Efectivamente, el sábado estuvimos en Luis Beltrán. Primera vez en esta localidad del Valle Medio, recostada en el río Negro, cuyas aguas morosas y ronroneantes nutren la cadencia larga de esas tardes. Espaciosas las cuadras y las calles, soñolientas por el tráfico de a gotas, unas y otras depositadas sobre la llanura amarillenta que supo de tolderías y estampidas, que alguna vez tembló bajo los malones y el fuego a discreción de los Rémington, debajo de ese cielo todavía sin manchas, aún erizado de trinos.
La visita duró lo que el sábado. La tarde se fue consumiendo con recorridas varias, globa ferial y biblioteca incluídas, hasta la presentación de Yo el pájaro y el cielo, más la sorpresa de la antología de cuentos resultante de la misma Convocatoria de Escritores del Fondo Editorial Rionegrino, cuyos ejemplares me fueron entregados un rato antes.
Hubo un breve y agridulce preludio de tironeos entre terceros, el cual no merece mayores precisiones, aun cuando elucubró corales de naufragio. Pero llegada la hora de la verdad, una gentileza que agradezco: la de don Minieri, quien no sólo accedió a posponer la proyección de su documental para después de la presentación (y no superpuestas, como extrañamente estaba programado de antemano), sino que se quedó a presenciarla. Para el público que había ido a verlo a él y que generosamente me regaló su silencio, su atención, sus aplausos y buenos deseos al terminar, la misma palabra: Gracias. Por estos gestos es que me traje el anhelo de regresar pronto.
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