cerré el libro, decidí hacerme escritora. Plegarias atendidas había sido escrito más o menos a la par de Música para camaleones, un libro de reportajes y retratos.
Ya el prólogo es una lección de vida para los incautos. A ver, escribir no tiene nada que ver con pasársela de fiesta en fiesta con bebidas burbujeantes en la mano. "Un día empecé a escribir", cuenta, "sin saber que me había encadenado a un amo noble pero despiadado. Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación." Capote cuenta la técnica con que enfrentó las crónicas en Música para camaleones: en el periodismo, el objeto de estudio se trata linealmente. Y en la narrativa, verticalmente, en profundidad. Esto quiere decir más o menos lo siguiente: un periodista no tiene por qué ponerse en la piel de su entrevistado. Capote se propone -y esta es la innovación- meterse en la piel de sus objetos periodísticos. ¿Qué hace falta para esto? La convicción de que todos somos más o menos iguales y que cometemos errores -siempre por amor, dice él- y la convicción de que la literatura es más sagrada que tu madre y que la religión juntas.
A primera vista, Capote parece un escritor frívolo, que entrevista estrellas como Marilyn Monroe o Marlon Brando, sin embargo tiene la rigurosidad de un cirujano. Investigaba sus propios métodos de trabajo, los cuestionaba. El escribía con todo su cuerpo, no escatimaba nada. Era un lector desaforado, leía -según su propia declaración- cinco libros por semana y todos los diarios todos los días. Lo anotaba todo, conversaciones, imágenes. Era un tipo que había comenzado a escribir a los diez años y nunca paró de hacerlo. Sus orígenes eran muy humildes y cada logro tuvo que haberle costado un gran esfuerzo. Una persona no se vuelve un escritor o un artista, sino tiene una voluntad de acero. Pero después está lo otro, también, y a Capote no se le escapaba: el talento: "Al principio, escribir fue muy divertido. Dejó de serlo cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y mal; luego hice otro descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil, pero brutal. ¡Y, después de aquello, cayó el látigo!".
Demás está decir que me convertí en una fanática de los libros y las enseñanzas de Capote, que lo hice mi mentor. En alguna parte, él escribió: "Tengo la teoría de que si deseas algo con suficiente ardor, lo consigues, sea lo que sea. Pero hay que desearlo de verdad y concentrarse en ello las veinticuatro horas del día. Si lo haces, lo consigues". Yo, dejé mi puesto de vendedora en la zapatería y me hice escritora."

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente entrada. Mientras Capote publica "A sangre fría", en 1966, inaugurando un nuevo género literario, la "novela de no ficción", en la Argentina - y supongo que sin conocerse - Rodolfo Walsh ya había publicado "Operación Masacre", sobre los fusilamientos en los basurales de José León Suárez, en 1955, un trabajo que va más allá de lo periodístico y está estrictamente emparentado con éste nuevo género.

Un abrazo

Matías dijo...

Satamente.

Te estoy debiendo los cuentos, lo sé. Apenas pueda, lo prometo :)

Gracias por comentar.
Un abrazo