jueves, 11 de febrero de 2010

Insaciabilidad




Algunos conceptos de Morgan le Fay, aquella hechicera desmesurada que se consagró a derrumbar Camelot. Su ideario, forjado en el seno del folclore medieval de la Britania, sigue vigente. Algunos discípulos entusiastas andan entre nosotros...mejor dicho, encima de nosotros:


"La voz de Morgan sonó filosa como una cimitarra.

- Yo no he fracasado - dijo-. Mis sagaces hermanitas te han ofrecido los brillantes jirones de una vestidura, los fragmentos rotos de una imagen sagrada. Yo te ofrezco el todo del que esos retazos forman parte: te ofrezco el poder. Si deseas mujerzuelas con trajes de fantasía, el poder te las conseguirá. ¿Admiración? Hay todo un mundo ansioso de besar traseros con sus labios babeantes. ¿Una corona? El poder y un pequeño puñal la depositarán en tu cabeza. ¿Cambios? El poder te permitirá cambiar de ciudad como de sombrero, y aplastarlas cuando te hartes de ellas. El poder atrae la lealtad antes de exigírtela. La voluntad de poder hace que el bebé siga mamando con nostalgia cuando ya está lleno, le aconseja al niño que robe el juguete de su hermano, hace madurar una entera cosecha de muchachas concuspicentes. ¿Qué hace al caballero arrastrar los tormentos que le darán el galardón o la muerte? El poder de la fama. ¿Por qué hay hombres que apilan posesiones que no pueden utilizar? ¿Por qué un conquistador se adueña de comarcas que no verá jamás? ¿Qué instiga al eremita a revolcarse en la mugrienta negrura de su celda, sino la promesa de poder, o influencia al menos, en el cielo? ¿Y acaso esos santos locos y humildes rechazan el poder de la intercesión? ¿Qué crimen no se transforma en virtud en las manos del poder? ¿Y la virtud, no es en sí misma una forma de poder? ¿La filantropía, las buenas acciones, la caridad, no son préstamos con el respaldo del poder futuro? Es la única heredad que no se marchita ni se vuelve tediosa, porque no hay poder que alcance. Un viejo en quien se han secado los jugos de todos los otros deseos es capaz de arrastrarse sobre sus trémulas rodillas a la tumba sin que sus manos dejen de arañar frenéticamente en busca de poder.

Mis hermanas te han ofrecido el queso para las lauchas de los deseos menores. Han apelado a las sensaciones, a la saciedad y a la memoria. Yo no te ofrezco un don, sino la habilidad, el derecho y el deber de apropiarte de todos los dones, de todo cuanto puedas concebir, y cuando te hartes de ellos podrás despedazarlos como vasijas y arrojarlos a la pila de los desperdicios. Más aún, te ofrezco poder sobre los hombres y mujeres, sobre sus cuerpos, sus esperanzas, sus temores, sus lealtades y sus pecados. Ése es el poder más dulce de todos. Pues puedes dejarlos correr un poco e impedirles el acceso al cielo como quien no quiere la cosa. Y cuando el desprecio por tanta vulgaridad acabe por asquearte, puedes reducirlos a coágulos agonizantes tal como si echaras sal en un regimiento de babosas y las contemplaras consumirse en su propia viscosidad."


(de Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros, John Steinbeck)

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