sábado, 31 de diciembre de 2011
Nuevo año
En horas nomás sucederá el paso de un año a otro. De un ciclo a otro. Quiero -necesito, mejor dicho, considerando la hora- ser breve. Lo primero y fundamental es agradecerte por tus comentarios, tus palabras, tu aliento, por tu lectura silenciosa y atenta, a lo mejor emocionada. Por tu sola presencia, que es la que da sentido a todo esto.
Acto seguido, mis deseos: que tengas una conclusión de año en paz, y un 2012 pleno de metas cumplidas y también otras nuevas por realizar. Y mucha poesía en tu vida, con todo lo que implica esa palabrita inabarcable, desbordante, milagrosa.
¡Feliz año nuevo!
sábado, 24 de diciembre de 2011
Natividad
Un año atrás lamentaba las carencias temporales que infestaban de malezas los canteros de este Jardín. Hoy, bajo la sombra irregular de las mismas especies invasoras, esas que se nutren del abandono y la ausencia, cosquillea la tentación de exteriorizar -otra, enésima vez- los mismos remordimientos.
Pero ahora solo quiero repetir los buenos deseos de aquella vez. Es cierto: en los últimos meses el mundo "real" ha redoblado sus esfuerzos, arrinconado y apedreado las posiciones del escritor, intentado asfixias varias. Sin embargo, y más allá de las creencias que podamos tener, también es cierto que este día significa encuentro y renacimiento.
En cuanto al primero, no me refiero a ciertas y vacías reuniones de familia, donde se tuercen y martillan rencores hasta darles esa magullada, inverosímil apariencia de afecto. No. Hablo de otro tipo de encuentro, más puro, más verdadero. Aunque debamos cruzar un desierto, médano tras médano, extenuados, tras la estela de un cometa.
Continúo. No quiero desviarme del punto, a la postre viejo vicio mío. Iba a que, ciertamente, todo es circular. Cíclico. Aspiro, anhelo, apuesto entonces por la caducidad, la definitiva erradicación de estas malezas, sus lengüetazos ásperos, sus siseos de serpiente arrastrados por el viento. Objetivo que así suena fútil, pero en verdad no es otra cosa que una pequeña y tonta metáfora, una máscara de barro.
Nosotros, los de esta subespecie, sentimos, respiramos, vivimos a través de las palabras. Por y para ellas. Aunque a veces, más que palabras hay que actuar. Hacer.
Lo concreto es que en esta Navidad quiero enviarte mis mejores deseos: encuentro puro y sincero, renacimiento fresco y luminoso. Y, obviamente, más y mejores letras.
Por eso último, un cuento de Oscar Wilde. Sí, ése. El mismo, acostumbrado, consabido cuento que regalo en esta fecha. Pero está perfumado de una llamativa ternura que, siempre y cada vez, tiene la rara habilidad de emocionarme.
¡Feliz Navidad!
martes, 13 de diciembre de 2011
Crucifixiones
Han izado el amor. Lo están clavando
coronado de ortigas y de cardos.
Le han cortado las manos, han echado
sal y azufre en sus pálidos muñones.
Ah, mi joven amado, el tiempo es breve.
Suenan ya las trompetas e iracunda
la luna enrojecida afrenta al cielo.
Déjame acariciar tu frente ardida en sueños,
contemplar para siempre tus párpados violeta.
Deja que desanude mi deseo,
que coloque la palma de mi mano
sobre la rosa hirviente que florece en tu pecho.
Ah, mi joven amado que duermes mientras huye
la multitud con un largo sollozo:
una lluvia de sangre cae sobre Sodoma.
Dame tus muslos blancos, tu axila, el dulce cuello,
antes de que en silencio se deslice
el ángel con su espada de exterminio.
