Un paréntesis en este pequeño receso.
Alguna vez me referí a Truman Capote mientras hablaba de otra cosa, y dejé la promesa de abordarlo más tarde. Ahora no es un mal momento; estamos en Agosto, próximos a un nuevo aniversario de su muerte, ocurrida en 1984. Hay más, claro: el papel decisivo lo juega esa fascinación un poco morbosa y tan argentina por la muerte. Dicho así suena un poco extraño, pero por algo será que recordamos a los próceres en el día de sus muertes (bueno, a veces ni eso, lo sé), construimos santuarios a la vera de rutas que apagaron a estrellas populares... Podríamos seguir, pero mejor me mantengo en mis quince.
Hace un tiempo tuve la oportunidad de leer "Música para Camaleones". De antesala hizo un comentario muy elogioso hacia ese libro que fue su último; libro que consumó recluido en un cuarto de la YMCA y especialmente en esa decadencia personal que ya lo estaba doblegando definitivamente. Ese libro me significó el retorno a la lectura de literatura seria después de mucho tiempo. Pero hoy no vamos a hablar de mí.
La historia comenzó en Nueva Orleáns. Eran tiempos de la Gran Depresión y del Dixieland cuando Truman Persons vio la luz por primera vez. La rápida desintegración de su familia lo trasladó a Alabama, más precisamente a la ciudad de Mobile. Pronto y "de improviso" cayó hechizado por las letras. A los ocho años empezó a escribir y a los diez se presentó en un concurso literario, en el cual los muchachitos de la ciudad debían escribir sobre unas consignas elementales. El pequeño Truman arrasó en su bautismo de fuego y se quedó con el primer premio, pero fue despojado enseguida del mismo. ¿La razón?. Había despreciado las consignas y en su lugar escribió un relato sobre los chismes que corrían respecto a un anciano del lugar. En vez de ficción escribió sobre la realidad. Toda una profecía.
Disciplina y determinación se aunaron en el joven Truman, quien se entregó a una laboriosa búsqueda del virtuosismo técnico, "tan fuerte y flexible como la red de un pescador". Años después, cuando tenía diecisiete y nuevo apellido (el de su padrastro cubano), sintió que el entrenamiento había terminado. Ya era "un escritor consumado" cuyos cuentos salieron publicados en las principales revistas literarias del momento, como ser Harper´s Bazaar, Story y The New Yorker. Instalado en Nueva York y empleado por este último diario, publicó su primer libro en 1948. "Otras voces, otros ámbitos" resultó un best seller; despertó asombro por la calidad del texto al mismo tiempo que por los veintipocos años del autor. "Sorprendente que alguien tan joven pueda escribir tan bien", dijeron; a lo que él respondió con un comentario socarrón sobre sus catorce largos años de infatigable autopreparación.
Una novela corta, "Desayuno en Tiffany´s"; colecciones de cuentos cortos y otra novela titulada "Se oyen las musas" consolidaron la figura de Capote. Sin embargo, éste continuaba buscando algo que no podía encontrar, la solución a lo que siempre había sido su "mayor dilema creativo". Hacer que el periodismo, una forma de arte para él, encajara dentro de la narrativa como forma literaria. Decididamente cautivo de ese entramado de géneros, la clave se le cruzó en el ocaso de los años 50.
Holcomb se llamaba el pueblo, un lugar olvidado en el estado de Kansas, que cobró notoriedad de manera súbita y trágica. Allí, todos los integrantes de una familia de campesinos, los Clutter, habían sido atados y luego masacrados a escopetazos por desconocidos. Capote fue enviado a aquel pueblito en calidad de corresponsal por el New Yorker. Terminó quedándose seis años. Sentía que ese crimen bestial podía darle lo que buscaba: una "novela periodística". Como periodista entonces, entrevistó a los familiares y a los policías que trabajaban en el caso. Hasta que los asesinos cayeron en desgracia.
