martes, 30 de octubre de 2012

El eterno retorno




Alegre desaparición de la estepa bajo los pies cansados. Otro intersticio trenzado de ardores y errancia que culmina y, por ende, de una idiosincracia sobre la que ya no sirve abundar.
Entretanto, los libros dieron cobijo. Como, por y para siempre. Pasó la novena Feria del Libro de la ciudad, en tren de remontar luego de las dos o tres debacles de hace no tanto. En ese marco se reeditó un taller literario con alumnos de Medicina de la Universidad del Comahue, en el cual nuevamente tuve el honor de participar. Las gracias infinitas a Angélica Cores, alma mater de la iniciativa.
Poco antes de eso sucedió la maratón nacional de lectura. Me tocó la feliz oportunidad de compartirla con los niños de una escuela rural. Quise dejarles algo de este irreversible oficio de las letras sobre el que se asientan mi vida y mis funciones vitales, pero sobre todo del amor por los libros y de los mundos que laten en cada página. Lo que es decir, todo eso que empecé a descubrir cuando era como ellos (aunque claro, los ochenta eran tiempos donde quizás la infancia, desprovista de pantallas y redes sociales, era bastante más sencilla, en todos los sentidos de la palabra). Pero fueron más las cosas que me llevé conmigo: lo que vi en sus caritas y sus ojos cuando les hablaba, y cuando terminé de leerles aquel cuento de Soriano (Caídas). Va mi agradecimiento a las docentes de la escuela. Y a Ella, en particular. Como, por y para siempre.


P.D.: Prometo devolver en el cortísimo plazo los comentarios de las entradas anteriores, pendientes desde hace tanto que me da vergüenza.