viernes, 14 de septiembre de 2007

Ajuste de cuentas

Estuve hojeando algunos cuentos de Hemingway, y elegí éste, "La capital del mundo". Previamente no había leído nada de él, y si bien es conocida la característica esencial de su estilo, no se puede evitar el asombro ante lo cristalino de su prosa, ante su precisión con los recursos. Como en el fútbol, y más precisamente bajo los tres palos, también acá lo más complicado es "hacer fácil lo difícil"; Hemingway lo consigue con holgura, hasta pareciera que sin demasiado esfuerzo.
Otra cosa que me llamó la atención fue su manejo de los diálogos. Si hay una cumbre escarpada en el acto de narrar, ésa es conseguir que la voz de los personajes "suene" natural, como si nos hablaran cara a cara, mirándonos a los ojos. Seguramente otro diamante recolectado en la redacción del Star:
- ¿Escucharon a alguien hablar así? - explotaba C.G. Wellington, el editor, cuando algún redactor impostaba un diálogo.


Para leer el cuento, hacé click acá.

sábado, 8 de septiembre de 2007

El estilo de la Estrella

Mil novecientos diecisiete fue, quizás, un año clave en la vida de un escritor clave. Europa hervía por los fragores de la Primera Guerra Mundial, y del otro lado del océano un muchachito se aprestaba a abandonar su ciudad natal para enfrentarse a su destino. Se trataba del segundo hijo (de seis) del doctor Clarence Hemingway, quien contaba con diecisiete años y un boleto de ida hacia Kansas City. Frustrada por el momento su solicitud de enrolamiento, el joven Ernest estaba resuelto a no quedarse vegetando en Oak Park mientras el mundo burbujeaba con ferocidad y excitación. Esa determinación de pelear su propia guerra fue el salvoconducto para la despedida en el andén, un adiós amargo que terminó de explotar en sus entrañas con la sonrisa entristecida de su padre, pero sobre todo con el abrazo tieso antes de abordar. Pero en Kansas ya lo esperaba su tío Tyler y por sobre todo un anhelo que lo desvelaba: ingresar como redactor al Kansas City Star.

Había allí un editor, C.G. Wellington, que gozaba de cierta e inquietante fama. Corrían los comentarios sobre la violencia de sus modos; hasta se decía que arrojaba las maquinas de escribir por la ventana. Ernest no pudo comprobarlo, el derecho de piso a pagar para un jovenzuelo inexperto implicaba mucho trabajo de calle y poco en la redacción; aun así, se dio de cabeza una y otra vez contra la tirantez de riendas que imponía el implacable editor. El redactor que mintió su edad para entrar al diario maldecía en bollos de papel la férrea disciplina de estilo que era dogma en esa redacción; después de todo, todavía era un muchachito irreverente. Pero mientras los bollitos terminaban en el cesto, quien ganaría el Nobel de Literatura tres décadas después absorbía, inconscientemente y hasta hacer propio, el manual Wellington:

"Frases cortas. Inglés vigoroso. Escriba en positivo, no en negativo. Si usa argot, que sea reciente. Tiene prohibidos los adjetivos extravagantes como espléndido, magnífico, grande, suntuoso. A lo sumo indique cuando una herida es leve o peligrosa. Cada oración debe tener un verbo. Cada crónica debe tener un lead en el que se narre una historia."

El jefe también despotricaba contra "esas tonterías tipo flujo de conciencia", o "simular ser un obtuso observador en un párrafo para convertirse en un Dios todopoderoso en el siguiente". El resúmen era simple: "Escribir sin trucos". Nada menos.


Muchos años después, en un reportaje que dio a George Plimpton, Hemingway diría: "Yo trataba de aprender en Kansas, hacia 1920, las cosas inadvertidas que constituyen las emociones, como la manera que tenía un outfielder de tirar su guante sin volver la cabeza para ver donde caía, el crujido de la resina bajo las zapatillas de un boxeador en el gimnasio, el color gris de la piel de Jack Blackburn cuando terminaba su entrenamiento y otras cosas que yo anotaba como un pintor cuando hace sus bocetos."



