¡Hola!
Que bueno verte de nuevo. Sí, acá, conmigo.
Casi concluido ese retiro espiritual que mencioné hace un tiempo, es hora de regresar a este rinconcito mío. Es cierto que aún me quedan heridas por coser, pero también lo es que el mundo no se detiene, por más destrozada que tenga uno el alma.
Como quizás hayas notado, en este rinconcito mío (me gusta como suena) no suelo hablar de mí. Tal vez por pudor; porque en una de esas no tenga demasiado para decir; o vaya a saber uno por qué razón fisiológica, pero la cuestión es que no me simpatiza demasiado. De todos modos, hoy tampoco es un mal momento para ningunear la tradición.
Te propongo que pensemos que obedece a mi cumpleaños inminente. Aunque tal evento hace rato que me tiene sin mucho cuidado, nos evita los tumbos de la psicología amateur.
¿Qué te puedo contar de mí?. No será una crónica penosa y sanguinolenta, ni tampoco relatos de entrañas retorciéndose. Este fulminante delirio de autoestima también tiene sus límites, y no volvimos para un réquiem sino todo lo contrario. Primero, porque los dolores son por esencia intransferibles, denigrando así al chapoteo en los charcos rojos a poco menos que un panegírico de pseudoheroísmo empalagoso y miserable.
Y segundo y más importante, porque la fecha tiene un cierto simbolismo. Despuntan los indicios de que una nueva etapa se prueba la corona. En lo que a mí respecta, hay un número que aumenta, cabello que disminuye, algunos miligramos más de experiencia... Por el lado de lo que a mí no respecta, el invierno emprende desganado y lastimoso su retirada, arrastrándose entre las flores que tanto se empeñó en lastimar.
Hablemos de este mes de agosto que ya expira. Resultó un cascote de hielo. Una noche larguísima, filosa, interminable hasta casi rozar la crueldad. En ella anduve vagando, fugitivo de recuerdos cazadores. Con ellos gané y perdí: algunas veces los burlé cobijado por una sombra amiga, por algún recodo piadoso, y risueño desde mi escondite los vi pasar de largo; otras tantas fueron ellos quienes destruyeron mis trucos para agarrarme a patadas en el piso.
Fue un mes de atardeceres, de otoño frío, de mareas de hojarasca seca carraspeando con la brisa. Fueron días de melancolía insaciable, fértiles para la desilusión, siempre a media luz por el sol tibio y pálido propio de estas estaciones. Tiempos de recorrida por lugares alguna vez felices, de visita a nidos vacíos. Momentos para la efervescencia incontrolable de los pensamientos, para que por las noches la mente se dispare y vuele con la ferocidad eléctrica de los cometas.
Pero agosto se sacude, doblegado por la agonía. "Bajo la nieve duermen las semillas" dijo Gibran en uno de sus tantos versos luminosos, y es ahora cuando el manto blanco se aleja reptando en busca de refugio.
Sí, mi rastro todavía es rojizo, pero el tiempo y la distancia tienen fama de antídotos.
Alguna vez, Luther King dijo: "Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol". Seguramente yo no plante uno, pero ya sabemos que con papel y pluma también podemos crear formas de vida ;)
Dios mediante, nos vemos pronto y demás está decir que a partir de este mismo instante... ¡espero los regalos de rigor!. Porque Septiembre acaba de empezar.
A quien le quepa el sayo que se lo ponga jajaja ;)
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