martes, 5 de enero de 2010

Inmortal



Deseada desde siempre. Inaccesible para la consuetudinaria prepotencia de su aspirante, el hombre. La inmortalidad, ni más ni menos. Un acierto de la helada sabiduría de la Naturaleza.

Ahora bien, a veces (y sólo a veces) termina siendo la recompensa para los desvelos del artista. No hablamos sólo de la literatura, aún cuando pareciera ser la más sádica a la hora de la admisión en su hall of fame. El arte, sin distingos, es por esencia absorbente, demandante, de parto difícil. Muchas veces, como diría un poeta, "del otro lado están la vida y la rutina". En tantos de sus cultores tampoco hay elección. Se les impone, quizás por obra y gracia de algún gen travieso, y será otra necesidad fisiologica más.

De todos modos, supongo que no siempre y en todas las disciplinas el panorama es sombrío. Es probable que mi visión esté contaminada por las tragedias y las desventuras que pululan en el Parnaso literario. Lo que sí es común al artista es el sacrificio, la obsesión, el renunciamiento a ciertas cosas.

Creo haber divagado alguna vez sobre estas temáticas. Empero, recuerdo lo dicho por Rabindranath Tagore, aquello de "cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando". Ayer vimos que es verdad.

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