La escuela de vida que proponía ese trabajo de quince dólares semanales se interrumpió a los seis meses. Era el ejército italiano quien pedía sus servicios y allá fue Ernest para unirse al cuerpo de camilleros. Su participación en la I Guerra Mundial fue casi cinematográfica: Condujo ambulancias y corrió cargando despojos entre tormentas de balazos y explosiones, hasta que algunos proyectiles destrozaron una de sus piernas y lo confinaron en un hospital de campaña, desde donde vio el final de la guerra y emprendió el regreso a casa, llevándose medallas y el amor de una enfermera.



En poco tiempo volvió a Europa, para instalarse en lo que sería su segundo hogar: París. Allí frecuentó a escritores como Ezra Pound y Scott Fitzgerald, y desde ahí alcanzó las primeras cumbres de su éxito con la novela "The sun also rises" (traducida como "Fiesta"). Los temas bélicos priman en el rosario de esmeraldas que es su obra: también de eso habló en "Adiós a las armas" y en la magistral "Por quien doblan las campanas". En esta última se consolidó otro de sus amores: España. Para corresponder a este amor, y quizás también para satisfacer su instinto periodístico atestiguando los hechos de primera mano, Hemingway participó en la Guerra Civil que ensangrentó hasta partir en dos a la Península. Más tarde intensificó el flechazo a través de una de sus grandes pasiones: las corridas de toros. Escribió y mucho sobre España, a tal punto que Camilo José Cela dijo sobre él, en los albores del sesenta: "Para mí, se quedó fuera en algunos matices y adivinó, sin embargo, lo substantivo de España. Jamás un escritor de lengua no española nos intentó ver con más amor".



También tuvo un tercer hogar: La Habana. En esa ciudad construyó su "Finca Vigía", la que hoy es un museo dedicado a él. En las entrañas de su bunker cubano terminó retornando al estilo aprendido en el Star para alumbrar su obra cumbre: "El viejo y el mar", la que le granjeó el Pulitzer en 1953 y le abrió las puertas para el Nobel de Literatura del año siguiente. Pasado un año de la Revolución regresó a la isla, y enseguida le preguntaron por Fidel Castro:

- Vamos a ganar. Nosotros, los cubanos, vamos a ganar.-dijo en perfecto castellano Papá Hemingway al periodista, que era Rodolfo Walsh, y continuó:-I am not a yankee, you know.



Sobre la literatura, alguna vez dijo:"Hay que hallar las causas de la emoción. Entonces se toma nota de ellas sin olvidar ningún detalle con el fin de que el lector lo viva y le cause la misma emoción que le causó a usted. Trate de meterse en la cabeza de la gente. Si Carlos echa pestes contra Juan, reflexione acerca de los puntos de vista que ambos tienen. No se limite a establecer quién tiene razón. Las cosas son como son, y no como deben ser. No debe censurar, sino comprender. Cuando las personas hablen, escuche atentamente. No piense en lo que usted va a decir: la mayor parte de nosotros no escuchamos nunca, ni tampoco observamos. Piense continuamente en los demás".


La vida de Hemingway fue novelesca: Tres guerras (también combatió en la II Guerra Mundial, incluso estuvo en el desembarco de Normandía e ingresó en París con las tropas aliadas), cuatro matrimonios, dos accidentes de aviación...Quizás por tanta aventura y muerte que hubo a su alrededor, o tal vez por aquel "escape" que según Miguel Najdorf "necesita el intelectual", es que desde temprano Hemingway fue alcohólico. Esta enfermedad crónica, sumada a tanto ajetreo, terminó disparando la predisposición hereditaria a sufrir transtornos mentales que había en su familia.

Se le diagnosticó trastorno bipolar e insomnio. Al alcoholismo se le agregó la diabetes para resquebrajar aun más su castigada condición. Recibió entonces un tratamiento de electroshock en un intento desesperado por rehabilitarlo, pero fue peor y todo desembocó en una amnesia severa. Perdida entonces su memoria, según él algo esencial para un escritor, quedó privado de la escritura; mientras que para complicar las cosas, a esa altura prácticamente tampoco podía leer. Seguramente su amigo A.E. Hotchner se estremeció cuando por carta Hemingway le confió que, tras la pérdida de su memoria, ya no quería vivir más.