Se trataba de dos ex presidiarios, Dick Hitckock y Perry Smith, quienes se habían creído los comentarios que oyeron en la cárcel sobre la supuesta riqueza de los Clutter... y terminaron llevándose cien dólares como botín de la matanza. Capote los visitó una y mil veces en la prisión; terminó ganándose la confianza de ellos y hasta se enredó en una turbulenta relación sentimental con Smith. El mismo escritor que se propuso lograr la ausencia total del narrador en esa "novela periodística" y evitó la palabra "Yo" en todas y cada una de sus páginas, acompañó a los dos convictos hasta sus últimos momentos y los vio colgando de la horca. Toda una paradoja.
El libro recibió un título a tono: "A sangre fría". El éxito de esa "novela periodística" (o de "no ficción", como la llamaron a partir de ahí), fue descomunal. De golpe Capote se convirtió en la estrella nacional, tapa de todas las revistas e invitado a los principales programas de televisión. Con su célebre "Baile en blanco y negro", que organizó en un hotel de Nueva York, acaparó la atención de toda la prensa norteamericana; mientras tanto, "A sangre fría" llevaba vendidos millones de ejemplares. Empero, Capote hablaba todo el tiempo de su nuevo desafio.
A la luz del éxito de "A sangre fría", en 1966 firmó un contrato con Ramdom House. Doscientos cincuenta mil dólares de adelanto a cambio del próximo libro del consagrado escritor. "Plegarias atendidas, ese es el título. Es por la frase de Santa Teresa: se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas", dijo en una de las tantas entrevistas.
En el interín, realizó innumerables reportajes a asesinos condenados a muerte; la mayoría para la revista Esquire. También reeditó casi todos sus libros anteriores para aliviar tanta expectativa por "Plegarias Atendidas". Libro que, dicho sea de paso, avanzaba poco y nada.
Ya en 1970 y algo, Capote declaró que comenzaría escribiendo el final, "es bueno saber a donde vamos" diría luego. Escribió tres capítulos de un saque y los publicó en Esquire. En esa misma revista, dijo que el libro ya estaba terminado y en la imprenta, pronto a ser publicado. Con esas declaraciones desató un cataclismo en la aristocracia neoyorkina y en el mundo del espectáculo, lugares donde siempre se movió a sus anchas. Es que en los adelantos había mencionado nombres reales con sus correspondientes detalles, especialmente de índole sexual. Sin más demora, las puertas de los palacios y salones de la clase alta se le cerraron en las narices.
Por esos tiempos alumbró una preciosa gema, a la que llamó "Música para Camaleones", un compendio brillante de crónicas y narraciones. Pero ya estaba en tiempo de descuento. En el prólogo de ese libro incluyó una frase que se haría famosa, "soy alcoholico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio"; frase que repitió en una disertación que dio en una universidad de Maryland, antes de caerse estrepitosamente al piso.
Dos años después, el 25 de agosto de 1984, Truman Capote murió en la casa de una amiga en Los Angeles. Una legión revolvió sus pertenencias en busca del original de "Plegarias Atendidas", pero sólo encontraron los tres capítulos publicados en Esquire. Como es de suponerse, el libro se vistió por un tiempo de leyenda urbana. Llegó a decirse que Capote lo había guardado en un casillero de la terminal de colectivos Greyhound, en San Francisco. Pero el misterio terminó con palabras de su tía para un documental de la televisión estadounidense:
- ¿Truman?. Ustedes no lo conocían...Truman nunca escribió ese libro. Cobró el dinero y se lo gastó, eso es todo...Quise mucho a ese chico...
Aun así, las altas esferas de Nueva York nunca lo perdonaron. Seguramente tampoco atendieron lo que a ese respecto Capote dijo alguna vez:
- No sé por qué se ha enojado todo el mundo. ¿A quien creían que tenían entre ellos? ¿A un bufón de palacio? Pues tenían a un escritor.
En cuanto a mí, tiempos ajetreados me esperan allá adelante en el camino.
Aproximadamente en unos diez días estaremos de nuevo por aquí, Dios mediante desde luego.
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