He ahí el dilema. Emparentado con el interrogante ya ineludible. ¿Donde están mis poemas? Antes de aventurar una respuesta, viene la aclaración consabida y acostumbrada para estos trances.
Será evidente a estas alturas, calculo, pero aún así confieso que no fui, ni soy, ni seré poeta. Y lo asumo sereno, desprovisto de cálculos, especulaciones, intentonas de acarrear condescendencia o las réplicas enaltecedoras que prosiguen a la falsa modestia (répicas que, natural y alegremente, aun cuando me esfuerce por mantener auténtica la falta de vanidad, agradeceré porque las sé sinceras).
Debo haberlo dicho alguna vez, pero vale repetirlo: creo con fervor que el don poético, demoníaca mezcla de juglar y orfebre y alquimista, no se adquiere ni se aprende. Tal vez lo alumbre el augurio de alguna fugaz y rara estrella, a la usanza de aquellas tribus antiguas que fascinadas estudiaban el cielo; quizás sea deslizado furtivamente en los fragores dulces y blancos de la concepción en noches de cuarto creciente; a lo mejor emana como un vapor de las flores, cuando la floración, mientras elucubran sus mantras en los jardines nocturnos, y entonces ascienden e impregnan ciertas cunas aún vacantes. Imposible saberlo, y mejor así.
En mi caso concreto, niego la posesión del título pero a fuerza de sinceridad concedo uno de sus atributos: el latir de una pulsión inasible que susurra la palabra justa, la combinación que viste a la frase de arrullo, la melodía exacta de todas las cosas. Puede que sea un narrador híbrido, con voluble y caótica aptitud para los chispazos. Quién sabe.
En fin, todas esta parafernalia de piruetas torpes sólo busca exculpar al inminente poemita, desenterrado del fondo de los tiempos en el afán de responder la pregunta:
Busco una flor que resquebraje
la monotonía ardiente de la nieve.
Busco una melodía que subyugue al viento,
que desdibuje los acordes gélidos del silencio.
Busco una estrella de perfume relumbrante,
hechicera que enhebra relámpagos de seda.
Busco la agonía de las lágrimas,
el horizonte tras el cual la tristeza
dibuja los trazos de su poniente.
Busco...