(Canción del sodomita, de Piedad Bonnett)
domingo, 4 de diciembre de 2011
Los desnudos y los muertos
Postrimerías de la Segunda Guerra. Una división del ejército norteamericano desembarca en Anopopei, otra de las islas que conforman el rompecabezas del Pacífico Sur. Con forma de ocarina, infestada de jungla impenetrable, es apenas un peldaño más en la escalera hacia Japón. Nada parece importar aparte de poner las botas en ese Oriente misterioso, limpiarse las suelas en los delicados estandartes del Sol Naciente imperial, clavar bandera en la tierra que entonces ya habrán carbonizado los hongos nucleares.
Pisotean entonces esa playa extraviada y se repiten las escenas de las islas precedentes, rutinarias de la campaña. Las tropas levantan sus campamentos, mantienen las primeras escaramuzas con los "japos", sufren las borrascas de un clima hostil. Pero, arrojados a ese microcosmos dominado por una selva jurásica, pronto empiezan a descubrir que sólo los une la formalidad del uniforme. A la sombra de plantas increíbles, poco a poco enloquecidos por la humedad y el calor, empieza a aflorar en palabras y gestos lo más primal de sus naturalezas, la carne viva de sus instintos. Así se descubren antisemitas, egoístas, débiles, se recelan con los rencores incubados en sus infancias transcurridas en salones de alcurnia y barrios bajos, se vomitan el abandono o las palizas o la inflexibilidad de sus padres. Mientras, mal o bien, lidian con su destino de peoncitos en el ajedrez que su brillante y conflictuado pater familiae, el general Cummings, juega sobre los mapas y el terreno contra su némesis Toyaku, pero también contra las intrigas de su propio Estado Mayor.
En ese entramado de patetismos cotidianos es que se caldean los imponderables que arrojarán a una mínima patrulla de reconocimiento a una misión suicida. Verificar la retaguardia de las líneas japonesas, previo rodear la isla y cruzar catorce kilómetros de jungla inexplorada. La componen, entre otros, un teniente intelectual y aristocrático, un implacable sargento forjado al rojo verbigracia una crianza brutal, un minero, un campesino del sur, hijos de inmigrantes, padres de familia; en definitiva, extractos de todo el arco social de la nación que los envió a pelear y morir por ella en una islita perdida en el Pacífico.
Desnudos y ya casi muertos de extenuación, avanzarán y se arrastrarán, matarán y morirán. Enfrente, alrededor, en sus propias manos, el salvajismo y la abyección. Condicionados por sus vivencias anteriores -sin duda las mejores partes del libro-, sus miedos, sus creencias quebradas, deberán elegir entre opciones atroces para redimirse, o bien perderse para siempre en el abismo. Al tiempo mismo tiempo, sin que lo sepan, la conquista de la isla se resolverá sorpresivamente y de una manera insólita, tragicómica, un paródico insulto final.
Esta novela, publicada en 1948, fue la primera de Norman Mailer y significó su inmediata consagración como escritor. En ella exorcizó sus vivencias como soldado de ocupación en el Japón vencido; y es una de las "100 mejores novelas en lengua inglesa" para la Modern Library. En sustancia y forma, creo que tiene puntos de contacto con El Señor de las Moscas (obra emblemática del Nobel británico William Golding, volumen muy recomendable) y "La delgada línea roja", aquella recordada cinta del elusivo Terrence Malick.
También, me parece, con esas palabras que el propio Mailer dijo alguna vez: "Un criminal nunca te perdonará por evitar que cometa el crimen que realmente está en su corazón".
P.D.: Con perdón de los españoles que eventualmente puedan leer esto, pero no puedo dejar de hacerme una pregunta: ¿Por qué las grandes editoriales de la península no preparan ediciones con traducción neutra de obras angloamericanas para el mercado lector de Latinoamérica? Nada más lejano de nosotros que "gilipollas", "venga", los enérgicos "¡coño!" y demases que pueblan esta e incontables novelas adaptadas más. Realmente no se explica, desde que nosotros -me refiero a este continente- también tuvimos y tenemos excelentes traductores. El argumento de los costos extra se desdibuja cuando mensuramos, por un lado las ganancias de esos conglomerados editoriales, y por el otro el tamaño de esta región: salvo Brasil, de México hasta Tierra del Fuego.
Entonces... ¿Por qué?
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