sábado, 3 de marzo de 2012
El otro, el mismo
Alguna vez quedó asentado el pedido -y también la posterior promesa de mi parte- de subir acá alguno de mis textos. Reitero la confidencia: ése fue el propósito original de este Jardín. Que después fue mutando, claro, para convertirse en una cajita de resonancia de otras voces, esas que me enseñaron las felices formas del asombro, e inconscientemente llevado por un mandato borgeano que entonces desconocía: "Lo importante es revelar belleza y sólo se puede revelar belleza que uno ha sentido."
Luego de una década de garabatear cuentos, no tengo mucho para mostrar a ese respecto. Resultado de la demasiada autoexigencia. Opongo un atenuante: esos diez años contienen a mi más tierna infancia literaria, consagrada en sacrificio al panteón de dioses implacables que gobiernan a ese género, hermético si lo hay. Aunque parezca raro, sé que no fui el único en empezar por lo difícil: tal vez se debe al miedo que infunden al narrador novicio la novela y sus altas cumbres. La poesía, mientras tanto, no es para cualquiera: hay que nacer bajo el signo de ciertas, indecibles estrellas.
Hoy, en examen retrospectivo de aquellos tiempos de forja, arenales y tropiezos, comprendo que no han sido vanos. Nunca es inútil. Apuntaba a que hay algunos destellos.
Y creo que este cuentico es uno. Es de los últimos -ya que no escribo más cuentos, salvo para circunstancias específicas- y, cosa rara, me ha dejado conforme.
Aborda un suceso de la juventud de Borges, cuando todavía era Georgie y escribía versos, allá en la esplendorosa Buenos Aires de los años 20. A su alrededor ya despuntaban, jóvenes y por eso invencibles, ya visiblemente predestinados para la gloria, el resto de los escritores que hoy nombran bibliotecas y se estudian en Letras. Hubo una mujer, como no podía ser de otra manera cuando se trata de juventud y poesía. También el otro, un Poeta, recien repatriado de la París donde vio y bebió el futuro de la palabra.
La ecuación, imposible así planteada, resultó en una herida profunda que mató por desangramiento al Borges poeta, y que según Fabián Casas lo empujó a la cuentística, y por ende a la inmortalidad. A la adjetivación de su apellido. A ser un mito en un mundo donde desaparecen los idiomas y se desertifican las formas de expresión.
Demasiado prolegómeno. Se llama Té para tres, fue incluido en una antología publicada por el Fondo Editorial Rionegrino en el año 2010 (en la foto, la contratapa), y dice así...
sábado, 25 de febrero de 2012
De la verdad y del sueño
"Me digo: general, escriba de la verdad y del sueño.
De pie, aquí, en mi rancho de Inglaterra, digo:
El destierro es verdad; lo otro, sueño.
Sueño, la infancia.
Sueño, la juventud.
Sueño, los años en los que ellos gozaron de mi poder. Y lo festejaron. Y lo sostuvieron.
Yo que, de pie, tomo mate, y miro una nieve, unos árboles, un silencio de los que no soy dueño, sé que los sueños se desvanecen, que la mañana les pone fin, que son lo que el recuerdo quiere que sean.
Yo no sueño.
Yo, en este rancho agobiado por la nieve, y el viento, y el aire gris de la mañana, me dormí junto al brasero, y cabeceé junto al brasero y las brasas que resplandecían en el brasero. Y dormido, galopé los campos que fueron míos. Y respiré en su luz. Y no supe que es imposible retener ese candor, esa fugacidad.
Ahora, estoy de pie. Y tomo mate. Y no sueño.
Alguna vez, en Palermo, el almirante Guillermo Brown, que estaba loco, y que había huido de su Irlanda natal, y que llegó a almirante de la desvalida, misérrima flota que armaron y fletaron los jacobinos de Mayo, porque en Buenos Aires -dijeron los jacobinos de Mayo- sobraban los caballos y los criollos a caballo, y no los que se animaran a las aguas, me preguntó si nunca escribí un nombre, un deseo, una fatiga o, tal vez, el dibujo con el que marcaba mi hacienda, y los guardé -nombre, deseo, fatiga, dibujo- dentro de una botella, cerré la botella y la tiré al Río de la Plata o al mar, si se me hubiera ocurrido navegar por donde el Río de la Plata se hace mar.
Contemplé, callado, al viejo incrédulo, acabado, que olía a ginebra o whisky, y que conoció los estragos del cañón a bordo de frágiles maderos, y el grito de horror de los que se ahogan, aún vivos, en el hueco pálido de las olas, y que eludió la muerte más veces que ningún otro hombre en aguas y tierras americanas, y contemplé la piel rojiza y arrugada de su cara, y sus ojos verdes y pequeños que buscaban alcohol en algún lugar de mi despacho, y le dije, déjese de joder, Brown. No estoy para perder el tiempo.
Brown, que no encontró ni un miserable trago de caña en mi despacho, tomó, de mi escritorio, su gorra de marinero, y me contestó, Yo sí, señor.
No haga caso, me dijo lord Palmerston.
Los irlandeses son un pueblo belicoso, pero sus escritores… Ah, sus escritores… Y sus poetas… A esos, les temo. A esos, general, les temo. Verdaderamente, les temo. Cambiaron el mundo de la palabra. Y le aseguro, mi muy estimado general Rosas, que cambiar el mundo de la palabra es más inexpiable que la cobardía de Judas o, si lo prefiere, que el deshonor."
(de El farmer, de Andrés Rivera)
domingo, 19 de febrero de 2012
Dinámica de lo impensado
“Las cosas suceden, simplemente. Cuando uno va a hacer el amor no se pone a pensar previamente en la técnica que aplicará. Uno va y lo hace y las cosas suceden. Lo mismo al escribir”.
(Juan Carlos Onetti)
lunes, 13 de febrero de 2012
Azul frío
y qué es lo que vas a decir
voy a decir solamente algo
y qué es lo que vas a hacer
voy a ocultarme en el lenguaje
y por qué
tengo miedo
(Cold in hand blue, de Alejandra Pizarnik)
sábado, 4 de febrero de 2012
Pertenencia
"(...) porque ahora es al fin un adulto, y ser adulto significa justamente haber llegado a entender que no es en la tierra natal donde se ha nacido, sino en un lugar más grande, más neutro, ni amigo ni enemigo, desconocido, al que nadie podría llamar suyo y que no estimula el afecto sino la extrañeza, un hogar que no es ni espacial ni geográfico, ni siquiera verbal, sino más bien, y hasta donde esas palabras puedan seguir significando algo, físico, químico, biológico, cósmico, y del que lo invisible y lo visible, desde las yemas de los dedos hasta el universo estrellado, o lo que puede llegar a saberse sobre lo invisible y lo visible, forman parte, y que ese conjunto que incluye hasta los bordes mismos de lo inconcebible, no es en realidad su patria sino su prisión, abandonada y cerrada ella misma desde el exterior - la oscuridad desmesurada que errabundea, ígnea y gélida a la vez, al abrigo no únicamente de los sentidos, sino también de la emoción, de la nostalgia y del pensamiento."
(de La pesquisa, de Juan José Saer)
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