Es el año 1821 y estamos en París. En el noveno día de abril nace el segundo hijo de Joseph Françoise Baudelaire, a quien dará el nombre de Charles. Por entonces este ex sacerdote ya es un hombre entrado en años, en contraposición a su joven esposa Caroline; hombre de vasta cultura, fue quien inicia en las letras al más pequeño de los Baudelaire. Sin siquiera sospecharlo, marcaría así el destino monumental y trágico de quien luego sería llamado "el poeta maldito".
Pero no llega a ver nada de eso. Muere en 1827, cuando su segundo vástago tiene nada más que seis años. Su viuda Caroline, resuelta a dejar atrás la pérdida, se muda casi enseguida y nada más que veinte meses después del funeral contrae matrimonio otra vez. Se trata de un vecino suyo, el comandante Jacques Aupick, un joven y promisorio oficial del ejército de Francia. Este nuevo enlace de su madre golpea con dureza el alma niña de Charles, terreno ya apto para que empezara a germinar un odio profundo hacia su ahora padrastro.
Llegan las campañas de Argelia. Aupick tiene un desempeño brillante que le vale sucesivos ascensos y traslados junto a su familia a nuevos destinos. De esta manera pasan unos años en Lyon para volver luego a París; Charles queda confinado en colegios pupilos de ambas ciudades por decisión de la familia, ya convertida a la rígida y conservadora personalidad militar de Aupick. En primeras instancias, Charles languidece de aburrimiento en los colegios, pero luego le servirán para descubrir a autores como Chenier y Sainte-Bauve. Aunque termina expulsado, obtiene su título y ya está en condiciones para formalizarse en la facultad de Derecho, trámite que concreta en 1840.
Es en ese momento donde el joven Baudelaire se hace asiduo al Barrio Latino, lugar donde se sumerge en el submundo literario de la Ciudad Luz, profundidades que lo atraparían para siempre. Entre tantos otros allí conoce a Balzac, y allí también comienza a liberalizar sus costumbres con los modos típicos de la bohemia parisina de entonces: consumo de opio y otras drogas, además de frecuentes correrías por prostíbulos de todas las cataduras. En uno de estos tugurios conoce a Sarah, una meretriz de origen judío, con la que tendrá un vínculo intenso y extraño, a tal punto que a ella consagró uno de los poemas de "Las Flores del Mal".
Semejantes ocurrencias resultan espeluznantes para la familia Aupick, en cuyo seno empiezan a pergeñar planes para abortar el escarnio social. Su padrastro le propone una carrera diplomática pero Baudelaire lo rechaza en el acto. Ser escritor es la única opción que reconoce, sólo le quita el sueño la gloria literaria. Ante tamaña afirmación, madre y padrastro deciden apelar a métodos más directos. Con el propósito de extirpar a Baudelaire de los bajos fondos y sus delirios literarios, lo embarcan en distintos viajes hacia los confines del mundo, viajes de los que el poeta termina escapando indefectiblemente para regresar a su hábitat natural.
El año 1842 lo encuentra otra vez en París. Es el año en el que cumple la mayoría de edad, por lo que recibe la herencia paterna. Son 75.000 francos. Con el dinero contante y sonante, lo primero que hace es abandonar la casa de la familia Aupick para independizarse del yugo opresor. Sus siguientes pasos también resultan previsibles. Los suburbios lo ven pasar nuevamente, y en sus prostíbulos se enrieda en amoríos turbios que harán florecer sus mejores poemas. Podemos citar, por ejemplo, a Jeanne Duval, una mulata pseudo actriz de tercera categoría en cuyos brazos Baudelaire caerá perdido una y otra vez hasta el final, sin que lleguen a importarle las innumerables infidelidades que implica el oficio de la mujer.
La herencia se le cae a pedazos de las manos. Pero Baudelaire será siempre fiel a sus instintos. No hay parroquiano en el antro donde se encuentre el poeta que no quede asombrado al hablar con él, nadie resiste su verbo deslumbrante ni aún cuando miente y saca historias de la infinita mina de diamantes que es su imaginación. Pero Baudelaire, indiscutible campeón del arrabal y sus tinieblas, terminará siendo una víctima de sí mismo. Tamaño desdén por sus finanzas degenera en múltiples deudas, resquicios para que su padrastro vuelva por más. Su madre Caroline y Aupick consiguen que un juez quite al poeta la administración de sus bienes, la que recae en...sí, su padrastro. Baudelaire sólo podrá disponer de una cantidad irrisoria para su modus operandi: seiscientos francos trimestrales.
El radical cambio de escenario será irreversible para Baudelaire. Acosado por sus acreedores, vive escapando y escondiéndose en las casas de sus amantes, mientras trabaja sin descanso en el perfeccionamiento de sus poemas. No sólo eso, también escribe ensayos llenos de preciosa emoción, en los que defiende apasionadamente a su amigo Delacroix; publica sonetos y aforismos en diversas revistas literarias y, además, aparece su primera novela corta, "La fanfarlo".
De todos modos, Baudelaire no está encaminado ni mucho menos. En 1845, estando en un cabaret con amigos, intenta suicidarse con un puñal. Aterrado por el escandalo social que lo amenaza, el padrastro paga las deudas del poeta y se lo lleva a su casa, en un enésimo intento por domesticarlo. Pero Baudelaire es indomable. Al poco tiempo vuelve a irse del hogar de Aupick para reemprender un nuevo raíd por los salones literarios. Conocerá a más luminarias de la literatura, como Flaubert; mientras que para no deshonrar sus pergaminos, enhebrará otra serie de romances turbulentos con prostitutas, mujeres casadas y esposas de amigos.