Poco quedaba ya para el final de Hemingway, final que conmocionó al mundo. Sucedió el 2 de Julio de 1961, cuando el escritor bajó al primer piso de su casa de Ketchum, en el estado de Idaho, con la decisión ya tomada. Fue hacia su escritorio, apoyó en su frente los dos caños de una escopeta y sin vacilar se voló la cabeza.




Prontito y por este mismo canal, un cuento de este gran escritor.
¡Hasta entonces!

sábado, 1 de septiembre de 2007

Bienvenido a casa

¡Hola!
Que bueno verte de nuevo. Sí, acá, conmigo.

Casi concluido ese retiro espiritual que mencioné hace un tiempo, es hora de regresar a este rinconcito mío. Es cierto que aún me quedan heridas por coser, pero también lo es que el mundo no se detiene, por más destrozada que tenga uno el alma.

Como quizás hayas notado, en este rinconcito mío (me gusta como suena) no suelo hablar de mí. Tal vez por pudor; porque en una de esas no tenga demasiado para decir; o vaya a saber uno por qué razón fisiológica, pero la cuestión es que no me simpatiza demasiado. De todos modos, hoy tampoco es un mal momento para ningunear la tradición.

Te propongo que pensemos que obedece a mi cumpleaños inminente. Aunque tal evento hace rato que me tiene sin mucho cuidado, nos evita los tumbos de la psicología amateur.

¿Qué te puedo contar de mí?. No será una crónica penosa y sanguinolenta, ni tampoco relatos de entrañas retorciéndose. Este fulminante delirio de autoestima también tiene sus límites, y no volvimos para un réquiem sino todo lo contrario. Primero, porque los dolores son por esencia intransferibles, denigrando así al chapoteo en los charcos rojos a poco menos que un panegírico de pseudoheroísmo empalagoso y miserable.
Y segundo y más importante, porque la fecha tiene un cierto simbolismo. Despuntan los indicios de que una nueva etapa se prueba la corona. En lo que a mí respecta, hay un número que aumenta, cabello que disminuye, algunos miligramos más de experiencia... Por el lado de lo que a mí no respecta, el invierno emprende desganado y lastimoso su retirada, arrastrándose entre las flores que tanto se empeñó en lastimar.

Hablemos de este mes de agosto que ya expira. Resultó un cascote de hielo. Una noche larguísima, filosa, interminable hasta casi rozar la crueldad. En ella anduve vagando, fugitivo de recuerdos cazadores. Con ellos gané y perdí: algunas veces los burlé cobijado por una sombra amiga, por algún recodo piadoso, y risueño desde mi escondite los vi pasar de largo; otras tantas fueron ellos quienes destruyeron mis trucos para agarrarme a patadas en el piso.
Fue un mes de atardeceres, de otoño frío, de mareas de hojarasca seca carraspeando con la brisa. Fueron días de melancolía insaciable, fértiles para la desilusión, siempre a media luz por el sol tibio y pálido propio de estas estaciones. Tiempos de recorrida por lugares alguna vez felices, de visita a nidos vacíos. Momentos para la efervescencia incontrolable de los pensamientos, para que por las noches la mente se dispare y vuele con la ferocidad eléctrica de los cometas.

Pero agosto se sacude, doblegado por la agonía. "Bajo la nieve duermen las semillas" dijo Gibran en uno de sus tantos versos luminosos, y es ahora cuando el manto blanco se aleja reptando en busca de refugio.


Sí, mi rastro todavía es rojizo, pero el tiempo y la distancia tienen fama de antídotos.
Alguna vez, Luther King dijo: "Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol". Seguramente yo no plante uno, pero ya sabemos que con papel y pluma también podemos crear formas de vida ;)




Dios mediante, nos vemos pronto y demás está decir que a partir de este mismo instante... ¡espero los regalos de rigor!. Porque Septiembre acaba de empezar.
A quien le quepa el sayo que se lo ponga jajaja ;)

domingo, 12 de agosto de 2007

A sangre fría

Un paréntesis en este pequeño receso.


