domingo, 30 de marzo de 2008
Fiesta en el Jardín
Promesa es deuda dijo alguien una vez. Por eso y tal como anticipé, hoy nos convoca otra escritora. Se trata de Katherine Mansfield, de quien ya leímos un cuento en el posteo del 14 de febrero, ¿te acordás?. Nos quedó pendiente un repaso sobre su vida, corta y apasionada, como un relámpago.
"Los que mueren jovenes son los preferidos de los dioses" dijo Marguerite Yourcenar a través de los labios de su Adriano. Como preludiaba líneas más arriba, la vida de Mansfield fue intensa pero tristemente breve.
Su nacimiento sucedió el 14 de octubre de 1888 en Wellington (Nueva Zelanda), en el seno de una familia conservadora y poderosa. Pero ya de niña, Kathleen Beauchamp (tal cual era su verdadero nombre) mostró los indicios de una rebeldía que sería fogosa e inquebrantable. Tanta fue su presión por escapar al ostracismo neozelandés que su familia terminó enviándola a estudiar al Queen´s College de Londres. La gran ciudad despabiló la vocación literaria de la muchachita, lugar en que llevaba una vida bastante bohemia con escasos progresos académicos. Forzada a retornar a Nueva Zelanda, Katherine se sublevó completamente y rompió lanzas con los modos férreos de los Beauchamp en cada paso, en cada movimiento. Se casó con un cantante para abandonarlo en la misma noche de bodas; concibió un hijo con un violinista; y se fugó del convento alemán donde su escandalizada familia la recluyó y donde perdió aquel embarazo. Una vez fuera, se acomodó en una pensión, donde conoció a un traductor polaco quien le contagió la sífilis pero también el amor por Chejov. Este suceso marcaría un hito fundamental en su producción literaria, dado que mas tarde ahondó en las técnicas que supo forjar el mítico maestro ruso.
Ya desheredada por su familia, Katherine volvió a Londres, la ciudad que la fascinaba. Determinada a escribir, lo hizo sin descanso y con el mismo ímpetu llevó sus cuentos a la totalidad de revistas y círculos literarios londinenses. Poco después, en 1911, publicó su primer libro, "En un balneario alemán". La brillante calidad de sus trabajos le granjeó la amistad y la admiracion de luminarias de la literatura inglesa, como T.S. Eliot (el mismo a quien Hemingway, años después, confesó querer triturar con una picadora de carne si así pudiera revivir a Conrad) y Virginia Woolf. De hecho, un relato que publicó en 1916 vio la luz en la imprenta de la familia Woolf.
Su primer libro no sólo le dio reconocimiento, sino que tambien fue artífice de un suceso culminante en su vida. Por él conoció a John Middleton Murry, quien sería su gran amor y con quien se casaría en 1918, cuando finalmente el viejo músico abandonado le dio el divorcio.
"Aunque viviese hasta la edad de los patriarcas originales de la Biblia, jamás conseguiría amarte todo lo que deseo…", escribió a su esposo, con la sombra de un presagio lúgubre. Al poco tiempo le detectaron tuberculosis.
A partir de entonces su vida discurrió por dos carriles excluyentes. Recorrió Europa en pos de un tratamiento que la salvara; mientras tanto, quizás intuyendo que no había escapatoria, aceleró al máximo su producción creativa. En 1921 y 1922 publicó los descollantes "Felicidad" y "Fiesta en el jardín". Entretanto, permanecía en una comunidad terapéutica en Francia, a la cual fue conducida por su esposo.
Murry viajó para visitarla. Entusiasmada por sentir lo que creyó una mejora en su estado, Katherine quiso demostrárselo subiendo enérgicamente una escalera, esfuerzo que fue determinante. Enseguida sufrió una hemorragia pulmonar que la mató esa misma noche. Fue el 9 de enero de 1923. Tenía apenas 32 años.
En una de las últimas entradas de su diario, pocos días antes de morir, dejó escrito: "Quiero la tierra y sus maravillas: el mar, el sol. Quiero penetrar en él, ser parte de él, vivir en él, aprender de él, perder todo lo que es superficial y adquirido en mí, volverme un ser humano conciente y sincero. Al comprenderme a mí misma quiero comprender a los demás. Quiero realizar todo lo que soy capaz de hacer… trabajar con mis manos, mi corazón y mi cerebro. Quisiera tener un jardín, una casita, hierba, animales, libros, cuadros, música. Y sacar de todo esto lo que quiero escribir; expresar todas estas cosas… Quiero vivir la vida cálida, anhelante, viva, tener raíces en la vida, aprender, desear, saber, sentir, pensar, actuar, eso es lo que quiero, a donde debo tratar de llegar".
Su viudo, que a la sazón era editor, se encargó de hacer publicar de manera póstuma el resto de la obra de Mansfield: "El nido de la paloma" (1923); "Algo infantil" (1924); una década después, el "Diario" y las "Cartas".
Su muerte temprana clausuró las posibilidades incalculables que prometía su talento, pero aun así le alcanzó para inmortalizarse como una de las mejores escritoras de lengua inglesa.
Hoy tenemos otro cuento, aquel cuyo nombre sirve de título. Para leerlo, click acá.
¡Hasta pronto!
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