En tanto que el poeta maldito da rienda suelta a lo más abyecto de sus emociones, Francia vive tiempos convulsionados. En las calles explota la revolución, y en el tumulto ciudadano Baudelaire es un agitador más, pero con un objetivo claro. Nada menos que reclutar adeptos para que fusilen a su padrastro, adicto al régimen. En este lapso conoce a Poulet Malassis, quien luego será el editor de "Las Flores del Mal".
Este libro aparece en 1857, aún cuando sus poemas fueron escritos por un veinteañero Baudelaire. Su publicación genera una polémica inmediata que incendia al pueblo francés. Se lo acusa de depravado y de insultar a la moralidad pública; desde el diario conservador "Le Figaro" califican de "monstruosidades" a varios de sus poemas.
Tras un controvertido proceso, el gobierno de Luis Napoleón encuentra culpables de los cargos a él y a su editor y los condena a pagar fuertes multas. Además, seis poemas son eliminados de las ediciones futuras de la obra. Algunos pocos colegas acuden en defensa del "poeta maldito", entre los que se encuentran Sante-Beuve y Víctor Hugo, quien le escribirá: "Usted ama lo Bello. Deme la mano. Y en cuanto a las persecuciones, son grandezas. ¡Coraje!".
El resultado de este proceso, que lo ha dejado a los ojos de la sociedad como el apóstol del vicio y la perversión, lo aleja del reconocimiento que anhela. Baudelaire se recluye, buscando en el silencio un elixir contra el agobio. Sólo muestra entusiasmo por la obra de dos nuevas promesas de la poesía gala: Mallarmé y Paul Verlaine, el mismo que años después sería actor fundamental en la corta y tumultuosa vida de otra "pluma diábolica", Rimbaud.
Al declive social se le suma la decadencia física. Su cuerpo empieza a cobrarse tantos excesos. Sufre problemas respiratorios, gástricos e incluso le reaparece la sífilis. Pero eso no es todo. El clímax lo marca un primer ataque cerebral, del que apenas logra recuperarse. Con su salud en pleno derrumbe, recurre al opio y al éter como subterfugios para escapar a los terribles dolores que lo traspasan. Llegaría a tal extremo en el uso y abuso de los narcóticos que en 1860 publica "Los Paraísos Artificiales", un racconto de su experiencia personal con las drogas y sus efectos; éste libro tendrá una segunda parte, llamada "Encantos y Torturas de un Fumador de Opio", aunque esta vez el protagonista es Thomas de Quincey.
Un año más tarde, seguramente consciente de que el final se le aproxima, intenta un último golpe. Solicita entonces el ingreso a la Academia Francesa, honor que sin dudas lo resucitará socialmente y dará a su obra el prestigio que le es tan merecido como esquivo. Los académicos no piensan igual y lo rechazan.
Doblegado por lo precario de su salud y la desnutrición de sus bolsillos, Baudelaire viaja hacia Bélgica. Encara allí una serie de conferencias sobre arte, pero fracasa estrepitosamente; resultado que se repite cuando reedita el conjunto de su obra en el país belga.
Estando en Bruselas, le llegan los elogios que los ascendentes Mallarmé y Verlaine hacen a "Las Flores del Mal", pero Baudelaire huele a oportunismo. Después de todo, nunca han dicho nada sobre los "Pequeños Poemas en Prosa". En los almanaques se arrastran los días de 1845.
Estando en Bruselas, le llegan los elogios que los ascendentes Mallarmé y Verlaine hacen a "Las Flores del Mal", pero Baudelaire huele a oportunismo. Después de todo, nunca han dicho nada sobre los "Pequeños Poemas en Prosa". En los almanaques se arrastran los días de 1845.
Por entonces, la palabra "suicidio" aparece con persistencia creciente en la correspondencia de Baudelaire. Cuando su existencia ya es absolutamente miserable, un ataque de parálisis termina de destruirlo, dejándolo postrado y casi mudo. Su madre acude al rescate para llevarlo de vuelta a París, donde queda internado en un hospital, nada más que para esperar la muerte. Sus amigos van a visitarlo y junto a su cama interpretan obras de Wagner, compositor admirado por el agonizante "poeta maldito".
Baudelaire nunca se repuso del estado vegetal y casi inconsciente en el que sobrevivía. Así resistió varios meses hasta que finalmente el 31 de agosto de 1867 murió en los brazos de su madre. Tenía 46 años.
Sus restos fueron enterrados en el cementerio de Montparnasse... justo en la tumba familiar de Jacques Aupick, el padrastro al que odió con ferocidad.
Si bien tiene varias obras, el nombre de Baudelaire está indisolublemente ligado a "Las Flores del Mal", tercer y definitivo título para su poemario principal, sugerido por el periodista Babou a Baudelaire en detrimento de "Las Lesbianas" y "Los Limbos", rótulos previos que había elegido el poeta. Es con este libro oscuro y de técnica brillante que Baudelaire escribe su nombre con mayúsculas en la historia de la literatura. Podés leer algunos poemas de este volúmen haciendo click acá.
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