Alguna vez me referí a Truman Capote mientras hablaba de otra cosa, y dejé la promesa de abordarlo más tarde. Ahora no es un mal momento; estamos en Agosto, próximos a un nuevo aniversario de su muerte, ocurrida en 1984. Hay más, claro: el papel decisivo lo juega esa fascinación un poco morbosa y tan argentina por la muerte. Dicho así suena un poco extraño, pero por algo será que recordamos a los próceres en el día de sus muertes (bueno, a veces ni eso, lo sé), construimos santuarios a la vera de rutas que apagaron a estrellas populares... Podríamos seguir, pero mejor me mantengo en mis quince.


Hace un tiempo tuve la oportunidad de leer "Música para Camaleones". De antesala hizo un comentario muy elogioso hacia ese libro que fue su último; libro que consumó recluido en un cuarto de la YMCA y especialmente en esa decadencia personal que ya lo estaba doblegando definitivamente. Ese libro me significó el retorno a la lectura de literatura seria después de mucho tiempo. Pero hoy no vamos a hablar de mí.


La historia comenzó en Nueva Orleáns. Eran tiempos de la Gran Depresión y del Dixieland cuando Truman Persons vio la luz por primera vez. La rápida desintegración de su familia lo trasladó a Alabama, más precisamente a la ciudad de Mobile. Pronto y "de improviso" cayó hechizado por las letras. A los ocho años empezó a escribir y a los diez se presentó en un concurso literario, en el cual los muchachitos de la ciudad debían escribir sobre unas consignas elementales. El pequeño Truman arrasó en su bautismo de fuego y se quedó con el primer premio, pero fue despojado enseguida del mismo. ¿La razón?. Había despreciado las consignas y en su lugar escribió un relato sobre los chismes que corrían respecto a un anciano del lugar. En vez de ficción escribió sobre la realidad. Toda una profecía.


Disciplina y determinación se aunaron en el joven Truman, quien se entregó a una laboriosa búsqueda del virtuosismo técnico, "tan fuerte y flexible como la red de un pescador". Años después, cuando tenía diecisiete y nuevo apellido (el de su padrastro cubano), sintió que el entrenamiento había terminado. Ya era "un escritor consumado" cuyos cuentos salieron publicados en las principales revistas literarias del momento, como ser Harper´s Bazaar, Story y The New Yorker. Instalado en Nueva York y empleado por este último diario, publicó su primer libro en 1948. "Otras voces, otros ámbitos" resultó un best seller; despertó asombro por la calidad del texto al mismo tiempo que por los veintipocos años del autor. "Sorprendente que alguien tan joven pueda escribir tan bien", dijeron; a lo que él respondió con un comentario socarrón sobre sus catorce largos años de infatigable autopreparación.


Una novela corta, "Desayuno en Tiffany´s"; colecciones de cuentos cortos y otra novela titulada "Se oyen las musas" consolidaron la figura de Capote. Sin embargo, éste continuaba buscando algo que no podía encontrar, la solución a lo que siempre había sido su "mayor dilema creativo". Hacer que el periodismo, una forma de arte para él, encajara dentro de la narrativa como forma literaria. Decididamente cautivo de ese entramado de géneros, la clave se le cruzó en el ocaso de los años 50.


Holcomb se llamaba el pueblo, un lugar olvidado en el estado de Kansas, que cobró notoriedad de manera súbita y trágica. Allí, todos los integrantes de una familia de campesinos, los Clutter, habían sido atados y luego masacrados a escopetazos por desconocidos. Capote fue enviado a aquel pueblito en calidad de corresponsal por el New Yorker. Terminó quedándose seis años. Sentía que ese crimen bestial podía darle lo que buscaba: una "novela periodística". Como periodista entonces, entrevistó a los familiares y a los policías que trabajaban en el caso. Hasta que los asesinos cayeron en desgracia.


