martes, 12 de enero de 2010

Los buenos mueren



Imposible. Así fue, es y será mi relación con el ajedrez. No es que nunca me haya interesado, sino que entonces mi impericia resultó soberana. Algo similar a lo sucedido con la música, cuya correspondiente asignatura del colegio secundario pude sortear por exclusiva obra de un milagroso alineamiento de los planetas (aunque, todo hay que decirlo, logré una hazaña improbable: tocar la flauta con la nariz). Volviendo al juego ciencia, recuerdo claramente mi última partida. Habrán pasado unos siete, ocho años, tal vez más. Del otro lado del tablero estaba el hermano menor de un amigo. Trece años de edad, peinadito, rubiecito, bastante acné y el consiguiente aire de inseguridad. Dicen que los tiburones perciben la sangre a la distancia; yo, en ese momento, experimenté algo parecido. Es que, si bien sólo contaba con el conocimiento más básico del juego, la diferencia de edad siempre presupone una ventaja para el mayor, en este caso yo y por unos cuantos años. Con este panorama es probable que usted señor, usted bella dama, piense que la mesa estaba servida para que este servidor se hiciera un picnic. Error, y de los grandes. Fue rápido y doloroso, sangriento te diría. Una paliza inolvidable que me hizo abjurar para siempre de los trebejos. Por el bien de mi autoestima, ¿no?

Mejor pasemos a lo bueno. Ya adentrándonos en nuestro terreno, el ajedrez resulta una huerta fértil para los quehaceres de la literatura. Así lo permite la vida pintoresca, en algunos casos extravagante, que llevaron muchos maestros legendarios. Bueno, a decir verdad, sucede lo mismo con tantos grandes escritores. Supongo que es la consecuencia de consagrar ciegamente la existencia a un arte. La literatura lo es, y muchos ajedrecistas replican el rótulo para lo suyo.

Y ya que hablamos de letras, desde hace bastante me llegaron buenas mentas de Cabrera Infante, pero nunca había tenido la oportunidad de comprobarlas. El otro día, buscando un dato técnico para un viejo cuento que estoy corrigiendo (una versión libre sobre el enfrentamiento entre Lasker y Capablanca), la casualidad me enfrentó de bruces con un opúsculo de aquel escritor español. Concretamente, una crónica sobre el mentado Raúl Capablanca. El trazo experto de Cabrera Infante va dibujando la vida y el carácter del mito cubano, alegre desde siempre, travieso, despreocupado, y dueño de una aptitud mágica y descomunal para dominar todos los secretos del juego, signo definitivo del camino en cuyas cunetas tiró los pedazos de todos los maestros y leyendas del ajedrez que tuvo enfrente. Hasta que en el Buenos Aires de 1927, dónde si no para un final de tango como el que se avecinaba, se enfrentó nuevamente con el nefasto y obsesivo Alekhine, a quien siempre había vencido pero ahora era distinto. Ahora jugaban por el título de campeón mundial que detentaba Capablanca.

Es un poco largo, pero te lo recomiendo. Cabrera Infante sabe lo que hace, sin ninguna duda. Si te va la propuesta, click acá.

sábado, 9 de enero de 2010

Catorce




Ella es el verde y yo el azul.
Y cuando estamos azul sobre verde
somos la tierra y el cielo,
porque ella es la ofrenda fértil
y yo soy los vientos con tormentas y soles;
porque ella es la risa, el pan, la tierra
y yo la senda de los pájaros, el cielo.
Y así, durante el verde bajo el azul,
durante el azul sobre el verde,
somos el mundo.



(Verde y azul, Pedro Mairal)

jueves, 7 de enero de 2010

Nota en La Mañana


En La Mañana de Cipolletti de la fecha apareció una nota con motivo del resultado que obtuve en el concurso literario del Fondo Editorial Rionegrino. Aprovecho para agradecer la gentileza a Gladys, periodista del diario, y al fotógrafo, quien debió lidiar con mi nula fotogenia.

Para entrarle al artículo, click en este enlace.

martes, 5 de enero de 2010

Inmortal



Deseada desde siempre. Inaccesible para la consuetudinaria prepotencia de su aspirante, el hombre. La inmortalidad, ni más ni menos. Un acierto de la helada sabiduría de la Naturaleza.

Ahora bien, a veces (y sólo a veces) termina siendo la recompensa para los desvelos del artista. No hablamos sólo de la literatura, aún cuando pareciera ser la más sádica a la hora de la admisión en su hall of fame. El arte, sin distingos, es por esencia absorbente, demandante, de parto difícil. Muchas veces, como diría un poeta, "del otro lado están la vida y la rutina". En tantos de sus cultores tampoco hay elección. Se les impone, quizás por obra y gracia de algún gen travieso, y será otra necesidad fisiologica más.

De todos modos, supongo que no siempre y en todas las disciplinas el panorama es sombrío. Es probable que mi visión esté contaminada por las tragedias y las desventuras que pululan en el Parnaso literario. Lo que sí es común al artista es el sacrificio, la obsesión, el renunciamiento a ciertas cosas.

Creo haber divagado alguna vez sobre estas temáticas. Empero, recuerdo lo dicho por Rabindranath Tagore, aquello de "cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando". Ayer vimos que es verdad.

sábado, 2 de enero de 2010

Nuevo año



Volvemos a encontrarnos. Lo primero: prometo saldar en el plazo inmediato una antigua promesa respecto a esta página. Muy, pero muy pronto habrán novedades.

Ya que estamos, y como para que la entrada no quede reducida a un escuálido anticipo del pago de viejas deudas, cito un llamativo poema titulado "Obligaciones del poeta" que dice así:


Que nunca te dé por sentirte
intelectual privilegiado cabeza de libro serrucho de conversaciones
mustio pensador adolorido.
Vos naciste para desgranar estrellas
y descubrir la risa de la muchedumbre entre los árboles,
naciste blandiendo el futuro
mirando por ojos, manos, pies, pecho, boca,
adivino del porvenir
agorero de días de los que el sol
aún ignora su paternidad,
fuiste engendrado en noches de luna
cuando aullaban los lobos y corrían enloquecidas las luciérnagas.


(Gioconda Belli)