martes, 15 de diciembre de 2009

Líquida



Una noche de tela y
un suelo dormido,
pintado con el color
de la fertilidad y de las guerras.

Aroma de lágrima y
mediodía erguido en las cumbres
que florece ágil desde un costado.
Delicada matemática la de su cuerpo,
fluir exacto, como de bandada.
Sus líneas viajan
entre un pétalo y los zafiros.

Emerge paralelo
el hijo de un cincel de Florencia
fulgor metálico en los tendones,
eco de Apolo
mar en movimiento.

Flamean las cuerdas, aletean los vientos
Y ella cierra los ojos.
Un roce le envuelve las muñecas
una presencia tibia en su cintura,
y ella que vuela,
copo de nieve, estrella fugaz,
relámpago en los labios de una tijera.
Tus puntillas huelen a golondrina y a cascada,
a puñal y a desvelo.

Se yergue un silencio
y llueven palomas negras
contra el techo,
desde los palcos,
sobre la bailarina hecha altar
encima del bailarín arrodillado.

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