sábado, 4 de septiembre de 2010

Desde las sendas de Oku



No sólo en invierno Japón se viste de blanco. Una vez al año, la floración de los cerezos viene a engalanar los jardines y los faldeos de las montañas con un manto como de Virgen, luego rosado, incluso violáceo. El prodigio tiene impronta de celebración, y la gente abarrota los parques con júbilo primaveral. Cerca, seguramente, se alzan placas con haikus, forma poética japonesa por excelencia. Con más seguridad aún, son obras del hombre cuyas estatuas también se reparten por toda la isla: Matsuo Basho.

Inclinado a las letras desde muy joven, por un tiempo ayudante de un shogun, coqueteó con la posibilidad de convertirse en samurai pero la muerte de su amo lo devolvió a su primera influencia. Pronto fue discípulo secreto del mítico Kitamura Kinguin, quien le mostró todos los misterios de la poesía, y Basho regresó al mundo como poeta consumado.

Pero lo mejor de su arte, que hoy se lee en plazas y parques, llegaría después. Diversas fuentes utilizan la palabra "inconformismo" para explicar la decisión. Lo cierto es que Basho cambió el eje temático de sus obras y de su vida: del intimismo, el "adentro", hacia la contemplación del "afuera". De las paredes de su casa en Edo (actual Tokio) y de los recintos donde lo más granado de la poesía japonesa celebraba sus tertulias, a los caminos tierra adentro del Japón medieval, poblados de peligros y de postales impactantes.

Totalizó cuatro viajes y miles de kilómetros caminando por las islas, generalmente en compañía de algún alumno de los tantos que tenía, siempre con el bastón de caminante que hoy sostiene en cada monumento. Al leer sus obras, no es difícil imaginarlo escribiéndolas al pie de un árbol centenario, respirando el beso temeroso de los pétalos del cerezo. Aspirando la luna y sus melodías, para retratarlas apenas terminen de desangrarse, justo al amanecer. Junto a las lágrimas ocres del otoño, o la costa brusca del mar. Bajo la timidez de la nieve recién llegada.

Buscando, y encontrando, las causas de su sed:


Ah, este camino
que nadie recorre,
excepto el crepúsculo.

- - - - - - - - - - - - - - -

La luna de la montaña
ilumina también
a los ladrones de flores.

- - - - - - - - - - - - - - -

Admirable,
aquel que no piensa: "la vida huye"
al ver el relámpago.

- - - - - - - - - - - - - - -

Desde hoy el rocío
borrará tu nombre
de mi sombrero.

- - - - - - - - - - - - - - -

Nada indica
En la voz de la cigarra
Que pronto morirá.

- - - - - - - - - - - - - - -

Tal y como me parece,
El País de los Muertos es así:
Una noche de otoño.

- - - - - - - - - - - - - - -

La desolación del invierno:
En un mundo de un color
El sonido del viento.

No hay comentarios.: