"Arriba flota la luz, recortada, redonda. Es el cielo del atardecer. Mirándolo, pienso en el mundo a esa hora del atardecer del mes de octubre. Allí debe de haber una vida con gente. Bajo esa luz tenue, la gente camina por las calles, hace compras, prepara la comida, se dirige a su casa en tren. Y piensan que es algo tan natural que no merece siquiera ser pensado. O ni siquiera lo piensan. Como hacía yo antes. Ellos poseen esa identidad imprecisa de quienes pueden denominarse «gente». Yo era uno de ellos, sin nombre. Bajo esa luz, la gente acepta a la gente, la gente es aceptada por la gente. Allí hay, sin duda, una especie de intimidad envuelta en luz, quizá duradera, quizá transitoria. Yo ya no me incluyo entre ellos. Pues están en la superficie de la tierra y yo estoy en el fondo de un pozo profundo. Ellos tienen luz, yo estoy a punto de perderla. A veces pienso que ya no podré volver jamás a ese mundo. Tal vez nunca vuelva a sentir el sosiego de estar envuelto en luz. Tal vez nunca pueda volver a abrazar el cuerpo blando del gato. Cuando pienso estas cosas, siento un dolor sordo, como si algo me oprimiera el pecho."
(Colaboración de Horacio, amigo, hermano de letras y gran tipo: fragmento de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, de Haruki Murakami)
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