" Entonces me sacudió un sobresalto. Más oscuridad; el cuerpo lejano, como flotando en agua espesa. Tenía algo en la cabeza. Vendas, vueltas y vueltas. Muy cerca alguien habló:
- Manfred, de verdad nos alegra mucho tenerte de vuelta con nosotros.
La voz madura, serena, con ese tono que tranquiliza… y sonaba familiar…
Enseguida la misma voz continuó:
- Soy el doctor Koppen, y estás en un hospital del ejército imperial. Te estrellaste y unos soldados te trajeron, a ellos debes tu vida. Ahora no te preocupes, estás a salvo y fuera de peligro. Descansa, ya te contaremos más.
El doctor Otto Koppen, claro. Eso explicaba la familiaridad lejana de su voz. Un viejo amigo de Padre, desde la época en que ambos fueron cadetes en la academia militar de Lichterfelde, antes de que Koppen pidiera la baja para estudiar medicina mientras Padre se graduaba de oficial con todos los honores. Y a pesar de la bifurcación de los caminos, de que uno se especializara en matar y el otro en salvar, mantuvieron correspondencia frecuente. Inolvidable era el gesto feliz de Padre cuando leía el nombre de su amigo en un sobre, o cuando permanecía hasta altas horas de la noche escribiendo afanosamente, en la penumbra de la biblioteca, la esquela donde le contaba las últimas maniobras de su regimiento, el doce de Ulanos; también sobre la familia, especialmente su hijo mayor, el que un día también sería oficial de caballería y al que ya estaba enseñando a montar y cazar. Lo supe durante una visita del doctor a nuestra casa, en la navidad del año 1900. Entonces ambos departieron en la biblioteca, junto al fuego, mientras me mantenía a su lado, en exhibición. Los detalles de esa conversación de adultos con alcohol de por medio se perdieron en el tiempo, pero algo quedó grabado. La punta de la verdad sobre aquellas lecciones que parecían juegos en el bosque.
El resto del témpano emergió un año después. Fue cuando Padre interrumpió el almuerzo para anunciar, solemne, que me había anotado en el liceo militar, antesala necesaria para Lichterferlde. En ese momento, mientras se imponía un silencio tirante y Madre se atragantaba con la sopa, las piezas flotantes del rompecabezas se apareaban hasta encastrar perfectamente.
Pero entre esos recuerdos últimos de la infancia relampaguearon las imágenes más recientes. Tan nítidas. Estoy otra vez en la cabina de mi avión, un biplano Albatros pintado de rojo. El sonido del motor es un ronroneo tenue, casi inaudible entre el silencio sospechoso que reina en esas nubes blancuzcas que la hélice va desgajando. Puedo sentir al enemigo, sé que está cerca. Volteo la cabeza y compruebo que mis muchachos mantienen la formación, atrás y un poco más arriba. Ellos esperan como el cazador que se aferra a su escopeta y no saca la vista de los perros que indicarán la presa; ciegamente confían en mi señal que aunque no lo sepan llegará pronto. Entonces los veo. Abajo, hacia la izquierda. Dos puntitos negros que se deslizan adormecidos, como ajenos al peligro que los acecha. Un gesto de mi mano y el avión enfocado hacia las presas son la señal que ansiaban. Ataca desde arriba y con el sol detrás. Es el eco lejano de Oswald que me habla al oído, que desgrana su sabiduría siempre que su discípulo entra en combate. Sólo un milagro puede hacer que esos hombres vean otro atardecer."
(Continuará)
6 comentarios:
Un blog muy interesante! un saludo!
Muito bom querido...Amizade é muito bom ter... Melhor ainda, quando ganhamos amigos sinceros... Preservá-los então... Uma conquista...Bj no teu coração um final de semana iluminadooo bjbjbjbj!
Maravilloso. No diré más. Tu texto es excelente. Lo ha dicho todo.
Un beso o 2 #
No.me.pises: Gracias! saludos
valquiria: Nuevamente conspira mi comprensión del portugués. De todos modos, gracias! Obrigado, no? jeje. saludos!
Eleanor: Mil gracias por tus palabras!!!!!!! Besote!
leí y voy al "desenlance"
abrazo*
Hoy termino de leer... Esta linda la historia.
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