miércoles, 28 de octubre de 2009

"Ella"


Es misteriosa como el tiempo y el mercurio,
delirante y exacta, álgebra y fuego.
Cuando nadie la espera, coronada de escarcha
baja tarareando con pies maravillosos
por entre los helechos. Muchos enamorados
consagraron su vida a llamarla, elevaron
laboriosos palacios para ella
y no condescendió ni a una mirada.
No sirve para nada y son millones
los que viven por ella. Cuando piensas
que prefiere los locos y vagabundos, pasa
del brazo de un ministro o Mr. Eliot.
Es papeles manchados de tinta y es el mundo
con hogueras y robles, despedidas, los Andes,
la luna azul y Concha Valladares. Su rostro
constantemente cambia, inconstante. Y no cambia.
Bécquer la confundió con el Amor
y es una forma de no ser feliz.


(Miguel d'Ors)

lunes, 26 de octubre de 2009

Réquiem para un bígamo



"La medicina es mi esposa legal; la literatura, sólo mi amante". Ésa era la fórmula que logró Chéjov para posibilitar una convivencia que suele ser, como mínimo, complicada.

Por naturaleza, el escritor es un ser que deambula entre dos mundos. El "real", ineludible por imperativo biológico, con todo su fárrago de obligaciones, crisis económicas, boletas vencidas y problemas con los vecinos; y el otro, ese Edén nebuloso y a veces infernal: el país de las letras. El escritor, salvo algunos pocos iluminados que pueden sustentarse con su "vicio, su pasión y su desgracia", tiene que recurrir a otras ocupaciones para pagar las cuentas. Los más, merced a la afinidad intrínseca, se vuelcan al periodismo; varios van a la crítica literaria y la traducción; unos pocos al derecho; los hay también editores, o incluso aventureros que, ciegos de amor, recurren a oficios mínimos que bastan para sobrevivir y poco más, y todo el tiempo restante va a parar a la creación literaria.

También los hay médicos. Les reservé un párrafo aparte porque recordé ahora a uno que, enfrentado a una insoportable tensión de este dilema existencial, quiso y debió abjurar de la medicina para volcarse al arte (la música en su caso, pero ya vimos que es prima hermana de la literatura).

Chéjov era médico. Supo congeniar ambas dimensiones, con aquella fórmula del principio a la que llegó no sin poco sufrimiento. Ahora recuerdo a un poeta (¿Lorca?) que alguna vez dijo que pretendía no ser esposo sino amante de la poesía, para mantener con ella una relación arrasadora, inestable, un éxtasis que se reinventa constantemente.

Vuelvo a Chéjov. Una palabra que puede definirlo cabalmente es "generosidad". La medicina lo llevó a morir joven, verbigracia la tuberculosis que se contagió a sus veinte y pocos años, atendiendo pacientes en el sur de Francia, pero aún así continuó ejerciendo. Literariamente, en sus cuarenta y cuatro años de vida alcanzó a ser prolífico y magistral, excediendo los límites intocables de la maestría para volverse eterno. Aun cuando ya era un autor de eminencia en su Rusia natal, tuvo un hábito que pocos consagrados tuvieron (hoy tampoco) la deferencia de cultivar: responder cartas de aprendices y admiradores.

No tuvo problemas en aconsejar a los novatos, ni emocionarse, ni tampoco dejar de sorprenderse ante los elogios más enérgicos. Hay una en particular que, creo, colgué alguna vez. Pero de una u otra forma vuelvo a tropezar con ella. Será porque me resuena su hastío pero también su profecía de renacer, la confianza en un mañana que será mejor. Que expresa lo difícil y a veces desesperante que es sobrellevar esta bigamia entre aquellos dos mundos.


A Dmitri V. Grigoróvich, Moscú, 28 de marzo de 1886
Su carta, mi querido y buen bienhechor, me ha impactado como un rayo. Me conmovió y casi rompo a llorar. Ahora pienso que ha dejado una profunda huella en mi alma. [...]

