Parecen muy diferentes. Una es esencialmente simbólica y diversa; la otra, unívoca y, por así decirlo, abstracta. Literatura y música. Suena a divague de trasnoche, lo asumo. Empecé a pensar en esto mientras escuchaba a Barcos, el pianista que tocó en la inauguración de la Feria, unas horas antes de esto.
"Para mí, el mayor placer de la escritura no es el tema que se trate, sino la música que hacen las palabras”. Así decía Truman Capote, aquel novelista de vida y talento casi diabólicos. Y aunque la literatura, en cualquiera de sus dos facetas, sea proclamada como prima hermana del silencio, la cuestión es que sí hay música. Al igual que con las notas y las personas, el aislamiento redunda en oscuridad, naufragio: una nota solitaria, crucificada en el pentagrama; un ermitaño; una palabra perdida en la estepa de la página en blanco. La clave son los vínculos. Una nota que se entrelaza con la que sigue y ésta a su vez con la subsiguiente lo que genera una melodía; las palabras cuyos encastres sucesivos aprueba el instinto de escritor, hasta llegar a una oración o un verso. Y luego, nosotros: dedos que se entremezclan, labios que se superponen, y luego dos espíritus que se yuxtaponen mediante un eclipse, el de sus primales misterios de infancia devenidos en vértigo y cosquilla con la juventud. Reales, el de la piel y los cuerpos; metafóricos, el del creador y sus lectores, sus oyentes.
Es un oído casi musical el del escritor. Se sumerge, como un buscador de perlas, en los océanos del lenguaje. Millones de palabras al alcance de su mano, los ladrillos con los que debe construir. Engañosamente (quizás porque al decir de Onetti la literatura es verídica mentira), los encastres son volubles, inestables, caprichosos. Él y solo él, sin más ayuda que sus propias sombras, debe elegir qué palabra encaja con cual entre las tantísimas partículas que flotan a su alrededor. Es un oído, sí, un reflejo natural que le sugiere la combinación certera, benefactor de aquel "apostar siempre al número correcto" que escribió Soriano.
Puede pensarse que solamente la poesía tiene esta cualidad. Ciertamente que la narrativa también, aunque por su propia naturaleza le va un poco en zaga. Sorprende entonces el narrador que logra arrancar sonidos, que hace cantar a instrumentos que no existen más que en su texto. Recuerdo ahora a Yourcenar, aquella escena cercana al final donde Alexis (el protagonista de "Alexis o el tratado del inútil combate") vuelve a sentarse ante su antiguo piano, el de siempre, y en la penumbra de la casa materna empiezan a abrirse tajos de luz, la sabia prole de sus dedos y las teclas. O aquel cuento de Abelardo Castillo, el del negro Griffiths, mediocre trompetista de jazz que en su propio tugurio porteño sufrirá la irrupción fulgurante del joven Baxter, un mago del saxofón, cuyas interpretaciones dan lugar a líneas memorables. En uno y otro caso, la lectura en silencio se desdibuja con un eco tenue, levísimo, una dulce intoxicación que penetra por los ojos y reverbera en el oído. Nada más ni nada menos que los receptores, respectivamente, de la letra y de la música.
Bueno, tenía otra idea previa a todo esto. Concisamente: mañana domingo se presenta la primera antología del Círculo de Escritores del Comahue, "Manifestaciones del alma". La cita es en el living del Predio ferial donde ya se realiza la Feria del Libro de Cipolletti (Centro Cultural, Toschi y Tres Arroyos). Acompañará la Orquesta Juvenil de Cámara de Cipolletti, dirigida por Jorge Larrigaudiere.
¡Los esperamos!
4 comentarios:
Me ha encantado el modo en que has mezclado los dos artes. Estupendo.
Saludos
se agradece mucho :)
un abrazo
muy bueno como los expresaste...
cuando tenga las charlas-criticas-cambio de opiniones, con un amigo mio que es musico las voy a subir...
por ahi se puede hacer un debate constructivo entre todos
un abrazoooo
dale, estaría bueno.
gracias por comentar
un abrazo
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