Fue en ese parque. Llamarlo jardín sería pretencioso, tuvo nada más que una flor. Pero no era una flor como cualquiera. No han nacido aun las palabras que hagan justicia con esos pétalos, con esos labios.
Fue en los albores de la primavera; un día brillante, como escapado de un buen sueño. Entonces floreció: furiosa y delicada, suave y arrolladora. Tiernamente, resbaló por el fulgor azul del cielo y bailó con la luz, igual que una mariposa engalanada de arcoiris.
Sucedió en ese mismo parque, algún tiempo después. Amanece el otoño, y el ocre pinta el paisaje y los recuerdos; el día sigue siendo luminoso, pero ahora también pálido y muy frío.
La memoria graniza cuando regreso a ese banco, el mismo de aquella vez. Quien sabe qué busco. Tal vez las astillas de un sueño, o una mancha de sangre negruzca y reseca. Quizás un fantasma.
Ocupo el que fue mi lugar, dejo libre el que fuera suyo. La ausencia resplandece, y en ella se trasluce esa sonrisa constante; aletea la brisa, y me trae un eco lejano y alegre que corretea entre los árboles. La mañana blanquecina relampaguea en los cristales; algo tiene de aquellos ojos, los suyos, y por un instante los vuelvo a sentir ahí, muy cerca, clavándose lentamente, dulcemente...
El ensueño termina, es hora de volver al mundo. Me alejo, miro una o dos veces hacia atrás, y veo a dos que hace tiempo ya no están. Sonríen, felices, antes de desvanecerse. Antes de naufragar en la distancia y el ruido.
2 comentarios:
Lástima que termina el ensueño y hay que volver al mundo real.
sí, tristemente, ¿no?.
Pero supongo que tampoco tenemos muchas opciones jejeje.
Todo pasa..
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