Todas las personas cercanas a mí siempre han menospreciado mi actividad de escritor y no han cesado de aconsejarme amistosamente que no cambiara mi ocupación actual por la de escritor. Tengo en Moscú cientos de conocidos, entre ellos dos decenas que escriben, y no puedo recordar ni a uno sólo que haya visto en mí a un artista. En Moscú existe el llamado “círculo literario”. Talentos y mediocridades de cualquier pelaje y edad se reúnen una vez por semana en el reservado de un restaurante y dan rienda suelta a sus lenguas. Si fuera allí y les leyera una parte de su carta, se reirían de mí. Tras cinco años de deambular por los periódicos he logrado compenetrarme con esa opinión general de mi insignificancia literaria. En seguida me acostumbré a mirar mis trabajos con indulgencia y a escribir de manera trivial. Esa es la primera razón. La segunda es que soy médico y siento una gran pasión por la medicina de modo que el proverbio sobre las dos liebres [“El que sigue dos liebres, tal vez cace una, y muchas veces, ninguna”] nunca quitó tanto el sueño a nadie como a mí. Le escribo todo esto sólo para justificar un poco ante usted mi gran pecado. Hasta ahora he mantenido, respecto a mi labor literaria, una actitud superficial, negligente y gratuita. No recuerdo ni un solo cuento mío en el que haya trabajado más de un día. "El cazador", que a usted le gusta, lo escribí en una casa de baños. He escrito mis cuentos como los reporteros que informan de un incendio: mecánicamente, medio inconsciente, sin preocuparme para nada del lector ni de mí mismo... He escrito intentando no desperdiciar en un cuento las imágenes y los cuadros que quiero y que, sabe Dios por qué, he guardado y escondido con mucho cuidado. [...]

Disculpe la comparación, pero ha actuado en mí como la orden gubernamental de “abandonar la ciudad en 24 horas”, esto es, de pronto he sentido la imperiosa necesidad de darme prisa, de salir lo antes posible del lugar donde me hallo empantanado... Estoy de acuerdo en todo con usted. El cinismo que me señala, lo sentí al ver publicado "La bruja". Si hubiera escrito ese cuento no en un día, sino en tres o cuatro, no lo tendría... Me libraré de los trabajos urgentes, pero me llevará tiempo... No es posible abandonar el carril en el que me encuentro. No me importa pasar hambre, como ya pasé antes, pero no se trata de mí. Dedico a escribir mis horas de ocio, dos o tres por día y un poco de la noche, esto es, un tiempo apenas suficiente para pequeños trabajos. En verano, cuando tenga más tiempo libre y menos obligaciones, me ocuparé de asuntos serios.

No puedo poner mi verdadero nombre en el libro, porque ya es tarde: la viñeta ya está preparada y el libro, impreso. Mucha gente de Petersburgo me ha aconsejado, antes que usted, no echar a perder el libro con un pseudónimo, pero no les he hecho caso, probablemente por amor propio. No me gusta nada mi libro ["Cuentos abigarrados" se publicó bajo el pseudónimo de Antosha Chejonté]. Es una vinagreta, un batiburrillo de trabajos estudiantiles, desplumados por la censura y por los editores de las publicaciones humorísticas. Creo que, después de leerlo, muchos se sentirán decepcionados. Si hubiera sabido que usted me lee y sigue mis pasos, no lo habría publicado. La esperanza está en el futuro. Sólo tengo 26 años. Quizás me dé tiempo a hacer algo, aunque el tiempo pasa deprisa. Le pido disculpas por esta carta tan larga. [...] Con profundo y sincero respeto y agradecimiento.

Antón Chéjov

viernes, 23 de octubre de 2009

Porque sí


"El escritor escribirá porque sí, porque no tendrá mas remedio que hacerlo, porque es su vicio, su pasión y su desgracia."


(J.C. Onetti)

viernes, 16 de octubre de 2009

Tus besos fueron míos


Si se acordaba cuál era el tango que más le gustaba a él, le preguntaron. A ella.

- Yo creo que era "Amurado". Sí, "Amurado" le gustaba, pero yo creo que el que más le gustaba era "Tus besos fueron míos". "Pasaste por mi lado con fría indiferencia, tus ojos ni siquiera se detienen sobre mí. Y sin embargo tienen sumida mi existencia, y tuyas son las horas mejores que viví". Ese tango le encantaba.

Contestó con la autoridad que le daba la relación que tuvieron. Impracticable, violenta, salvaje, desencontrada, caliente. Necesaria. Inexorable. Es la historia de muchas cartas y apenas nueve noches juntos, según escribió ella en un poema. Es la historia de la poeta y el narrador, ambos de lo mejor que produjeron las letras uruguayas: Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti.

