(Foto: Marguerite Yourcenar, en pleno acto de magia)
Inexorablemente, una efeméride. Natalicio de Leopoldo Lugones. Toda una rareza para nosotros, tan afectos a conmemorar necrológicas. También es todo un símbolo de nuestro fragmentado ser nacional, nuestro argentinísimo vicio por la bipolaridad: de primigenia ideología socialista, Lugones resbaló a través de toda la paleta hasta las antípodas, la apología totalitaria que alguna vez, en Ayacucho, le hizo clamar "ha llegado la hora de la espada". Su descendencia, trágica, repitió la parábola: su hijo homónimo fue un feroz y creativo torturador, que innovó con la picana eléctrica en tiempos de Uriburu; Susana, una de sus nietas, fue "chupada" por un grupo de tareas en 1978. Antes, forjó su obra inmortal y después, deprimido, irrumpió de prepo en el inacabable panteón de escritores suicidados con una drástica dosis de cianuro.
En este día, quiero enviar mi saludo y abrazo a todos los hermanos y hermanas de letras, embrujados por este oficio condenado, vampiro, increíble.
Me tomo el atrevimiento de compartir un texto alusivo de Santiago Ocampos, poeta y amigo. Titulado Jacob y el Angel, dice así:
En este texto propongo al lector, al que siempre está del otro lado, invisible, un recorrido por el camino del arte de escribir. Es necesario atestiguar intelectualmente ese momento inicial en el que el primer hombre dio ese primer paso a la poesía. La inspiración siempre se ha manifestado como una profunda lucha por la conquista de la esencia. Es por eso que utilizo esta figura retórica, la de Jacob y el ángel.
En todos y cada uno de nosotros, desde Shakespeare al ignoto escritor que escribe en un pueblito del interior, los atraviesa este fuego ígneo en el alma que incendia horas y horas de lectura y escritura. Quiero rescatar a todos y explicitar en este texto porque estamos hermanados y convocados a la misma ronda. Es un homenaje a todos los que nos pueden dejar de escribir literalmente.
Individualizar a la persona que compone, que escribe, es arduo. Clasificar a este hombre que camina sobre cuerdas invisibles en busca de un lector, es imposible. Pienso en Shakespeare, en el teatro “El globo” buscando los ojos enamorados de la Reina Isabel para que aprobara sus escritos. Al mismo Calderón de la Barca poniendo en escena en las calles de Madrid sus obras. Existe en ellos y en cada uno, la misma necesidad imperiosa por saciar una sed primitiva que corre por dentro.
Es necesario para este análisis, volver al principio de la historia. A ese hombre, que se aferraba desesperadamente al pensamiento para no olvidarlo porque no sabía escribirlo. Conocía la oralidad y la fuerza de la fonética de determinadas letras. Las palabras, cómo lo es también para el poeta de hoy, eran su materia prima y significaban libremente en virtud del antojo expresivo. En la misma fragua creadora, ambos buscan escapar de la soledad.
Al volver a casa, los hombres primeros, en medio de la nada, eran asaltados por temores nocturnos, por preocupaciones, por el deseo de trascender. Entonces, inventaron el fuego para reunirse, para escuchar, para hablar. De pronto, existió la necesidad de buscar abrigo intelectual al amparo de la piel de una mujer y decírselo para que ella supiera.
En ese origen, en ese punto del espacio temporal de la humanidad, creo que podremos encontrar al primer escritor. Al que se animó a dar ese paso al futuro, que transmitió lo que había vivido y partió la poesía, como un pan, al filo de la medianoche. El mismo que tomó conciencia y al dramatizar la pronunciación, halló un lector. Y fue entonces que, de a poco, la belleza empezó a ser una búsqueda interior.
El trabajo literario exige una gran concentración. Cuando debo poner en marcha las ideas en el papel, siento que debo aliviar un peso que me oprime.
A pesar de las bondades del idioma español con el que escribo, hay palabras que no quieren salir, por eso hay que enamorarlas. Eso es parte de la vida de un escritor. Muchas veces toca poner el hombro y cargarlas como bolsa de papas hasta el papel. Borges decía que publicaba para sacarse un peso de encima y tenía razón.
Considero que este trabajo por la expresión, está sintetizado en Jacob luchando contra el Ángel. El relato bíblico, imposible de datar, simboliza a aquel que escribe, al que quiere decir algo distinto, al que confronta a su inspiración. En ese ir y venir, de golpes de puño, hay que jugarse la vida y ganar. Perder significa dejar sin efecto una historia, un relato, una visión.
El yo escritor nace en la lectura, en el coraje que hay que tener por construir en una forma literaria una constelación de significados. Quienes conocen la experiencia de leer un poema, han manifestado que a través de él se puede tener una visión única del mundo. Pero hay que tener todavía más valentía para traer del cielo a la tierra aquellas palabras, tibias, dulcísimas, que como vino dulce ella escancia, delicia fecunda, en la noche fría en que el poeta retorna herido de la batalla contra sus ángeles personales, a veces inventados, a veces reales.
5 comentarios:
gran reflexión, gran texto, gran foto.
feliz día, escritor!
un beso*
Mi mayor admiracion hacia esos grandes escritores, que nos han dejado un gran legado para poder admirar y contemplar , donde su voz es la del pensamiento unido al sentimiento hasta destilar su mas pura esencia.Feliz dia!!
Me ha gustado mucho tu reflexion , profunda , bien matizada y exacta.
Un saludo cordial.
( lamento no poder poner tildes en mis comentarios , es una lucha continua que tengo con mi teclado que a veces me deja y otras se niega rotundamente, en fin..resignacion ! con tilde en la o )
Algún día celebraremos vida... pero bueh, feliz día, Matías!!!!
Un saludote grandote.
Felíz día atrasado!
Aunque por facebook fui puntual.
Un beso o 2 #
Rayuela: Gracias!! igualmente :). besos!
cerynise: Lo que importa es la intención, no es cierto? gracias por tus palabras. Besos!
Luna: Así es, algún día, confío en que sí! besotes
Eleanor: Gracias! y feliz día para vos también :) besote!
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