Schwob debe ser uno de los secretos mejor guardados de la literatura universal... bajo tristes candados de olvido. Aunque magistral y brillante, pierde en la comparación con otros que también murieron jóvenes y apagándose irreversiblemente (por caso Chejov; incluso Mansfield): por hache o por be ha sido confinado a una órbita remota del universo literario. Desde hace bastante las ediciones de sus libros son fósiles raros, deliciosas piezas de museo. Tal vez sea por eso que sus lectores no conformamos una legión rimbombante sino una cofradía de catacumba, "difusa" como bien dijo alguien. Toparse con otro acólito es como encontrar en la calle a un viejo conocido. Todos dimos con él por accidente, alguna casualidad que luego ya no puede olvidarse.
Leerlo es una experiencia que tiene visos místicos. Si hay una mezcla exacta de poesía y narrativa, creo con plena fe que esa es la de Schwob. Alguien cuyo nombre no recuerdo alabó esa forma única, tan suya de enlazar las palabras. Como si se frotaran. Sí, usó esa palabra: frotar.
En uno de esos libros que ya no se consiguen, Vidas imaginarias, reescribió personajes que ya en aquel tiempo bordeaban la leyenda, reviviéndolos en cierta forma, e inaugurando con ellos una mitología hecha de música y silencio. Proeza que luego repetiría, con mucho más ruido y resonancia, quien fue uno de sus principales admiradores: nuestro J. L. Borges.
Hoy, una de esas Vidas...: la de Lucrecio, Poeta.
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