La celestina tenía que ser la literatura. Y lo fue. Años cincuenta, fértil el Río de la Plata en bullicio y ajetreo cultural. Bastó que Número, una revista literaria fundada entonces por Benedetti e Idea (entre otros), rescatara un libro de Onetti para que se decantara una reunión grupal primero y un encuentro, después. Ella y él, solos, en un bar de Montevideo: "'Estaba seduciéndome a fondo con lo mejor de sí mismo y tanto que yo me quedé convencida de que aquello era la séptima maravilla. Esa misma noche me enamoré de él. Me enamoré, me enamoré, me enamoré'." De él, de Onetti, "el último hombre del que debí enamorarme" como diría mucho más tarde y se daría cuenta pronto.

Vendría una ausencia, cartas en el medio, luego otro encuentro, ya en otros y más intensos términos. Pareciera que la relación entera puede sintetizarse así. Blanco o negro: o los eclipses, cataclismos entre las sábanas, la dicha más pura sobre la almohada, en la mesa con tazas humeantes de por medio; o el otro extremo, los desgarros, los enfrentamientos con esa violencia única de los que son peligrosos con la palabra. "'Es el último hombre de quien debí enamorarme porque éramos lo más imposible de ligar que había. Nunca entendió el ABC de mi vida, nunca me entendió como ser humano, como persona. Y así teníamos nuestros grandes desencuentros. Si yo hablaba de algo sumamente delicado él me salía con una barbaridad. Decía cosas que me hacían echarlo, imposibles de soportar. Todavía me pregunto por qué aguanté tanto, por qué volví tantas veces. Nos peleábamos y volvíamos a juntarnos, lo echaba, regresaba. Una noche me llamó desesperado para que fuera a verlo. Yo estaba con alguien que me amaba y lo dejé por ir a pasar una noche con él. Y recuerdo que lo único que hicimos fue ponernos de espalda, leyendo un libro él, y yo otro. A la mañana siguiente le agarré la cara y le dije: sos un burro Onetti, sos un perro, sos una bestia. Y me fui'."

Pero volvió. De una u otra manera siempre volvían el uno al otro. No podían evitarlo. Por y para él, ella escribió todos sus poemas de amor. Es sólo un cuarto de su obra, pero el más representativo, potente y descarnado. Sí, a él: "Recuerdo una vez que me prometió venir a Las Toscas a pasar una semana conmigo. Yo lo esperé pero no vino. Cuando finalmente nos encontramos le pregunté por qué no había venido. Le dije: "Te esperé". "¿Querés que te diga la verdad?" Dijo él "¿Querés realmente saber?" "Sí", dije yo que no iba a ser menos hombre que él... "Sí, sí, decime". "Mirá, –dijo él– me pasé la semana con una mujer. Pero cada vez que encendía un cigarrillo pensaba en lo nuestro." Y se acabó el tema. El decía siempre la verdad aunque esto te matara. No sabía lo que era cuidar al otro."

Tanta sinceridad, tantas idas y vueltas. Demasiado de lo uno y de lo otro: "Tuvimos períodos en que estábamos muy bien. En que todo funcionaba, en que nos entendíamos totalmente. Esos períodos eran maravillosos. Pero no duraban. Era todo muy complejo. Estábamos en uno de esos buenos momentos cuando él me dijo que se iba a Buenos Aires. "¿Por qué?" dije yo, "¿por qué te vas?" "Porque tengo que casarme", dijo él. "Tengo que casarme. Tengo". Entonces le dije: "Si estuviera locamente enamorada de otro hombre y te dejara por él, ¿lo aceptarías?" ¿Y él? El... no recuerdo bien qué dijo. Creo que nada. No era de hablar mucho, de explicar. El explicaba con palabras que tornaban todo más incomprensible. Pero era así. Eramos unos monstruos. Yo también."

Una vez cruzaron un límite. Ella, profesora de un colegio, recibió un llamado urgente: un colega asesinado, una asamblea gremial impostergable. "Si te vas no me encontrarás a tu regreso", le dijo él, imperturbable. Ella fue igual, descreyendo de la amenaza. "Pero en cuanto pude me escapé y regresé a casa. Cuando vi la luz prendida pensé que estaba pero cuando abrí la puerta sentí como si me golpearan en el pecho. Había dejado una nota insultándome y diciéndome un montón de barbaridades. Y mis poemas, unos poemas de amor que le había dado, estaban arrugados y tirados a los pies de la cama".