Se trataba de dos ex presidiarios, Dick Hitckock y Perry Smith, quienes se habían creído los comentarios que oyeron en la cárcel sobre la supuesta riqueza de los Clutter... y terminaron llevándose cien dólares como botín de la matanza. Capote los visitó una y mil veces en la prisión; terminó ganándose la confianza de ellos y hasta se enredó en una turbulenta relación sentimental con Smith. El mismo escritor que se propuso lograr la ausencia total del narrador en esa "novela periodística" y evitó la palabra "Yo" en todas y cada una de sus páginas, acompañó a los dos convictos hasta sus últimos momentos y los vio colgando de la horca. Toda una paradoja.


El libro recibió un título a tono: "A sangre fría". El éxito de esa "novela periodística" (o de "no ficción", como la llamaron a partir de ahí), fue descomunal. De golpe Capote se convirtió en la estrella nacional, tapa de todas las revistas e invitado a los principales programas de televisión. Con su célebre "Baile en blanco y negro", que organizó en un hotel de Nueva York, acaparó la atención de toda la prensa norteamericana; mientras tanto, "A sangre fría" llevaba vendidos millones de ejemplares. Empero, Capote hablaba todo el tiempo de su nuevo desafio.

A la luz del éxito de "A sangre fría", en 1966 firmó un contrato con Ramdom House. Doscientos cincuenta mil dólares de adelanto a cambio del próximo libro del consagrado escritor. "Plegarias atendidas, ese es el título. Es por la frase de Santa Teresa: se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas", dijo en una de las tantas entrevistas.


En el interín, realizó innumerables reportajes a asesinos condenados a muerte; la mayoría para la revista Esquire. También reeditó casi todos sus libros anteriores para aliviar tanta expectativa por "Plegarias Atendidas". Libro que, dicho sea de paso, avanzaba poco y nada.


Ya en 1970 y algo, Capote declaró que comenzaría escribiendo el final, "es bueno saber a donde vamos" diría luego. Escribió tres capítulos de un saque y los publicó en Esquire. En esa misma revista, dijo que el libro ya estaba terminado y en la imprenta, pronto a ser publicado. Con esas declaraciones desató un cataclismo en la aristocracia neoyorkina y en el mundo del espectáculo, lugares donde siempre se movió a sus anchas. Es que en los adelantos había mencionado nombres reales con sus correspondientes detalles, especialmente de índole sexual. Sin más demora, las puertas de los palacios y salones de la clase alta se le cerraron en las narices.

Por esos tiempos alumbró una preciosa gema, a la que llamó "Música para Camaleones", un compendio brillante de crónicas y narraciones. Pero ya estaba en tiempo de descuento. En el prólogo de ese libro incluyó una frase que se haría famosa, "soy alcoholico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio"; frase que repitió en una disertación que dio en una universidad de Maryland, antes de caerse estrepitosamente al piso.


Dos años después, el 25 de agosto de 1984, Truman Capote murió en la casa de una amiga en Los Angeles. Una legión revolvió sus pertenencias en busca del original de "Plegarias Atendidas", pero sólo encontraron los tres capítulos publicados en Esquire. Como es de suponerse, el libro se vistió por un tiempo de leyenda urbana. Llegó a decirse que Capote lo había guardado en un casillero de la terminal de colectivos Greyhound, en San Francisco. Pero el misterio terminó con palabras de su tía para un documental de la televisión estadounidense:

- ¿Truman?. Ustedes no lo conocían...Truman nunca escribió ese libro. Cobró el dinero y se lo gastó, eso es todo...Quise mucho a ese chico...


Aun así, las altas esferas de Nueva York nunca lo perdonaron. Seguramente tampoco atendieron lo que a ese respecto Capote dijo alguna vez:

- No sé por qué se ha enojado todo el mundo. ¿A quien creían que tenían entre ellos? ¿A un bufón de palacio? Pues tenían a un escritor.






En cuanto a mí, tiempos ajetreados me esperan allá adelante en el camino.
Aproximadamente en unos diez días estaremos de nuevo por aquí, Dios mediante desde luego.

martes, 7 de agosto de 2007

Un corte y ya volvemos

Pasaba para avisar que me voy a ausentar un tiempito. Un retiro pseudo espiritual aguarda por mí.

Disculpá las molestias y hasta pronto.