domingo, 14 de febrero de 2010

14 de febrero



Fecha paradigmática si las hay. Se podría deslizar, maliciosamente y a riesgo de ser tachado de sacrílego, que es un día cuyo signo luminoso tal vez fue planeado, calculado y ejecutado por una oscura cofradía de comerciantes. Desaconsejo a cualquier novio o esposo que obvie las atenciones pertinentes escudándose en argumentos como ése.

Sigo pensando, como aquella vez, que en días así el escritor detenta cierta expectativa. Jardines tallados en el papel; su aura, siempre tenue, ahora una furiosa jauría de relámpagos; palomas, conejos y dragones brotando de la página. Y está bien.

Empero, amanece un desaire. El "mundo real" ha largado a sus perros de caza: compromisos, obligaciones, rutina. Intento escapar, perderles el rastro, sin mucho éxito por ahora.

De todos modos, el otro día leía un cuento y un fragmento quedó tintineando en la memoria. Más allá de la impactante maestría narrativa del autor, golpea la contundencia de sus imágenes. En dos párrafos brillan los trazos del desgarro, de la desesperación aturdiendo en el vacío. Del amor que, de golpe y por equis razón, queda mutilado. Y entonces sangra, se retuerce en sus propios charcos, tirita por la muerte que siente próxima pero demora su arribo. Mutilado, sí, y con demasiada vida.


"Bruscamente, como sobrevienen las cosas que no se conciben por su aterradora injusticia, Subercasaux perdió a su mujer. Quedó de pronto solo, con dos criaturas que apenas lo conocían, y en la misma casa por él construida y por ella arreglada, donde cada clavo y cada pincelada en la pared eran un agudo recuerdo de compartida felicidad.
Supo al día siguiente al abrir por casualidad el ropero, lo que es ver de golpe la ropa blanca de su mujer ya enterrada; y colgado, el vestido que ella no tuvo tiempo de estrenar.
Conoció la necesidad perentoria y fatal, si se quiere seguir viviendo, de destruir hasta el último rastro del pasado, cuando quemó con los ojos fijos y secos las cartas por él escritas a su mujer, y que ella guardaba desde novia con más amor que sus trajes de ciudad. Y esa misma tarde supo, por fin, lo que es retener en los brazos, deshecho al fin de sollozos, a una criatura que pugna por desasirse para ir a jugar con el chico de la cocinera."


(de El desierto, de Horacio Quiroga)

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