Tuvieron que pasar varios años hasta el reencuentro. Él había pasado tres meses encarcelado, un infierno gratuito verbigracia la hipocondría de un régimen militar. Cuando salió, ella fue a verlo y más tarde lo escribió así: "Quedamos solos y callados. Callados. Pero yo no soy como entonces; algo aprendí; algo me enseñó el recuerdo; siempre sentí no haber tenido más madurez para tratarlo entonces. O es la diferencia entre estar y no estar enamorada. Nos moriremos sin aprender a hablarnos', pregunté. Siempre nos costó', dijo. Te acordás de aquella vez que llegaste, después de tanto tiempo y estuvimos veinte, treinta minutos sin hablar, sentados, yo en la cama y tú en la silla. Me inhibiste siempre en todo'. Sí', dijo. Tu también', dije. Una vez me dijiste que no podías comer ni hacer el amor ni... conmigo'. 'Sí', dijo. Y me miraba por momentos; por momentos volcaba la cabeza; se mordía el labio superior, con una expresión de impotencia, de desesperación. Así que yo no sé lo que es el amor. Vos sufrías de amnesia, evidentemente. La primera vez que entré a tu sala del Museo quedé loco por vos. Nunca entendí lo que me pasaba; pero estaba loco por vos'. 'Nunca me lo dijiste'. 'Nunca entendí aquel deseo de posesión, aquel afán dominador. (Yo no recordaba nada parecido). No te dejaba ir a clase (es cierto). No podía soportarlo. Y no se trataba de deseo; si no, no sentiría esta horrible ternura que siento por vos".

Alguna vez colgué un cuento de él. Hoy, poemas de ella y un bonus track.

viernes, 9 de octubre de 2009

Once


Oscura miel,
Silencio puro, total cadencia,
un mar esmeralda que viene y va,
son tus manos
bañándome como arpas.

Carceleros del milagro,
tus párpados celosos.
Fronteras del cielo,
Cornisas para
la constelación perdida
que la luna
llora cada noche.

Felices tus jardines secretos
donde me escondo de la muerte
y se duermen las heridas.

martes, 6 de octubre de 2009

Un mundo feliz


El fin de semana miré dos o tres partidos. El fútbol es el opio de los pueblos, dijo alguien reconvirtiendo aquella frase de Marx. Ciertamente, lo visto parece darle la razón a este sujeto cuyo nombre ahora no recuerdo. Más que "un mundo feliz", bordeamos "las puertas de la percepción".

Las altas esferas. Insaciables, altivas, inaccesibles, voraces, depredadoras. Imperiales. Se mueven tras bambalinas, pero sus contornos son nítidos a contraluz. En este nuevo capítulo, derraman sin pausa ni disimulo gotitas de un jarabe pernicioso. Pica la pelotita y va una dosis. Corner, y otra. Tiro libre, en la medialuna del área o en tres cuartos, y marcha otra más. Así durante una hora y media, una tras otra, incansable y abnegado el gotero oficial. Para mechar, porque el gusto está en la variedad, se cuelan otras perlitas improbables que nos ayudan a pintar los contornos de ese "mundo feliz".

Es indiscutible que esa ley, la tan mentada por estos días, tiene que ser modificada. De treinta años a ahora han cambiado muchas cosas. Tal vez demasiadas. Al mismo tiempo es consabido que el acaparamiento forma parte de la naturaleza empresaria más primal, y por ende a los conglomerados hay que regularlos. Empero, la unanimidad se deshace en los métodos, las formas. En los otros objetivos, los inconfesables, que burbujean en el trasfondo.

Por aplicación repetida de su proverbial puño de hierro, es bastante probable que las altas esferas logren imponerse de nuevo. Después... Bueno, no sé por qué pero se me viene el recuerdo de 1982. Todas las voces, adictas por vocación o debilidad, dirán "vamos ganando". Otras pocas, aunque empujadas a los bordes, reflejarán otra cara más cruda, más amarga. Dolorosa, y por eso auténtica, porque pocas cosas son más reales que el dolor. Y al final, invariablemente, todo termina cayendo por su propio peso.

viernes, 2 de octubre de 2009

El secreto de sus ojos


Finalmente, cambié los colores. Sí, antes que preguntes, continúa vigente aquella anunciada promesa de las metáforas y demases. Por lo pronto, colores alusivos a la renaciente gloria vegetal.

La foto principal, esta vez, no obedece a ninguno de los sofisticados recursos que uso en esta página (como por ejemplo, el buscador de imágenes de Google). Es obra de mi fotógrafa preferida. Creo que las fotos son algo así como el testimonio de una mirada, la eternidad de un instante refractado en las pupilas. Esa hilera, ese banco solo, esa pálida declinación de la tarde, todo fue un relámpago en sus ojos. Por eso me gusta.